El sendero se ensanchó un poco al adentrarse en la densa selva. El sol del mediodía se estaba poniendo demasiado caluroso cuando Jonathan llegó al borde de un pequeño lago. Mientras llenaba sus manos con agua para refrescarse, escuchó que alguien le advertía: “En tu lugar, yo no bebería eso”.
Jonathan miró a su alrededor y vio a un anciano arrodillado en la orilla, limpiando unos pocos pescados pequeños. Al lado de su tosco banco había una canasta, hilo y tres palos clavados en el barro, cada uno de los cuales balanceaba una línea en el agua.
-¿Hay buena pesca? -preguntó Jonathan amablemente.
Sin molestarse en levantar la vista, el hombre respondió, con cierto fastidio:
-No. Estos insignificantes bichos son todo lo que pesqué hoy. – Procedió a filetear los pescados y a arrojarlos en un sartén caliente sobre una humeante fogata. Los pescados chirriando en el sartén olían deliciosos. El gato salvaje que Jonathan había visto en la playa había llegado aquí antes y ya estaba escogiendo los trozos de las vísceras de los pescados.
Jonathan, como buen pescador, preguntó: -¿Qué utilizó como carnada?
Entonces, el hombre levantó su mirada hacia Jonathan pensativamente: -No hay nada de malo con mi carnada, hijito. Pesqué lo mejor de lo que queda en este lago.
Percibiendo un humor solitario en el pescador, Jonathan pensó que podría aprender más del anciano quedándose simplemente en silencio por un rato. Eventualmente, el viejo lo invitó a sentarse al lado del fuego para compartir un poco de pescado y un poco de pan. Jonathan devoró su ración con desesperación, aunque sintió culpa por tomar una porción del magro almuerzo del hombre. Luego de terminar, Jonathan se quedó en silencio, y con seguridad, el anciano comenzó a hablar.
-Hace muchos años había peces verdaderamente grandes para pescar aquí -comentó el hombre con anhelo-, pero los han pescado a todos. Ahora sólo quedan los pequeños.
-Pero los pequeños crecerán, ¿verdad? -preguntó Jonathan con la mirada fija en los frondosos pastizales en las aguas poco profundas de la costa, donde podrían esconderse varios peces.
-Nooo. Todos los que pescan aquí atrapan a los pequeños demasiado pronto. No sólo eso, la gente arroja basura al final del lago. ¿Ves esa gruesa escoria allá a lo lejos?
-¿Por qué otros toman su pescado y arrojan basura en su lago? – Jonathan exclamó con mirada perpleja.
-Oh, no -dijo el pescador- este no es mi lago. Pertenece a todos, al igual que los bosques y los arroyos.
-Entonces estos pescados pertenecen a todos… -Jonathan hizo una pausa- ¿incluyéndome a mí? -Comenzó a sentirse un poco menos culpable por haber compartido una comida para la cual no había colaborado.
-No exactamente -respondió el hombre-. Aquello que pertenece a todos en realidad no pertenece a nadie. Pero sólo hasta que un pez muerde mi anzuelo; después es mío.
-No lo entiendo -dijo Jonathan frunciendo el entrecejo confundido y casi como hablándose a sí mismo, repitió-: Los peces pertenecen a todos, lo que significa que en realidad no pertenecen a nadie, hasta que uno muerde su anzuelo. Entonces, ¿el pescado es suyo? ¿Pero usted hace algo para cuidar a los peces o ayudarlos a crecer?
-Claro que no -respondió el hombre con un gesto de burla-. ¿Por qué habría de cuidar a los peces para que otro venga aquí en cualquier momento y los pesque? Si otro coge el pescado o contamina el lago con basura, entonces ¡todo mi esfuerzo no tuvo sentido!
Con una mirada lúgubre hacia el agua, el viejo pescador agregó:
-Desearía realmente ser el dueño del lago. Entonces me aseguraría de que los peces estuvieran bien atendidos. Lo cuidaría al igual que el ganadero que administra el rancho en el valle. Criaría los peces más fuertes y gordos, y puedes apostar que no sufriría por ningún ladrón de peces ni gente que arrojara basura. Me aseguraría…
-¿Quién administra el lago ahora? -interrumpió Jonathan.
La cara del pescador se endureció: -El lago es administrado por el Consejo de Gobierno. Cada cuatro años son elegidos en sus cargos y ellos designan a un administrador y le pagan bastante bien de nuestros impuestos. El administrador de pesca se supone que tiene que vigilar la pesca o la mugre en exceso. Lo gracioso es que los amigos de los gobernantes generalmente pueden pescar y ensuciar cuanto quieran.
Jonathan ponderó esto un momento y luego preguntó:
-¿Está bien administrado el lago?
-Obsérvalo tú mismo -refunfuñó el viejo pescador-. Mira el tamaño de mi pobre pesca. Parece que los pescados se hacen más pequeños a medida que el pago al administrador de pesca se hace más grande.