Jonathan Gullible: Capítulo 8

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Los dos zoológicos

Siguiendo su camino, Jonathan pensó en las leyes de esta perturbada isla. Seguramente ¿la gente no viviría con reglas que los hicieran infelices? Debía haber alguna buena razón que aún no había descubierto. Parecía un lugar muy lindo para vivir; la tierra se veía tan verde y el aire era suave y cálido. Esto debía ser un paraíso. Jonathan se relajó en su caminata por la ciudad.

De pronto, llegó a un desvío del camino con formidables cercos de hierro que lo bordeaban por ambos lados. Sobre su derecha había animales extraños de diferentes medidas y formas –tigres, cebras, monos– demasiados como para contarlos. Detrás del otro cerco, sobre la izquierda, había decenas de hombres y mujeres, todos vestidos con las mismas camisas y pantalones con líneas blancas y negras. Ver a estos dos grupos enfrentados con el camino en el medio le pareció extraño. Al divisar a un hombre vestido de uniforme negro y haciendo círculos con un bastón corto, parado de guardia entre los portones cerrados, Jonathan se le acercó.

Jonathan preguntó amablemente: -¿Podría decirme para qué son estos altos cercos?

Manteniendo un ritmo constante con sus pies y el bastón, el guardia respondió con orgullo: -El cerco del otro lado del camino es nuestro zoológico.

-Ah -dijo Jonathan, mirando fijo a un grupo de animales peludos con rabos prensiles moviéndose en las paredes de la jaula.

El guardia, acostumbrado a ser guía de los niños locales, continuó con su discurso: -Puedes ver que tenemos una excelente variedad de animales en nuestro zoológico. Aquí -hizo un gesto señalando el otro lado del camino- mantenemos a los animales traídos de todo el mundo. Estas rejas mantienen a los animales en un lugar seguro donde la gente puede estudiarlos. No podemos tener animales extraños deambulando por ahí y perjudicando a la sociedad con su comportamiento desobediente.

-¡Guau! -exclamó Jonathan-. Debió haberle costado una fortuna encontrar todos estos animales, importarlos de todo el mundo, y luego alimentarlos aquí.

El guardia le sonrió, y negó con su cabeza sutilmente: -Oh, yo no pago por el zoológico. Todos en el pueblo pagan un impuesto de zoológico.

-¿Todos? -repitió Jonathan, palpando concientemente el fondo de sus bolsillos vacíos.

-Bueno, hay algunos que intentan evadir sus responsabilidades. Algunos ciudadanos reacios dicen que no tienen ningún interés en usar su dinero para un zoológico. Otros se niegan porque consideran que los animales sólo deberían ser estudiados en sus hábitat naturales.

El guardia giró hacia la cerca detrás de sí y golpeó el pesado hierro de la entrada con su bastón.

-Cuando estos ciudadanos se niegan a pagar el impuesto de zoológico, los sacamos de su hábitat natural y los ponemos aquí, detrás de las rejas. Entonces estas extrañas personas pueden ser estudiadas y también a ellos se les impide andar por ahí y dañar a la sociedad con su comportamiento desobediente.

La cabeza de Jonathan comenzó a girar en señal de escepticismo. Comparando a los dos grupos detrás de las rejas, se preguntó si pagaría para mantener a este guardia y a los dos zoológicos. Sus manos se ajustaron a las barras de hierro mientras escudriñaba las orgullosas caras de los internos de ropa rayada. Entonces estudió la orgullosa expresión en la cara del guardia que había comenzado a balancearse hacia atrás y hacia adelante, girando aún su bastón.

Al retomar su camino, Jonathan miró hacia atrás y espió a ese sucio gato gris pasar a través de las rejas del zoológico, varias veces, de un lado al otro. Indudablemente todavía en busca de comida. El guardia golpeó la barra ruidosamente con su palo y el gato salió corriendo superando a Jonathan unos metros y luego se sentó a lamer su pata.

-Amas a los ratones, ¿no es cierto gato? Bueno, Mices -como Jonathan había nombrado a su compañero de ruta-, ¿de qué lado de las rejas están los que pueden hacer mayor daño?

Traducido del inglés por Hernán Alberro.

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