La praxeología y la ética de los semáforos

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Se acabó. Ya no puede haber esperanza para el estado. Su tiempo ha llegado al final. Si piensan que esto es irracionalmente optimista, cliquen aquí y vean el vídeo. Verán la razón de ser del estado partida por la mitad.

¿Cuántas veces oyen al minarquista decir: “Bueno, no me gusta el gobierno, pero al menos necesitamos cosas como las normas de tráfico. Necesitamos en gobierno que nos mantenga a salvo”? Todos aquéllos que llaman locos a los libertarios por querer abolir la Reserva Federal, cuanto más nos acusarían de ser peligrosos y criminales si realmente empezáramos a defender públicamente la abolición de las regulaciones de tráfico. Aún así, aquí está, en vídeo, para que lo vea todo el mundo, que Hobbes estaba equivocado.

Martin Cassini, fotógrafo y defensor de la desregulación de las carreteras ha producido una maravillosa serie de vídeos documentando los resultados de la prueba de  Cabstand Junction que empezó en septiembre de 2009 en North Somerset, Gran Bretaña. Los vídeos, que puede verse en su sitio web FitRoads.com y en YouTube, muestran los notables resultados del antes y después del experimento.

Sin semáforos regulando los cruces, la congestión ha desaparecido y los accidentes prácticamente no existen. Con la excepción unos pocos que siguen suponiendo tener un derecho de paso, los conductores son corteses y dejan pasar a peatones y otros conductores.

Puede resultar una sorpresa para quienes creen en el estado, pero no para los austriacos. Este fenómeno puede explicarse aplicando los principios desarrollados en la teoría de la ética de la argumentación de Hans-Hermann Hoppe. Tanto la cooperación como la empatía no son sólo parte de la naturaleza humana, sino cosas que deben existir en cualquier ser racional. Es, como dijo Murray Rothbard, la unificación del “ser” y el “deber ser”, de la economía y la ética, de las acciones que la gente realiza por sus propios deseos egoístas y las acciones que debería realizar por el bien de otros.

Para que actúe una persona racional, debe aceptar el principio del primer usuario. El primero que use algo previamente sin propietario se convierte en el propietario exclusivo de esa cosa. Esto incluye no sólo a nuestros cuerpos, sino también al espacio que ocupan nuestros cuerpos.

Cualquier intento de argumentar lo contrario llevaría de inmediato a la autocontradicción del argumentante. En el mismo acto de argumentar, el argumentante no sólo reconoce su propio derecho al uso exclusivo de su cuerpo y el espacio que éste ocupa, sino también que la persona con la que está discutiendo tiene el mismo derecho. El acto de tratar de convencer a alguien de cualquier cosa reconoce no sólo la capacidad de la otra persona a estar de acuerdo o no, sino su derecho de autopropiedad exclusiva, porque la persona debe ser dueña de su propio cuerpo para al menos realizar el acto de estar de acuerdo o no. En la discusión hay asimismo una preferencia implícita por la no violencia. Si no fuera así, no se preocuparían de discutir en absoluto, sino que se matarían unos a otros.

En el caso de un cruce, en el que la gente se encuentra en un área que no posee ninguno, aparece un conflicto. Este conflicto es el deseo de varias personas de ocupar el mismo espacio (el cruce) al mismo tiempo. Cuando afrontan este problema, fuera del ámbito de la regulación del gobierno, la gente lo resuelve naturalmente a través del principio del primer usuario.

Antes de que algún otro entre en el cruce, se permite abandonarlo a la primera persona que ya haya entrado. Es el mismo principio que se aplica en ascensores y metros. Quienes ya están ocupando el vehículo y desean abandonarlo, se les permite hacerlo. Este método de filtro según el cual el primero que llega es el primero en ser atendido es precisamente lo que ocurre en estos cruces no regulados.

Es un caso evidente de lo que se conoce en círculos austrolibertarios como orden espontáneo. Los seres humanos racionales se organizan y cooperan voluntariamente sin necesidad de gobierno. No es el gobierno, sino el pueblo el que construye una sociedad civilizada. Todo lo que puede hacer un gobierno es destruir el comportamiento civilizado a través de su coacción violenta.

Lo que muestran estos ejemplos de cruces regulados y sin regular es lo más parecido que podemos tener a un experimento de comportamiento social perfectamente controlado, y demuestran concretamente la realidad de la postura libertaria sobre la naturaleza del hombre y la sociedad. Además, demuestran que el problema de la “transición” de una sociedad socialista a una libre es un problema bastante insignificante. Si el estado desapareciera mañana completamente, la gente empezaría de inmediato a adaptarse y a prosperar en la nueva situación.

Lo que esto también demuestra es un ejemplo más de cómo el gobierno desciviliza al pueblo. El austrolibertario es consciente de una enorme cantidad de intervenciones gubernamentales en la conducta libre de los seres humanos, realizada en nombre de la seguridad, que o bien nos hacen menos seguros a todos o simplemente crean más molestias diarias. Esas cosas incluyen las leyes de armas, la seguridad en aeropuertos con scanners que desnudan, la invasión de países del tercer mundo e incluso la regulación de la fontanería en las viviendas. Ninguna de esas cosas nos da seguridad. Como mucho, tratan a la gente más como animales que como seres humanos racionales. En general, son heraldos de la muerte.

El caso de las regulaciones del tráfico no es una excepción. En “Traffic Control: An Exercise in Self-Defeat”, Kenneth Todd demuestra que los semáforos, aunque puestos por el estado en nombre de la “seguridad pública”, animan un comportamiento peligroso y agresivo, contradicen otras leyes a costa de la justicia y son responsables de la pérdida  de grandes cantidades de riqueza e incontables vidas. El semáforo es tal vez la máquina más destructiva nunca ideada por el hombre.

Lo más habitual es que la instalación de un semáforo sea la respuesta del estado a una política fallida anterior de “prioridad en carretera”. Bajo este sistema, ciertas carreteras tienen prioridad sobre otras dando el título de “carretera preferente”, en oposición a la “carretera secundaria”. En la carretera secundaria, se ponen señales de stop en cada cruce. Los conductores de la carretera secundaria  deben detenerse y esperar a poder pasar, mientras que a los conductores de la carretera preferente se les permite conducir sin obstrucciones.

El tipo de accidente más frecuente y grave en un cruce de carreteras preferente/secundaria es la colisión por el ángulo derecho, de la que generalmente se echa la culpa a la violación del derecho de paso por los conductores de las calles laterales. La carretera preferente hace que los automovilistas vayan rápido sin mirar a derecha o a izquierda, mientras que a los conductores de las calles laterales se les atribuye una tarea compleja. Tienen que mirar a derecha e izquierda por peatones en dos pasos de cebra, uno en el lado cercano y otro en el lejano, y también por dos corrientes de tráfico, una de la izquierda y otra de la derecha. El que gira a la izquierda tiene que ocuparse de otra corriente más de tráfico, la que viene del lado opuesto: siete conflictos en total. Los defensores de la seguridad hace tiempo que dijeron que deberían evitarse estas tareas complejas. Distraen nuestra atención de un conflicto mientras nos concentramos en otro: los usuarios de las carreteras deberían ocuparse sólo de un conflicto cada vez. (Todd, “Traffic Control,” pp. 2–3).

El dicho es bien conocido en casi todos los pueblos: “Nunca ponen un semáforo hasta que muere alguien”. La trágica realidad es, sin embargo, que el semáforo y el paso de cebra no resuelven el problema del cruce mortal.

Aparece un riesgo de accidente siempre que un vehículo no puede abandonar un cruce. Pensemos en el conductor que está girando a la izquierda cuando un peatón entra en el paso de cebra lejano. El conductor se detiene por el peatón, como exige la ley y ahora se sitúa en medio del camino de los vehículos de la dirección opuesta. Yendo rápido al creer que no habrá nada en su camino, estos conductores se ven obligados a una parada repentina e inesperada. Si ocurre un accidente, quien gira a la izquierda recibe la culpa, aunque fuera la ley la que creara la situación.

Para escapar a esta situación, muchos de los que giran a la izquierda olvidan el derecho de paso del peatón y les ponen en riesgo al no detenerse. En cruces señalizados, en los que este problema es particularmente grave, los giros a la izquierda resultan ser cuatro veces más arriesgados para los peatones que los giros a la derecha.

¿Cómo cruzan los peatones una carretera saturada? Mientras que los conductores de las calles laterales deben esperar en la señal de stop hasta que sea seguro cruzar, la ley da a los peatones instrucciones opuestas. Su derecho de paso en pasos de cebra les anima a hacer lo que está prohibido a los conductores de las calles laterales: meterse entre el tráfico que se mueve rápidamente. Los peatones que confían en la ley son atropellados por conductores que no están preparados para detenerse, pensado que carretera preferente significa que les permite viajar sin interferencias. Muchos conductores se resisten a detenerse por miedo a ser alcanzados en la parte trasera. Igual que la luz verde, los pasos de cebra ponen en peligro a los peatones por darles una falsa sensación de seguridad. La confianza en la ley ha sido calificada como el mayor de todos los riesgos del tráfico. Cuanto más segura se sienta la gente, menos se preocuparán por los riesgos y menos sentido de la carretera desarrollarán. (p. 3, énfasis añadido).

La luz verde anima a correr. El conductor, como individuo que actúa cuyas acciones se ven guiadas por la preferencia temporal, quiere evitar la luz roja porque se ve obligado a detenerse ante ella contra su voluntad, independientemente de las circunstancias. La consecuencia es que las calles son muy peligrosas, si no imposibles, para que los peatones crucen sin un paso de cebra.

Con los pasos de cebra y las leyes contra cruces indiscriminados de calle, el peatón se ve obligado a cruzar la calle en la parte más peligros de la carretera: el cruce. Cuando los conductores ponen los ojos en el semáforo no miran a los peatones. “Que las señales no mejoran la seguridad del peatón se sabía hace 70 años. Se atropella a tanta gente que cruza con la luz verde como la que cruza con la luz roja” (p. 4).

Además de todas las muertes y lesiones de las que son responsables los semáforos, también han causado una tremenda pérdida de tiempo, riqueza y eficiencia. Los semáforos obligan al automovilista a parar y a menudo a parar en seco, aunque sea seguro continuar. Esto, unido a la animación a correr, causa un enorme desgaste al vehículo, especialmente en neumáticos y frenos, generando averías y pérdidas de capital que de otra forma no se habrían producido nunca.

Los semáforos son asimismo la mayor causa de retrasos, porque obligan a los automovilistas a parar y esperar a la luz verde. Esto genera gran cantidad de vehículos en cola en el cruce a los que se les permite moverse con la luz verde, sólo para tener el mismo problema en el siguiente cruce. Cuando los conductores cruzan con luz verde no valoran bien si su vehículo cabe o no al otro lado, se quedan en mitad del cruce. Cuando ocurre esto, los conductores de las calles perpendiculares al conductor atrapado ya no pueden cruzar, aunque tengan luz verde. Así se forman los grandes atascos.

Cuando se piensa realmente en ello, es verdaderamente orwelliano cómo una máquina sin cerebro puede dominar y controlar las vidas de cientos de millones de seres humanos racionales con obediencia voluntaria y ciega.

La evidencia está clara. Las señales de carretera y semáforos que regulan el comportamiento del conductor en los cruces son una abominable amenaza a la sociedad que deben abolirse y complementarse con la completa desregulación de los cruces. Con el fin del control del tráfico, podemos asistir al definitivo fin de las carreteras peligrosas. Una vez que el estado deje de controlar las carreteras, pronto veremos el fin de otras ridículas invasiones en nuestras vidas privadas: leyes contra la ebriedad en la conducción, inspecciones y registros de vehículos y licencias de conducción.

Todos los esfuerzos libertarios a nivel nacional han sido un fracaso. Cada vez que se acaba con un régimen corrupto, su lugar lo ocupa otro aún más corrupto. Cuantas más cabezas se cortan, más aparecen, más agencias de gobierno se generan. Aun así, el Leviatán no es inmortal. Simplemente necesitamos una nueva estrategia. Empecemos cortándole las piernas.

En la era de Internet, las ideas pueden extenderse como un incendio. Muestren los videos de Cassini a todos sus conocidos y muéstrenles que la libertad realmente funciona. Tenemos la oportunidad de dar un golpe de gracia al monstruoso parásito del gobierno en el campo de las ideas. La gente empezará a ver claramente que incluso el pequeño gobierno local no crea sino muerte y destrucción y su eliminación puede traer una nueva era de paz y prosperidad sin precedentes. Una vez que ocurra esto, el estado no tendrá ninguna oportunidad.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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