Jonathan Gullible: Capítulo 23

0

La profesión más antigua del mundo

La historia del viejo pastor dejó más perplejo que nunca a Jonathan. El Bazar de los Gobiernos sonaba intrigante así que decidió ir hacia allá y ver si alguien podía ayudarlo a recuperar su dinero. Entonces se dirigió hacia la Plaza de la Ciudad tal como le había indicado el pastor.

-No puedes perderte -dijo el anciano, preparándose para guiar a sus vacas de regreso-. Está en el Palacio, el edificio más grande de la plaza. Entra por la puerta principal flanqueada por dos enormes ventanas. La ventana de la derecha es donde la gente forma fila para el empleado que lleva el dinero hacia adentro. La ventana de la izquierda es para el empleado que entrega el dinero de los impuestos.

-Puedo imaginarme cuál es menos popular -bromeó Jonathan.

-Seguro. Siempre que pueden, las personas se van de una fila a la otra, que se hace cada vez más larga. -El anciano ajustó las sogas y armó una rienda-. Recuerda mis palabras, llegará el día en que nadie pague y no haya nada que sacar.

Con seguridad, la calle lo llevó hacia la Plaza de la Ciudad y del otro lado había un magnífico palacio. Por encima de la enorme entrada había unas palabras talladas en piedra que decían: “PALACIO DE GOBIERNO”. Mices, con su rabo apuntando hacia arriba, se había mantenido cerca de los talones de Jonathan hasta que Jonathan comenzó a subir los escalones que llevaban adentro del edificio. El lomo del gato se arqueó sutilmente y su cabello se erizó. Hasta aquí llegaría.

Jonathan se encogió de hombros y subió trotando los escalones hasta que estuvo adentro. Esperó a que sus ojos se acostumbraran a la poca luz e inmediatamente fue bombardeado por los gritos de un manifestante solitario: “¡Se apagó una luz!”. El joven antagonista empujaba una placa hecha a mano en la cara de toda persona que pasara por allí. Decía: “¡QUE SE HAGA LA LUZ!” y un cartel que lo rodeaba colgando de sus hombros decía: “¿CUÁNTOS LORES SE NECESITAN PARA CAMBIAR UNA VELA?”.

“No es una vela común” anunciaba el ferviente manifestante. Su cara flaca, su ropa espartana y su vida, consumida en una misión. “Ésta es la luz de entrada a nuestro Palacio. Nuestra luz ha estado ausente durante siete años y ¡nadie ha hecho nada al respecto!”

Jonathan hizo una pausa mientras el manifestante le explicó en detalle un problema aparentemente insufrible:

-Todos saben que hay que reemplazar la vela, pero nadie puede ponerse de acuerdo en la marca, el diseño, o el tipo. Una propuesta pide dos candelabros artísticos para dar más gracia a la entrada. Los opositores están en contra del progreso, citando numerosos estudios contrapuestos acerca del número de personas necesarias para agregar los candelabros. Los Lores han pronunciado la tardanza al referir todo curso de acción a la Fuerza de Revitalización de la Luz, con cinco grupos de trabajo y numerosos subgrupos compuestos por expertos de toda clase. Debemos…

-Sigue adelante -se dijo Jonathan, pensando que no podía unirse a una odisea de siete años. Ante él había un enorme vestíbulo con techos tan altos que las lámparas no podían iluminar completamente el interior. Tal como lo había descrito el anciano pastor, había varias casillas con carteles y banderas. Había gente en cada casilla llamando a cualquiera que pasase por ahí y distribuyendo panfletos.

En el lado más distante del vestíbulo había una gran puerta de bronce, flanqueada por enormes estatuas de mármol y columnas acanaladas. Jonathan comenzó a caminar a través del vestíbulo, con la esperanza de evitar a los vendedores de gobiernos. No había dado dos pasos cuando se le acercó una mujer mayor con argollas de oro en sus muñecas y enormes aretes.

-¿Quiere conocer su futuro, joven señor? -dijo la mujer, poniéndose a su lado. Jonathan revisó rápidamente sus bolsillos y miró con sesgo la figura encogida de una mujer vestida en vivos colores y con pesadas alhajas-. Tengo el don de la predicción. ¿Quizá quiera tener idea del mañana para calmar sus miedos acerca del futuro?

-¿Realmente puede ver el futuro? -preguntó Jonathan alejándose tanto como pudo sin ofenderla. Miraba con gran sospecha a esta mujer toda adornada.

-Bueno -respondió ella, sus ojos se iluminaron de habilidad y seguridad-, estudio los signos y luego declaro, sostengo, afirmo, y profeso lo que considero cierto. Ah, sí, la mía es con seguridad la profesión más antigua.

-Qué fascinante -gritó Jonathan-. ¿Utiliza una bola mágica u hojas de té o…?

-Por Belcebú, ¡no! -resopló la mujer con disgusto. Decía tanto con sus manos como con sus palabras-. Ahora soy mucho más sofisticada. Utilizo cuadros y cálculos. -Con una gran inclinación, agregó-: Economista a su servicio.

-Qué impresionante. E-co-no-mis-ta -repitió lentamente Jonathan, desmembrando la palabra con su lengua-. Lo siento, me acaban de robar y no tengo dinero para pagarle.

Se molestó e inmediatamente se dio vuelta en busca de otros posibles clientes.

-Por favor señora, ¿podría decirme una cosa -suplicó Jonathan aunque no tenga con qué pagarle?

-¿Bueno? -dijo la mujer probándolo.

-Generalmente, ¿cuándo acude a usted la gente en busca de consejos?

Miró a su alrededor para ver si alguien podría oírla. Luego, como dando un secreto a un inofensivo cachorro, murmuró:

-Como no tienes dinero para pagarme, puedo contarte un pequeño secreto. Los clientes vienen siempre que necesitan sentirse seguros acerca del futuro. Ya sea que el pronóstico sea brillante u oscuro (especialmente cuando es oscuro) hace que la gente se sienta mejor cuando pueden aferrarse a la predicción de otro.

-¿Y quién suele solicitar sus predicciones con más frecuencia? – preguntó Jonathan.

-El Consejo de Gobierno es mi mejor cliente -respondió la mujer-. Los Lores me pagan bien; con el dinero de otros, claro. Entonces utilizan mis predicciones en sus discursos para justificar la mayor quita de dinero para prepararse para el negro futuro. Realmente funciona a la perfección para ambos.

-¡Guau! -dijo Jonathan, gesticulando con sus manos involuntariamente. Se vio repitiendo todos los movimientos de ella hasta que concientemente mantuvo las manos juntas-. Debe ser una gran responsabilidad. ¿Qué tan precisas han sido sus predicciones?

-Le sorprendería las pocas personas que me preguntan eso -se rió entre dientes la economista. Dudó y lo miró con cuidado a los ojos-. Para serle absolutamente sincera, se podría obtener una mejor predicción arrojando una moneda. Arrojar una moneda es algo que cualquiera puede hacer sin problemas, pero nunca le produce ningún bien a nadie. Nunca hará felices a los temerosos, nunca me hará rica, ni hará que los gobernantes sean más poderosos. Así que como podrá ver, es importante que pueda lograr predicciones impresionantes y complicadas, si no sencillamente encontrarían a otro que lo hiciera.

Traducido del inglés por Hernán Alberro.

Print Friendly, PDF & Email