Jonathan Gullible: Capítulo 31

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La demanda

Al ver a George dirigirse hacia la puerta, los otros que estaban en el rincón levantaron sus maletines y lo siguieron de cerca.

-Devan, -dijo George- explícame de nuevo ese problema de la responsabilidad, ¿sí?

Todo el grupo caminó rápidamente por el pasillo con los brazos de George todavía sobre el cuello de Devan y de Jonathan. El paso veloz del grupo era especialmente difícil para los que caminaban de rodillas pero se comían sus gemidos y se consolaban pensando en sus ahorros fiscales a fin de año.

-Verá, -dijo Devan- la pieza de metal podría salirse del palo y golpear a un transeúnte. Así que tenemos que protegerlo a usted y a los otros inversores.

-¿Protegerme a mí si el metal golpea a alguien? ¿A qué se refiere? -dijo George, haciéndole preguntas a Devan en beneficio de Jonathan. -La persona herida podría iniciarle un juicio, intentando obligarlo a pagar por los daños: gastos médicos, lucro cesante, traumas, costos legales, etcétera, etcétera. -El ritmo del grupo se aceleró para mantenerse cerca de George.

-¡Un juicio podría arruinarme! -dijo George, simulando preocupación y observando la reacción de Jonathan de reojo.

Devan prosiguió, sin darse cuenta de que George lo estaba haciendo trabajar para Jonathan: -Así que el Consejo de Gobierno ha promulgado una nueva e ingeniosa idea para absolverlo de la responsabilidad personal por pérdidas sufridas por otros.

-¿Otra nueva idea? -repitió Jonathan sarcásticamente-. ¿Quién es el dueño de la patente?

Devan levantó una ceja, luego prosiguió, ignorando la pregunta de Jonathan: -Presentamos estos formularios y ponemos las siglas “SRL” luego del nombre de la empresa-. Sin perder un solo paso Devan logró abrir su maletín y sacar un bloc de hojas: -George, por favor firme en la línea punteada al final.

Jonathan estaba fascinado con toda esa jerga.

-¿Qué significa “SRL”? -preguntó, dando saltos para seguirles el ritmo.

-“SRL” significa “Sociedad de Responsabilidad Limitada” -dijo Devan-. Si George registra su compañía lo máximo que puede perder en un juicio es el dinero invertido. El resto de su riqueza queda a salvo de los juicios. Es una suerte de seguro que el Consejo vende por un impuesto adicional. Como el Consejo limita el riesgo de pérdidas financieras, más gente invertirá en su empresa y prestarán menos atención a lo que hacemos.

-En el peor de los casos -comentó George- podemos cerrar la empresa e irnos caminando. Luego empezamos una nueva con otro nombre. Inteligente, ¿verdad?

En ese instante los ojos de George divisaron a una joven muy atractiva que venía en dirección contraria por el vestíbulo. Al darse vuelta para mirarla cuando pasó a su lado, se tropezó y rodó, estropeando sus uñas de manicura contra la pared. ¡Ay! gritó en agonía, con sus brazos y piernas desparramados en toda dirección. Intentó levantarse del piso y se quejó por un dolor agudo en su mano y en su espalda. Sus abogados pululaban a su alrededor en frenesí, conversando frenéticamente. Algunos ayudaron a George a juntar los artículos que se le habían caído de los bolsillos mientras otros tomaban nota concentrados y dibujaban diagramas acerca de los detalles de la escena.

-¡Le haré una demanda! -gritó George, sosteniendo febrilmente sus golpeados y sangrantes dedos en un pañuelo-. ¡Aplastaré al maldito rufián responsable de esta obstrucción en el suelo! ¡Y a usted, jovencita, la veré en la corte por provocar mi distracción!

Rápido como un relámpago, varios abogados se lanzaron hacia la atractiva mujer para tomar nota de su nombre y dirección.

Impresionada por la acusación, la joven replicó: -¿Demandarme a mí? ¡Yo nunca…! ¿Sabe quién soy?

-No me importa -tronó George-. Cuanto más grande mejor. ¡La demandaré!

Temblando y luchando para controlar sus lágrimas, ella contraatacó:

-¡No puede hacer eso! Mi novio, Carlo -enfatizó repetidamente su importancia- bueno, Carlo dice que mi belleza beneficia a todos, que es un bien público. Así lo ha declarado, ¡me lo dijo anoche! -Metió su mano instintivamente en la cartera para buscar un espejo y ver su apariencia. Su maquillaje estaba comenzando a mancharla-. Ohhh, ¡mire lo que le ha hecho a un bien público! ¡Se arrepentirá! Carlo dice que todos deberían pagar por los bienes públicos. Siempre pone mis cosméticos en su presupuesto. Bueno, se arrepentirá cuando ¡sus impuestos aumenten por esto! -Hundió el espejo en su cartera y desapareció como un trueno, lloriqueando, en busca de un tocador.

Con cierta sensación de comprensión hacia la mujer, Jonathan preguntó:

-¿Realmente la va a demandar? ¿Cómo le puede echar la culpa a ella?

Sin prestar mucha atención a nadie, George gateó por el suelo en busca de una prueba y evidencia de la negligencia de alguien. Los dedos que le quedaban sanos encontraron un desnivel en el suelo de piedra. Gritó:

-¡Ésta es la causa, Devan! Averigua quién es el responsable. Tendré su trabajo y cada centavo que tenga. ¿Y cuál es el nombre de esa mujer?

-Cálmese, George -dijo Devan-, es la novia de Ponzi. Olvídela si quiere revocar la Ley de Taladores. Sin embargo, este edificio es propiedad del Palacio y, con el permiso de los Lores, podemos demandar al pueblo. Es la máxima SRL.

Inspirado por este rayo de genialidad, George exclamó:

-¡Entonces póngalo en la agenda para Tweed! Los Lores no se preocuparán si demandamos al Palacio. El dinero no sale de sus bolsillos. Y ellos también recibirán algo. -Dijo mientras se preguntaba cuánto dinero le sacaría Lady Tweed por esto.

El dolor de George estaba desapareciendo rápidamente: -Esto me da una oportunidad con los bolsillos más profundos de todos.

-¿Le pedirá a Lady Tweed que le pague por su lesión? -preguntó Jonathan.

-No, idiota -replicó George-. Me dará el dinero de los contribuyentes. Espero que no tengas deudas, amigo. Porque ¡voy a recaudar a lo grande!

Traducido del inglés por Hernán Alberro.

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