Jonathan Gullible: Capítulo 35

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El gran inquisidor

Las sombras se habían alargado. Ya estaba avanzada la tarde cuando Jonathan y sus dos nuevos compañeros, Mary Jane y Doobie, emergieron del callejón. Jonathan se alegró de que se les uniera Mices mientras todos caminaban hacia el parque. Las personas, algunas de pie y otras de rodillas, entraban al parque y se reunían en torno a un montículo en el centro.

-Bien -dijo Mary Jane-. Llegamos temprano. Pronto esta zona estará llena de gente que quiere oír la verdad del Gran Inquisidor. Él te responderá todas las preguntas.

Se sentaron sobre una pequeña loma de césped. Doobie, superado por la comida y el whisky, rápidamente se recostó y se durmió. Mary Jane se quedó callada. Las familias se instalaban debajo de los árboles, expectantes.

De pronto se pudo ver a una figura alta y flaca vestida en su totalidad de negro que caminó hasta el medio de los allí reunidos. Sus ojos recorrieron lentamente las caras que lo miraban fijo. El murmullo de la multitud se detuvo y todo quedó en silencio.

“¡La paz es guerra! ¡La sabiduría es ignorancia! ¡La libertad es esclavitud!” La voz fuerte del hombre parecía surgir del suelo y penetrar el cuerpo de Jonathan. Éste miró pasmado a la multitud. Nadie parecía confundido en lo más mínimo por las palabras del Gran Inquisidor.

Casi sin darse cuenta de que estaba hablando, Jonathan dijo bruscamente: -¿Por qué decir que la libertad es esclavitud?

Mary Jane, sorprendida por la actitud de Jonathan lo reprendió en un murmullo: -Dije que tendrías respuestas a todas tus preguntas; no dije que podías hacerle preguntas.

El Gran Inquisidor fijó una mirada penetrante en el joven interventor. ¿Quién se animaba a interrumpir su conferencia? Nadie se movió. Nadie más en el público tenía el descaro de cuestionarlo. El único sonido era un leve susurro del viento en las hojas. Entonces el Gran Inquisidor gruñó, en parte hacia Jonathan, en parte a la tribuna:”La libertad es la mayor de todas las cargas de la humanidad”. Rugiendo con todas sus fuerzas el hombre elevó sus brazos y cruzó sus muñecas sobre su cabeza: “¡La libertad es la más pesada de las cadenas!”

Jonathan insistió: -¿Por qué la libertad es una carga? ¿Qué tiene de malo? -No podía detenerse. Quería saber de qué estaba hablando ese tipo.

Acercándose a Jonathan con dos largos pasos, el hombre siguió adelante: “La libertad es un peso monumental sobre los hombros de hombres y mujeres porque requiere, no, exige el uso de la mente y la voluntad.” Con un rugido de dolor y horror, el Gran Inquisidor advirtió: “¡El libre albedrío los haría absolutamente responsables de sus propias acciones!” El público retrocedió ante sus palabras y algunos incluso se taparon las orejas de miedo.

-¿A qué se refiere con responsable? -preguntó Jonathan con voz vacilante. Después de todo, ése era el tema por el cual Mary Jane y Doobie lo habían llevado allí.

Irritado por la impertinencia de Jonathan, el Inquisidor decidió tomar otra dirección. Pareció retroceder, su cara se suavizó en una expresión amable. Se agachó para arrancar una flor que crecía al lado de su pie. “Algunos de ustedes, queridos hermanos y hermanas, pueden no darse cuenta de los peligros de los cuales hablo. Cierren sus ojos e imaginen esta pequeña planta en mi mano.” Su voz era solemne y acariciaba a la multitud.

Todos, menos Jonathan, cerraron sus ojos firmemente y se concentraron. Hipnóticamente, el Gran Inquisidor comenzó a describir una situación. “Esta pequeña planta no es más que un frágil trozo de arbusto, enraizado en el suelo y fijo sobre la tierra. No es responsable de sus acciones. Todas sus acciones están preestablecidas. Ah, ¡la belleza de un arbusto!”

“Ahora, queridos, imaginen a un animal. Un lindo e inquieto ratoncito corriendo en busca de alimento entre estas plantas inmóviles. Esta criatura peluda no es responsable de sus acciones. Todo lo que hace un ratón está predeterminado por la naturaleza. Ah, la naturaleza. ¡Animal feliz! Ni las plantas ni los animales sufren la carga de la voluntad porque ninguno enfrenta decisiones y valores. ¡Nunca se pueden equivocar!”

En el público algunos murmuraron, extasiados: “Sí, Gran Inquisidor, sí, sí, así es”.

Este líder carismático se irguió siendo aun más alto y prosiguió: “¡Abran sus ojos y miren a su alrededor! Un ser humano, que sucumbe a las decisiones y los valores, puede equivocarse. ¡Se los digo yo! Las decisiones equivocadas pueden lastimarlos y lastimar a otros. Incluso el conocimiento del daño potencial les hará sufrir. Y ese sufrimiento es… responsabilidad”.

La gente se estremeció y se amontonó un poco más. Un chico que estaba sentado al lado de Jonathan, de pronto gritó: “Oh, por favor, maestro. ¿Cómo podemos evitar este destino? Díganos cómo librarnos de esta terrible carga”.

“Será un trabajo difícil, pero juntos podemos conquistar esta temible amenaza.” Entonces habló en una voz tan suave que Jonathan tuvo que inclinarse hacia delante para poder oír sus palabras. “Confíen en mí. Tomaré las decisiones por ustedes. Quedan liberados de toda la culpa y el sufrimiento que les provoca la libertad. Soportaré yo toda la carga.”

Entonces el Inquisidor soltó sus brazos a lo alto y gritó: “Ahora adelante, todos ustedes. Recorran todas las calles y callejones, golpeen en todas las puertas. ¡Consigan el voto como les he indicado! La victoria está a mí alcance, ¡su tomador de decisiones en el Consejo de Gobierno!”. Y la multitud gritó su aprobación, se levantaron como si fueran uno y se dispersaron en todas las direcciones. Se empujaron y codearon, ansiosos de ser los primeros en llegar a la calle.

Sólo quedaron Jonathan y el Gran Inquisidor, y Doobie que ahora estaba roncando. Jonathan se quedó sentado con escepticismo. Observó la loca carrera del grupo, luego espió la cara del hombre de negro. El Inquisidor miro más allá de Jonathan, hacia la distancia. Finalmente, Jonathan rompió el silencio atemorizante con una última pregunta:

-¿Cuál es la virtud de entregarle todas las decisiones a usted?

-Ninguna -respondió el Inquisidor con una sonrisa despreciativa-. La virtud sólo puede existir si hay libertad de elección. Y mis seguidores, mi gente, prefieren la serenidad antes que la virtud. Mientras que tú, pequeño preguntón, ¿qué prefieres? Ayúdame a ganar las elecciones y puedo encargarme de lo que deseas. Déjame, también decidir por ti. Entonces tus preguntas no importarán.

Sin palabras, Jonathan se retiró. La risa del Gran Inquisidor se oyó a sus espaldas.

Traducido del inglés por Hernán Alberro.

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