Jonathan Gullible: Capítulo 37

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Ley del perdedor

Calculando el ángulo del sol, Jonathan quiso que fuera la hora de su encuentro con Randi. Frecuentemente pensaba en su ofrecimiento y estaba deseoso de ese refrigerio gratis. Además, realmente quería volver a verla. Mientras regresaba cruzando el pueblo podía oír los ruidos de una gran multitud. Dobló en la esquina y vio a otra multitud, gritando y vociferando en un espacio vacío frente a los edificios A, B y C.

Atrapado por la excitación, Jonathan se unió a ellos mientras empujaban y presionaban hacia la plataforma central. Sorprendido, vio que todos en la multitud lucían una clase de cinto ancho o sujetador en sus espaldas. Se preguntó si se darían cuenta de que él no lo llevaba.

Jonathan miró a su alrededor, desesperado por saber qué sucedía.

Sobre una plataforma de un metro de altura, había una persona gritando al máximo de su capacidad:

-En este rincón, con un peso de ciento dieciséis kilos, el campeón de la Competencia Internacional de Trabajadores, invicto por cinco meses, el Tigre Terrible ¡Karl “el Demoledor” Marlow!

La multitud se enloqueció con gritos, abucheos, y aplausos.

Entre la gente había un hombre con una cicatriz en su cara que estaba sentado a una mesa cuadrada, barajando diestramente un montón de papeles y fajos de dinero.

-Discúlpeme, señor… -comenzó Jonathan.

-Haz tu apuesta, hijo. Sólo te quedan unos segundos antes de que empiece el próximo round -ladró el hombre.

En ese momento una ansiosa mujer lo codeó a Jonathan hacia un lado y puso un manojo de billetes sobre la mesa: -Cincuenta al campeón, ¡rápido! -exigió.

-Muy bien, señora -dijo el hombre. Selló un boleto y lo arrancó de su libro-: -Aquí está el recibo de su apuesta.

Entonces el anunciador se paró sobre la plataforma y gritó:

-Y en el rincón opuesto, el retador, con un peso de ciento veintidós kilos de puro músculo, el estibador de nudillos asesinos…

Volviéndose al hombre que estaba en la mesa, Jonathan preguntó:

-¿Hay algún problema? ¿Va a haber una pelea?

-Una pelea seguro, pero difícilmente haya problemas -dijo el hombre haciendo una mueca-. Nunca fue tan buena. Por aquí, una pelea es una verdadera bendición.

Sonó la campana y el hombre gritó a la multitud “¡Apuestas cerradas!”. Comenzó la pelea con los dos hombres arrojando puñetazos y esquivando los golpes del otro.

Sin levantar la mirada de sus apuestas y de los fajos de dinero, el hombre pudo darse cuenta de que a Jonathan le molestaba la violencia.

-Escucha, hijo, no hay nada de qué preocuparse. Tanto el ganador como el perdedor se llevarán un manojo de dinero a casa. Saben en lo que se están metiendo y ambos obtendrán un premio.

Uno de los hombres cayó repentinamente al suelo, derribado por un sólido golpe. La multitud rugió con entusiasmo mientras el levantador de apuestas comenzaba a acomodar el dinero en una caja de hierro.

-¿Ambos obtendrán un premio? -preguntó Jonathan.

-Claro -dijo el hombre-. Es la pelea más popular de la isla porque a veces el perdedor puede beneficiarse más que el ganador.

Los ojos de Jonathan se abrieron aun más:

-¿Podría alguien, incluso yo, hacerse rico perdiendo?

-No todos pueden ser parte del juego -respondió el hombre. Mirando cuidadosamente a Jonathan, preguntó-: ¿Eres un trabajador empleado lucrativo de esta comunidad? Tienes que tener un buen trabajo que perder antes de poder enfrentar al campeón.

-Bueno, no, no por ahora -dijo Jonathan, más que sorprendido-. No lo comprendo. ¿Por qué un obrero habría de arriesgar su trabajo para enfrentar al campeón?

Sonó la campana indicando el fin de otro round. El público se tranquilizó y ahora podían hablar sin gritar.

-Ésa es la idea. ¿No has oído hablar de la Ley del Perdedor? ¿En dónde has estado? No todos saltan al cuadrilátero, pero algunos aman la agitación. Algunos incluso piensan que pueden ser los nuevos campeones.

Y la Ley del Perdedor les quita gran parte del riesgo. El perdedor no tiene que preocuparse por su salario o las cuentas del doctor.

-¿Por qué no?

-Porque la Ley del Perdedor establece que el empleador de la persona debe pagarlo todo. Si lo hace bien, un perdedor puede obtener más dinero que cuando estaba trabajando. Nunca se había visto una pelea tan inspirada hasta que llegó la Ley del Perdedor.

Jonathan elevó su cuello por encima de la multitud y vio a un hombre caído en el rincón con un asistente que le ponía una esponja en la cara.

-¿Pero el jefe no debería compensar al obrero sólo por los daños ocurridos dentro del trabajo? ¿Qué tiene que ver el empleador con esta pelea?

-En realidad, nada. Escucha, hijo, el obrero dice que se lastimó, ¿verdad? Y dice que no puede volver a trabajar, ¿sí?

-Entiendo -replicó Jonathan, intentando seguirlo.

-Y si él dice que la lesión sucedió en el trabajo, el empleador debe probar que el obrero está mintiendo. Eso es virtualmente imposible.

-¿Quiere decir que el trabajador herido puede mentir para obtener el dinero?

-Eh, se sabe que ha sucedido -dijo el hombre con un gesto de disimulo-. No me malinterpretes, la mayoría de los trabajadores del pueblo no mienten. Pero la Ley del Perdedor premia a quienes lo hacen. Y, a medida que aumentan los seguros y los impuestos, las empresas cierran, los trabajadores que no siguen el juego pierden de todas formas. Así que todos los días tenemos más jugadores. Todos los aquí presentes compitieron alguna vez. A quienes no les gusta la idea de simular una herida simplemente se suben al cuadrilátero y se enfrentan por algunos rounds con el Demoledor.

-¿Pero por qué los empleadores no pueden probar la mentira? – preguntó Jonathan.

-Me duele la espalda, hijito. ¿Puedes probar que no es así? -El hombre hizo una seña hacia la multitud y agrego-: todos tenemos dolores de espalda y todos testificaremos por los demás que es por culpa del trabajo.

No han logrado probar una mentira en más de cuarenta años.

Finalmente Jonathan entendió por qué todos llevaban esos cintos y sujetadores especiales.

-¿El Consejo hace algo acerca de las mentiras?

El hombre se rió entre dientes.

-¡Bess Tweed es la mejor maestra que hemos tenido! Nos apoyará en cualquier cosa ya que somos leales a ella en el Día de Elecciones. Es una relación favorable.

-¡Policía! -gritó alguien en el público. Docenas de personas se pusieron de rodillas. El hombre de la mesa rápidamente cerró su caja de dinero, plegó la mesa y simuló estar caminando de rodillas con indiferencia entre la multitud en torno al cuadrilátero. Comenzó a silbar despreocupadamente.

Jonathan recorrió a la muchedumbre con su mirada en busca de la policía.

-¿Qué sucede? ¿La pelea es ilegal? -preguntó.

-Por Dios, no -respondió el hombre con calma-. A la policía le gusta tanto una buena pelea como a cualquiera de nosotros. Están en contra de las apuestas independientes. El Consejo de Gobierno dice que apostar es inmoral salvo en el Pabellón de los Intereses Especiales donde el Consejo se queda con una parte de las ganancias. En lo que a Tweed respecta, bueno, ella piensa que es mejor que ahorremos nuestras apuestas para las elecciones.

Entonces en ese momento sonó la campana nuevamente y el público festejó. De la nada, apareció Randi.

-¿Dónde está tu gato?

Traducido del inglés por Hernán Alberro.

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