Jonathan Gullible: Capítulo 38

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La banda de la democracia

No hubo tiempo para saludarse. Del otro lado de la cuadra alguien gritó: “¡Son ellos! ¡La Banda de la Democracia! ¡Cúbranse!”.

“Corran, corran” gritó un chico que pasó a gran velocidad junto a Jonathan.

Randi tenía una mirada de terror en su cara. “¡Debemos irnos de aquí rápido!” Los policías fueron los primeros en desaparecer. La multitud se dispersó en todas las direcciones; muchos de los que la conformaban se sacaban los sujetadores para correr más rápido. Tres familias enteras, con niños en brazos, corrían bajando las escaleras del Edificio B y arrojaban sus pertenencias hacia amigos que los esperaban más abajo. Juntaron sus cosas y se apresuraron a irse calle arriba.

Unos momentos después el lugar estaba casi vacío. Sólo se veía cómo los más lentos, con los brazos repletos de paquetes o de niños se alejaban de la amenaza. En el extremo lejano de la calle una estructura estalló en llamas. Sin moverse, Jonathan agarró el brazo de Randi.

-¿Qué está sucediendo? -exigió-. ¿Por qué están todos tan atemorizados?

Tironeando con fuerza para librar su brazo, Randi derribó a Jonathan al suelo y gritó:

-¡Es la Banda de la Democracia! ¡Más vale que te vayas de aquí rápido!

-¿Por qué?

-No hay tiempo para preguntas, ¡vamos! -gritó. Pero Jonathan se negó a ser arrastrado. Muerta de miedo, ella gritó nuevamente-: ¡Vamos o nos atraparán a ambos!

-¿Quiénes?

-¡La Banda de la Democracia! Jonathan, rodean a cualquiera que encuentran y votan qué hacer con él. Le quitan el dinero, lo encierran en una jaula, o lo fuerzan a unirse a la banda. ¡Y no hay nada que se pueda hacer para detenerlo!

La cabeza de Jonathan daba vueltas. ¿En dónde estaría esa policí ubicua ahora?

-¿La ley no protege a la gente de dichas bandas?

-Mira -dijo Randi, todavía forcejeando para soltarse de Jonathan-, ahora corre y habla después.

-Hay tiempo. Dime, rápido.

Ella miró por encima de su hombro. Tragó con fuerza y habló frenéticamente.

-Está bien. Cuando la banda se formó por primera vez, la policía la llevó a la corte por sus crímenes. La banda argumentaba que sencillamente estaba siguiendo el principio de gobierno de la mayoría, el mismo principio que es la base de nuestra ley y de nuestros tribunales. Sostenían que los votos determinan todo: ¡la legalidad, la moralidad, todo!

-¿Fueron procesados? -preguntó Jonathan. Ahora la calle estaba completamente desierta.

-¿Correría ahora si hubiesen sido procesados? No, los jueces votaron tres contra dos en su favor. El “Divino Derecho de las Mayorías” lo llaman.

Desde entonces la banda ha estado libre para ir tras cualquiera que ellos puedan superar en número.

Las reglas y costumbres sin sentido de la isla finalmente saturaron a Jonathan.

-¿Cómo puede vivir la gente en un lugar así? ¡Debe haber una forma de defenderse!

-Sin armas, la única defensa que tenemos contra la Banda de la Democracia es unirnos a otra banda con más miembros.

Jonathan la soltó y ambos salieron corriendo. Avanzaron más y más, por callejones, pasando portones, doblando esquinas, cruzando plazas. Randi conocía el pueblo tan bien como la palma de su mano.

Ambos siguieron corriendo hasta que estuvieron exhaustos.

Finalmente, mucho más allá de las calles y las casas, treparon una empinada cuesta bien por encima del pueblo con la esperanza de estar a salvo. Los últimos rayos de sol murieron en el Oeste y Jonathan vio el comienzo de nuevos focos de fuego en la ciudad. Los sonidos de gritos distantes y alaridos llegaban ocasionalmente a su escondite.

-No puedo avanzar más -dijo Randi sofocada, con su cabello marrón sobre los hombros hecho una maraña. Se recostó contra un árbol, jadeando para recobrar aire. Jonathan se sentó y se apoyó contra una pierda, exhausto.

La alocada corrida había roto el vestido de ella y la había despeinado-. Me pregunto qué le habrá sucedido a mis amigos -dijo ella con tristeza.

Jonathan también se preocupó. Pensó en la pareja de ancianos que tan buen cuidado le habían proporcionado la noche anterior y en su pequeña nieta, Louise. Todo individuo parecía impotente en este mundo extraño.

-Randi, es muy malo que tu gente pelee todo el tiempo. Muy malo que no tengan un buen gobierno que mantenga la paz.

Randi lo miró fijamente y se sentó junto a él.

-Estás confundido. Desde que la gente tiene memoria ha aprendido a sacarle algo al otro por la fuerza. ¿Quién crees que fue su maestro?

Jonathan frunció el entrecejo y respondió:

-¿Quieres decir que alguien les enseñó a usar la fuerza?

-No sólo alguien. La mayoría del pueblo aprendió con el ejemplo diario de sus vidas.

-¿Por qué el Consejo de Gobierno no los detiene? Para eso está el gobierno, ¿no es así? ¿Para proteger a la gente de la fuerza?

-El Consejo es la fuerza -dijo Randi enfáticamente-, y la mayor parte del tiempo es utilizado contra la gente en lugar de en favor de ella.

Piénsalo de esta forma. Está mal atacar a la gente ¿verdad? Así que tenemos el derecho de defendernos. Es difícil hacerlo solos, así que le pedimos a otros que nos ayuden. Así comenzó el Consejo. Pero tan pronto como tuvieron poder, lo utilizaron en nuestra contra; contra la misma gente que les dio poder.

Ella vio la mirada inexpresiva de Jonathan. Frustrada porque él no tenía la menor idea de lo que ella estaba diciendo, le puso el dedo índice sobre el pecho y dijo:

-Escucha, cuando quieres algo de otra persona, ¿cómo lo obtienes?

Sintiendo aún su marca por el robo, Jonathan respondió: -Quieres decir ¿sin usar una pistola?

-Sí, sin una pistola.

-Bueno, intento persuadirlo -respondió Jonathan.

-Bien. ¿O…?

-O… o ¿podría pagarle?

-Sí, es una forma de persuasión. De hecho, una más.

-Emmm. ¿Voy al Consejo de Gobierno y pido una ley?

-Exactamente -dijo Randi-. Con el gobierno no tienes que persuadir o pagarle a los demás. No tienes que confiar en la cooperación voluntaria.

Si pones al Consejo de Lores de tu lado, ya sea mediante el voto o el soborno, entonces puedes obligar a los demás a hacer lo que tú quieras. Por supuesto, cuando otro le ofrece más al Consejo, entonces puede forzarte a ti a hacer lo que él quiera. Y los Lores ganan siempre.

-Pero pensé que el gobierno unía a la sociedad.

-Por el contrario, el poder de la fuerza destruye la cooperación.

Cualquier mayoría puede obtener lo que quiera, y la minoría tiene que aguantárselo. Es legal, pero la minoría sigue sin convencerse, con rencor y hostilidad. El favoritismo y la pobreza resultantes son resentidos con mucha bronca.

Esto le recordó a Jonathan las historias que había oído en su infancia acerca del notorio Sheriff de Nottingham. El Sheriff utilizaba el poder de su puesto gubernamental para robar a ricos y a pobres; para enriquecerse a sí mismo y a sus aliados. Jonathan recordaba con dificultad el haber festejado cuando supo que las víctimas finalmente se habían rebelado contra ese Sheriff tiránico.

Randi dirigió la mirada de Jonathan hacia el fuego de más abajo.

-Mira los disturbios allá abajo -dijo ella-. La fibra de la sociedad está siendo destruida por esta constante lucha por el poder. Por toda la isla, los grupos que pierden muchos votos, algún día, explotarán de frustración.

Desafortunadamente, no siempre quieren poner fin a la fuerza. Simplemente la quieren de su lado.

Una lágrima comenzó a caer por su mejilla.

-Pronto iré en busca de mi padre. Establecimos un lugar especial para encontrarnos cuando sucede esto. Se preocupa por mí, pero esperaré hasta que se apaguen los fuegos. -Se quedó quieta un largo rato. Luego agregó distante, cansada-: algunos dicen que un incendio ocasional en el pueblo es bueno para los taladores de árboles. Les genera más pedidos de madera. Pero es triste. Qué podríamos tener si no tuviésemos que reconstruir todo el tiempo.

Jonathan se sentó en silencio, sorprendido por estos dos largos días desde la tormenta. La experiencia lo obligó a luchar contra todos los valores que sostenía. Cuando volvió a mirar a Randi, ella se había quedado profundamente dormida. Él estaba muy impresionado. Acomodándose, pensó: “Es muy fuerte”.

Traducido del inglés por Hernán Alberro.

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