Jonathan Gullible: Capítulo 39

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Buitres, mendigos, tramposos, y reyes

A la mañana siguiente las primeras señales de luz despertaron a Jonathan. Mices estaba sentado a pocos centímetros de su nariz con un regalo: otra rata medio muerta y ensangrentada. Jonathan se frotó los ojos y miró a su alrededor. Además de unas pocas columnas de humo, la ciudad parecía nuevamente en paz. Sacó un par de rodajas de pan de su bolsillo y comió una dejando la otra bajo la mano de Randi, intentando no despertarla. Ella se retorció, se sentó y se estiró.

-Quiero echar un vistazo desde arriba -dijo él. Ella estuvo de acuerdo y ambos treparon la pronunciada cuesta de la montaña. Pronto se estaban arrastrando hacia arriba, una mano tras otra, agarrándose lo mejor que podían de las ramas y las raíces del camino. Más adelante que ella, pero muy detrás de Mices, Jonathan llegó a un descanso cerca de la cima e inspeccionó la ciudad abajo, en la distancia. Faltaba un poco más, calculó, así que continuó subiendo la pendiente a través de un denso bosque de árboles desformes y retorcidos.

-¡Gente! -se dijo a sí mismo, exasperado-. Empujándose entre sí constantemente. Amenazándose unos a otros. Arrestándose. Robándose y dañándose entre sí.

Poco a poco los árboles se hicieron más delgados y sólo quedaron algunos arbustos; luego unas grandes rocas. Aún se podía ver una luna llena en el paulatino amanecer que acariciaba el horizonte. El aire era cálido y placentero mientras continuaba su camino. Finalmente, llegó a la cima. En el pico había un árbol escuálido y sin hojas y un buitre negro, grande y feo parado sobre una de las ramas desnudas.

-Oh, no -gimió Jonathan que había esperado una bienvenida más amigable-. Así es mi suerte. Me voy de un valle de buitres en busca de paz y ¿qué encuentro? ¡Un verdadero buitre!

-¡Un verdadero buitre! -repitió como un eco, una voz profunda y tosca.

Jonathan se quedó congelado. Mices casi salta de miedo, luego arqueó su lomo y comenzó a sisear. Los ojos de Jonathan se hicieron más anchos que la luna, se movieron lentamente, inspeccionando el terreno que tenía delante. Su corazón latía rápido en sus oídos. Sus labios hablaron temblando:

-¿Quién dijo eso?

-¿Quién dijo eso? -lo imitó la voz. Parecía venir de ese árbol de la cima.

Jonathan miró al buitre. Estaba sentado inmóvil. Pensó si podría ser un pájaro parlante, como un loro. Aquí no hay nada más. Pero los buitres no pueden hablar. Entonces se le ocurrió que todo en la isla era extraño así que ¿por qué no habría de ser un pájaro parlante?

Jonathan se irguió hasta lograr su mayor altura y, endureciendo sus nervios, se acercó lentamente al árbol. El pájaro no movió una pluma por más que Jonathan tenía la clara sensación de estar bajo su mirada.

-¿Me has hablado? -preguntó Jonathan, intentando mantener firme su voz.

-¿Y a quién más si no? -respondió el buitre con arrogancia.

Jonathan estuvo por caerse cuando se le cruzaron las rodillas. Se agarró y se agachó frente al árbol.

-¿Es que… puedes hablar?

-Claro que puedo hablar -dijo el pájaro-. También tú puedes hacerlo aunque no pareces saber lo que estás diciendo. -El pájaro giró su cabeza un poco y dijo en tono acusador-: ¿A qué te referías cuando dijiste que te fuiste de un valle de buitres?

-Yo… yo… lo siento. No quise decir nada -se disculpó Jonathan-.

Toda la gente allá abajo es siempre tan cruel y brutal. Es una forma de decir: sobre buitres y demás. La gente me recordaba a, bueno, a…

-¿Buitres? -El pájaro encrespó las plumas bajo su cogote. Jonathan asintió con docilidad. En ese momento, Randi surgió de los árboles y apareció a la vista. La escena de la conversación le quitó la respiración. Luego avanzó cuidadosamente al lado de Jonathan y le tomó la mano. El buitre gruñó y batió sus grandes alas antes de volver a establecerse sobre su rama.

-Tu problema, querido amigo, es que eres fácil de engañar con las palabras. Debes confiar en las acciones, no en las palabras.

-No entiendo -dijo Jonathan.

-Para ti, esta tierra es todo buitres. ¡Uf! Si eso fuera cierto, entonces sería una isla mucho mejor de lo que es. -El pájaro estiró su cuello largo y feo con orgullo-. Has venido a una isla de muchas criaturas: buitres, mendigos, tramposos y reyes. Pero no reconoces lo valioso porque los títulos y las palabras te engañan. Has caído en el truco más antiguo y ves el mal en la autoestima.

Jonathan se defendió: -No hay ningún truco. Los buitres, los mendigos y demás son fáciles de entender. De donde vengo, los buitres pican los huesos de los muertos. ¡Eso es desagradable! Los mendigos son simples e inocentes. Los tramposos son hábiles y divertidos, y traviesos.

Mientras que los reyes y la realeza -agregó Jonathan rápidamente, sus ojos bailaban con un brillo de excitación-, bueno, nunca conocí a ninguno en la vida real, pero he leído que vivían en palacios hermosos y vestían ropas deslumbrantes. Todos quieren ser como ellos. Los reyes y sus ministros gobiernan la tierra y sirven para proteger a todos su súbditos. No es ningún truco.

-¿Ningún truco? -dijo el buitre. Jonathan se quedó mirando el fruncido pico del ave-. Piensa en el buitre. De los cuatro, el buitre es el único noble. Sólo el buitre hace algo valioso.

El gran pájaro negro estiró su cuello nuevamente y miró a Jonathan.

-Siempre que muere un ratón detrás de un granero, yo lo limpio.

Siempre que un caballo muere en el campo, yo lo limpio. Siempre que un pobre hombre muere en el bosque, yo lo limpio. Yo como y todos salen beneficiados. Nunca nadie utilizó un arma o una jaula para que yo haga mi trabajo. ¿Me lo agradecen? No. Mis servicios son considerados sucios y malos. Así que el “asqueroso” buitre debe convivir con el abuso verbal y el desprecio. Luego están los mendigos; no producen, no le hacen bien a nadie, excepto a sí mismos. Pero tampoco provocan ningún mal. Por supuesto que intentan no morir en el bosque. Y se puede decir que brindan un sentido de bienestar a sus benefactores. Así que son tolerados. Los tramposos son los más hábiles y se han ganado un lugar alto en la poesía y la leyenda. Practican el engaño y el timo a otros con las palabras que tejen. Los tramposos no realizan ningún servicio útil, excepto enseñar la desconfianza y el arte del fraude.

Levantándose y tirando sus alas hacia atrás, el buitre respiró hondo.

Un débil olor a carroña perfumó el aire matinal.

-Por último, está la realeza. Los reyes no necesitan suplicar ni engañar; aunque generalmente hacen ambas cosas. Al igual que los ladrones roban el producto de los demás mediante la fuerza bruta que está a sus órdenes. No producen nada, pero controlan todo. ¿Y tú, mi inocente viajero, veneras a esta realeza mientras tratas con desdén a los buitres? Si vieras un monumento antiguo -destacó el buitre-, dirías que el rey era grandioso porque su nombre está inscripto en la cúspide. Sin embargo, no piensas en todos los cadáveres que tuve que limpiar mientras se construía el monumento.

Jonathan habló: -Es cierto. En el pasado, algunos reyes eran villanos. Pero en estos días los votantes eligen a sus líderes para formar un Consejo de Gobierno. Son diferentes porque… bueno, porque son elegidos.

-¿Los Lores Electos son diferentes? ¡Ja! -gritó el buitre con severidad-. A los niños aún se los cría con historias de la realeza y cuando crecen, la realeza es lo que esperaban. Tus gobernantes electos no son otra cosa que reyes por cuatro años y príncipes por dos años. De hecho, ¡son una combinación de mendigos, tramposos, y realeza mezclados en uno!

Mendigan o suplican por contribuciones y votos; adulan y engañan en cada oportunidad; brincan por la isla como gobernantes. Y, al tener éxito en sus hazañas, siempre queda menos para aquellos de nosotros que verdaderamente producimos y servimos.

Jonathan se quedó en silencio. Volvió a mirar el valle más abajo y asintió anhelante.

-Me gustaría ver un lugar donde no fuera así. ¿Podría existir un lugar así?

Elevando sus grandes alas, el buitre saltó del árbol y aterrizó con un golpe resonante al lado de Jonathan y Randi. Ellos dieron un salto hacia atrás, aturdidos por el gran tamaño del ave. El pájaro inclinado tenía casi el doble de altura que ellos.

-¿Les gustaría ver un lugar donde la gente fuera libre? ¿Donde las cosas se hicieran por derecho y donde la fuerza fuera sólo para protección? ¿Les gustaría visitar una tierra donde los funcionarios fueran gobernados por las mismas reglas de comportamiento que todos los demás?

-¡Oh, sí! -dijo Jonathan con ansiedad. Entonces miró a Randi expectante.

-No me puedo ir -dijo ella al buitre-. Mi familia me está buscando. Pero ¿volveré a ver a Jonathan?

Jonathan se exaltó. Con una gran sonrisa agregó: -Aún no tuve ese almuerzo gratis.

El buitre los estudió a ambos cuidadosamente. Parado tan cerca, Jonathan podía ver sus enormes ojos. Parecían taladrar a través de él, leyendo los signos de sinceridad.

-Se puede arreglar. Súbete a mi espalda -dijo el buitre. El pájaro giró un poco y bajó las plumas anchas y rígidas de su cola al suelo.

Jonathan dudó, recordando que le acababan de decir que confíe en las acciones, no en las palabras. ¿Qué acciones habían justificado que pusiera su vida en las alas de un buitre gigante? Poseído por la curiosidad, Jonathan utilizó un reborde del árbol para estar más alto. Tan pronto como había puesto sus brazos alrededor del escamoso cuello del ave, la sintió tensa. El buitre saltó torpemente por el suelo con pasos grandes. De repente se tambaleó y ambos flotaron en la brisa. Saludando muy abajo estaba Randi, con Mices a sus pies.

Recorriendo la isla desde las alturas, con el viento en la cara, Jonathan se sintió exuberante. Salvo por Randi, estaba feliz de dejar ese lugar. El brillo dorado del sol marcaba un nuevo día y las luces del pueblo empalidecían más abajo. El vasto océano oscuro se extendía más adelante y se preguntó hacia dónde irían.

Traducido del inglés por Hernán Alberro.