Con Jonathan firmemente ubicado sobre la espalda del buitre, el enorme pájaro hacía círculos sobre la isla con facilidad. Tras aclarar su rumbo, el buitre se deslizó directo hacia el saliente. Un débil viento en contra dificultaba su vuelo, el tiempo se hizo horas, y el movimiento rítmico del vuelo del buitre adormeció a Jonathan.
En su sueño diurno, corría por una calle estrecha perseguido por figuras oscuras. “¡Detente, maldito!” le gritaban. Pero eran temibles y Jonathan exigía aun más a sus piernas con desesperación. Apareció una figura frente a ellos: Lady Tweed. Sintió la respiración de ella en su cuello y ésta estiró sus dedos gordos para agarrarlo.
Un golpe seco despertó a Jonathan de un salto.
-¿Qué? -murmuró Jonathan, aún aferrándose a manojos de plumas del ave.
-Sigue esta línea junto a la costa -le indicó el buitre-. Sigue alrededor de una milla hacia el norte y encontrarás tu rumbo.
Habían aterrizado en una playa que a Jonathan le resultó vagamente familiar. Densos bloques de césped ondeaban dócilmente por encima de las amplias y doradas dunas de arena y el océano se veía gris y frío al cubrir la costa. Se bajó cautelosamente de la espalda del pájaro.
Pronto Jonathan se dio cuenta de dónde estaba.
-¡Estoy en casa! -exclamó. Comenzó a correr por las cuestas arenosas de la playa, luego se detuvo y se dio vuelta hacia el buitre-. Pero, dijiste que me ibas a llevar a un lugar donde las cosas se hacían por derecho.
-Eso hice -dijo el ave.
-Pero aquí no es así -se quejó Jonathan.
-Quizá no aún, pero así será cuando tú hagas que así sea. Cualquier lugar, incluso Corrumpo, puede ser un paraíso cuando los habitantes son verdaderamente libres.
-¿Corrumpo? -exhaló Jonathan-. La mayoría de ellos piensa que son bastante libres. Eso les dijo Lady Tweed . Y el resto le teme a la libertad, tan ansiosos por entregarse al Gran Inquisidor.
-Confía en las acciones, no en las palabras -le recordó el buitre-.
Algunos piensan que son libres en tanto hagan como se les ordena. La prueba de la libertad viene cuando uno elige ser diferente.
Pronto Jonathan se sintió muy nervioso. Inquietándose tomó una caña del piso y comenzó a atizar la arena.
-¿Cómo deberían ser las cosas? He visto los problemas, ¿pero cuáles son las soluciones?
El buitre dejó que la pregunta de Jonathan flotara entre ambos un rato mientras acicalaba sus plumas. Cuando todas estuvieron limpias y suaves el buitre miró hacia el mar y dijo:
-¿Estás buscando saber el futuro?
-Supongo -dijo Jonathan.
-Ése es el problema. Los gobernantes siempre tienen una visión y obligan a los demás a seguirla.
-Pero tener una visión ¿no es bueno para saber hacia dónde se dirige uno?
-Para ti, pero no para imponérsela a los demás -El buitre se volvió para enfrentar nuevamente a Jonathan, quien con sus talones hacía pozos en la arena-. En una tierra libre confías en la virtud y el proceso de descubrimiento. Miles de criaturas en busca de sus propios objetivos, cada una esforzándose, creará un mundo mucho mejor que el que te puedas imaginar para ellas. Primero fíjate en los medios, y el resultado será un buen fin.
Como si hubiese comenzado a quemarlo por dentro una chispa, Jonathan probó su comprensión:
-¿Si las personas son libre, llegarán a soluciones inesperadas? Y supongo que si la gente no es libre, ¡encuentra problemas inesperados!
-Eres lo suficientemente sabio como para saber lo que no deberían hacer los gobernantes. Para tomar una decisión puedes usar esta prueba: si no tienes derecho de hacer algo tú mismo, entonces no tienes derecho a pedirles a otros que lo hagan por ti.
Jonathan preguntó con escepticismo:
-Creo que lo entiendo, pero no creo que me vayan a escuchar.
-Es bueno para ti ya sea que los otros te escuchen o no. Quienes comparten tus ideales obtendrán valor de ti.
El buitre se dio vuelta hacia el mar preparándose para partir. Jonathan gritó:
-¡Espera! ¿Qué hay de Randi?
-Cuando hayas preparado tu paraíso, la traeré para que lo vea.
Jonathan miró al gran pájaro prepararse y lanzar su enorme cuerpo hacia el viento. Unos momentos más tarde, desapareció en un cielo nublado.
Comenzó a caminar. No se dio cuenta de la caminata más allá del constante crujir de la arena bajo sus pies y el azote del viento en su cuerpo.
Jonathan reconoció el canal rocoso que indicaba la entrada a su pueblo. Se estaba acercando a su casa y a su tienda lindera al puerto; a su hogar. El padre de Jonathan, delgado y cada vez más pelado estaba enrollando una soga frente a la entrada. Sus ojos se abrieron pronunciadamente al ver acercarse a su hijo.
-Jon -gritó su padre-. Jon, querido, ¿dónde has estado? -Su voz se quebraba, le gritó a su esposa que estaba ocupada limpiando adentro-. Rita, ¡mira quién regresó!
-¿Por qué tanto escándalo? -dijo la madre de Jonathan, que se veía un poco más agobiada de lo que Jonathan recordaba. Salió a la puerta y gritó de placer al ver a su hijo. En el mismo instante levantó a Jonathan en sus brazos y lo abrazó por un tiempo largo. Luego, lo apartó y lo miró de cerca, se pasó las mangas por los ojos para limpiarse las lágrimas de felicidad-. ¿Dónde has estado jovencito? ¿Tienes hambre, Jon? -Entonces le dijo entusiasmada a su esposo-: ¡Atiza el fuego, Hubert, y pon una olla!
Compartieron una feliz reunión. Luego de comer el último pedazo del pastel tibio de su madre, Jonathan suspiró y se reclinó en la silla. Le contó a sus padres acerca de Corrumpo, omitiendo cuidadosamente, por ahora, a ese increíble buitre. La vieja tienda y las habitaciones de atrás brillaban a la luz del fuego. Con la luz del hogar su sombra se estiraba contra la pared opuesta.
-Hijo, pareces más maduro -dijo su padre. Miró a Jonathan con firmeza y agregó jocosamente-: ¿Estás pensando en volver a desaparecer pronto?
-No, papá -dijo Jonathan-, vine para quedarme. Hay mucho que hacer.
Epílogo
La filosofía de este libro está basada en el principio de propiedad sobre uno mismo. Uno es dueño de su propia vida. Negar esto implica que otra persona tiene un mayor derecho sobre tu vida que tú mismo. Ninguna otra persona, o grupo de personas, es dueña de tu vida ni tú de las vidas de otros.
Existes en el tiempo: futuro, presente y pasado. Esto se manifiesta en la vida, la libertad y en el producto de tu vida y de tu libertad. El ejercicio de las decisiones sobre la vida y la libertad es tu prosperidad.
Perder tu vida es perder tu futuro. Perder tu libertad es perder tu presente. Y perder el producto de tu vida y de tu libertad es perder la porción de tu pasado que lo ha producido.
El producto de tu vida y de tu libertad es tu propiedad. La propiedad es el fruto de tu trabajo, el producto de tu tiempo, energía y talento. Es esa parte de la naturaleza que conviertes en un uso valioso. Y es la propiedad de otros la que se te da voluntariamente y por consentimiento mutuo. Dos personas que intercambian propiedad voluntariamente se benefician mutuamente, de no ser así no harían el intercambio. Sólo ellos pueden tomar esa decisión.
Ha habido épocas en que algunas personas utilizaron la fuerza y el fraude para sacarle algo a los demás sin el consentimiento voluntario.
Normalmente, el inicio en el uso de la fuerza para tomar la vida es homicidio, para tomar la libertad es esclavitud, y para tomar la propiedad es robo. Resulta exactamente igual si estas acciones las realiza una persona, muchas personas contra unos pocos, o incluso si la realizan funcionarios públicos con sombreros elegantes. Tienes el derecho de proteger tu vida, libertad y propiedad correctamente adquirida, contra la agresión violenta de otros. Así que tienes el derecho de pedirle a otros que te ayuden a defenderte. Pero no tienes el derecho de iniciar el uso de la fuerza contra la vida, la libertad o la propiedad de otros. Por ende, no tienes derecho a designar a ninguna persona a que inicie el uso de la fuerza contra otros en tu nombre.
Tienes derecho a escoger tus líderes, pero no tienes el derecho de imponer gobernantes sobre otros. Sin importar cómo se elijan los funcionarios, sólo son seres humanos y no tienen derechos superiores a los de ningún otro ser humano. Más allá de los creativos títulos que se le ponga al comportamiento o al número de las personas que lo alientan, los funcionarios no tienen derecho a asesinar, esclavizar, o robar. No puedes darles ningún derecho que tú mismo no tienes.
Como eres dueño de tu vida, eres responsable de ella. No alquilas la vida de otros que exigen tu obediencia. Tampoco eres un esclavo de otros que exigen tu sacrificio. Eliges tus propios objetivos en base a tus propios valores.
El éxito y el fracaso son ambos incentivos necesarios para aprender y crecer.
Tus acciones en nombre de otros, o sus acciones en tu nombre, sólo son virtuosas cuando derivan del mutuo consentimiento voluntario. Dado que la virtud sólo puede existir cuando hay decisiones libres.
Ésta es la base de una verdadera sociedad libre. No sólo es el principio más práctico y humanitario para la acción humana, sino que también es el más ético.
Los problemas surgidos del inicio en el uso de la fuerza por parte del gobierno tienen una solución. La solución es que las personas del mundo dejen de pedirle a sus funcionarios de gobierno que inicien el uso de la fuerza en su nombre. El mal no sólo surge de la gente mala, sino también de la gente buena que tolera el inicio del uso de la fuerza como un medio para sus propios fines. De esta manera, la buena gente ha dado poder a la gente mala a lo largo de la historia.
Confiar en una sociedad libre es centrarse en el proceso de descubrimiento del mercado de valores más que centrarse en alguna visión u objetivo impuestos. Utilizar la fuerza gubernamental para imponer una visión sobre otros es una pereza intelectual y generalmente resulta en perversas consecuencias indeseadas. Para alcanzar una sociedad libre se necesita del valor para pensar, hablar y actuar; especialmente cuando es más fácil no hacer nada.
Traducido del inglés por Hernán Alberro.