Votar: Lo que se ve y lo que no se ve

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Hay una línea de pensamiento que prevalece en exceso entre los estadounidenses amigos de la libertad. Es la siguiente: “Puede esperarse que el candidato X tenga una política exterior más imperialista que el candidato Y, pero es mejor que el candidato Y en asunto económicos internos y eso es evidentemente lo que más importa”. Esta forma de pensar pone implícitamente debajo de la alfombra todo el aspecto antibelicista.

Esto contrasta vivamente con la forma de pensar de Ron Paul. Ron Paul puede estar en el Partido Republicano, pero esto no indica en modo alguno que el propio Paul considerara que vuestro republicano medio sea mejor en el cargo que vuestro demócrata medio. De hecho es más probable que la perspectiva de que los neocones belicistas e imperialistas volviendo a tener todo su poder sea más atemorizante para el Dr. Paul que la perspectiva de una política interior demócrata redoblada.

Ron Paul, al contrario que algunos de sus fieles, nunca puso a la política exterior en el asiento trasero ante la política económica interior: lejos de ello. En su campaña presidencial, habló incluso más acerca de acabar con el imperio de EEUU que de acabar con la Fed.

Además, Ron Paul incluía sensatamente la política exterior como un punto esencial dentro de su política económica interior, apuntando incesantemente que el imperio de EEUU no es solo responsable de la destrucción en el extranjero y de la inseguridad en el interior, sino que también nos está empobreciendo y llevando a la bancarrota.

La política exterior es un asunto económico también en otro sentido. Los intervencionistas extranjeros son esencialmente socialistas de la producción de seguridad. Para demasiados conservadores, el mismo gobierno federal que es demasiado inepto y corrupto como para dirigir una emisora de televisión se alguna forma es milagrosamente competente y suficientemente virtuoso como para hacer del mundo un lugar más seguro mediante invasiones, ocupaciones, cambio de régimen y operaciones de la CIA panificados centralizadamente.

Algunos pueden conceder esto, pero argumentar que el peligro de un nuevo “New Deal” es más agudo que el de un renacimiento neocón. Pero esto está lejos de ser evidente y de hecho es bastante dudoso. ¿Qué puede ser más agudamente peligroso que una política exterior aún más beligerante que es más probable que lleve a una represalia nuclear?

Cuando Murray Rothbard explicó por qué había apoyado (lo que es esencialmente distinto que aprobar) a Lyndon Johnson por encima del candidato supuestamente “pro-libertad” Barry Goldwater, apuntaba que los consejeros de Goldwater estaban locos y querían “bombardear nuclearmente a Rusia”. Rothbard decía correctamente que problemas como los controles de precios “palidecen” en importancia ante la perspectiva de un conflicto nuclear. No hay mucho a lo que poner precio en un páramo nuclear.

Rothbard, como Ron Paul, ponía a la política exterior en el centro del escenario. Igual que Ludwig von Mises fue el último caballero del liberalismo, Murray N. Rothbard fue el último caballero de la Vieja Derecha.  Mientras que Mises fue un Leónidas del laissez faire rodeado por socialistas y monetaristas, Rothbard fue un Roldán contra la guerra luchando bravamente y casi en soledad en la retaguardia de la Vieja Derecha contra los Guerreros Fríos de la Nueva.

Rothbard empleó buena parte de las década de 1950 escribiendo un tratado económico que marcaría una época que dejaba claro el alegato por el libre mercado. Sin embargo, en 1959 estaba más preocupado por los asuntos de la guerra y la paz que por la política económica interior. En ese año escribió: “Estoy cada vez más convencido de que la cuestión de la guerra y la paz es la clave de todo el tema libertario” y que, a la vista de un presupuesto estadounidense en armamento excediendo de los 40.000 millones de dólares, “el hecho de que podamos gastar unos pocos miles de millones menos en viviendas públicas o en ayudas agrícolas ha dejado de entusiasmarme”.

Tampoco la perspectiva de un candidato “pro-empresa” jugueteando con el estado de bienestar estadounidense (y probablemente expandiéndolo en la práctica) debería entusiasmar, o incluso apaciguar a los libertarios a la vista del gasto militar estadounidense, que, en 2011, excedió los 700.000 millones de dólares.

Esto no supone dejar irse de rositas a Obama. Para empezar, Obama también es un horrible intervencionista extranjero. Y aunque es en cierto modo menos desastroso de lo que sería Romney en política exterior, esto solo es verdad a corto plazo.

Igualmente, Romney, como Obama es un horrible intervencionista en el interior. Y aunque sería algo menos desastroso que Obama en política económica interior, eso asimismo solo es verdad a corto plazo.

A largo plazo, si se elige a cualquiera de ellos, los impactos anteriores probablemente se inviertan.

Las políticas económicas del gran gobierno de Romney sembrarían las semillas de futuras crisis y depresiones. Aun así su fracaso se achacaría a su evidente orientación al “libre mercado”, dando así al capitalismo una mala reputación.

Ha ocurrido antes. La reputación del capitalismo y sus perspectivas siguen tambaleándose por la presidencia de George W. Bush.

Igualmente, la continua intromisión de Obama en el exterior sembraría las semillas de más conflictos e inestabilidad política. Pero este fracaso se achacaría a su evidente “blandura” en política exterior, dando así a la paz una mala reputación.

También hemos visto ya esto. La actual ola de disturbios en el mundo árabe se debe en buena medida a la reciente intromisión de Obama en Libia, Egipto y otros lugares. Es la Primavera Árabe patrocinada por EEUU en retroceso, como pasa inevitablemente con las primaveras. Pero este retroceso árabe se achaca por muchos al fracaso estadounidense en “liderar” (es decir, entrometerse aún más) bajo Obama.

Así que la elección entre Obama y Romney es incluso menos clara de lo que uno podría pensar. Con Romney, la causa de la libertad económica y la abundancia interior se ve un poco menos dañada a corto plazo, pero más a largo plazo. Con Obama, la causa de la paz y la seguridad se ve un poco menos dañada a corto plazo, pero más a largo plazo.

Así que si uno se viera obligado a votar por uno u otro, la cuestión sería simplemente qué causa es más importante. La elección también estaría entre el corto plazo y el largo plazo. ¿Son los peligros a corto plazo tan agudos que deben ser prioritarios, ya que no habría un largo plazo del que hablar? ¿O sería tonto y miope buscar un paliativo a corto plazo, sellando así nuestro destino?

Afortunadamente los libertarios no están obligados a votar por uno u otro (al menos no por ahora). Y tampoco deberíamos sentirnos obligados a ello. Como muchos han argumentado ya, las posibilidades de que un solo voto determine quien se convierte en presidente son prácticamente cero.

Además, incluso aunque uno no acepte esta línea de razonamiento, debe recordar la orden de Frédéric Bastiat de considerar tanto lo que “se ve” como lo que “no se ve”. Uno debe no solo considerar el efecto que pienses que tenga un voto directa y estrechamente, sino asimismo sus efectos indirectos y más amplios.

Para empezar, un voto ayuda a proporcionar un mandato por todas las políticas del cargo elegido, apoye el votante esas políticas o no. Como ha dicho un autor, votar “solo anima a los bastardos”.

Además, todo voto para un cargo federal es un voto para el hiperestado conocido como gobierno federal de EEUU y para los hiperestados en general. Es en la práctica una aprobación del poder centralizado y un voto de desconfianza en el localismo.

Y sí, sería verdad en un voto para un medio libertario como Gary Johnson, o incluso un individuo excepcionalmente heroico como Ron Paul. El verdadero progreso hacia la libertad no puede conseguirse mediante las oficinas de un estado pantagruélico.

Lo que es más importante es que el cambio social se determina fundamentalmente, no con votos, sino, como enseñaba Mises, con ideología. Una ideología está determinada por los mensajes que comunicamos y enseñamos, a través de nuestras palabras y el ejemplo de nuestras acciones, no por la gente a la que damos poder.

El ejemplo que dais a vuestros hijos y amigos al votar por poner a un belicista, un redistribucionista o cualquier otro violador de derechos (o realmente a cualquiera) en un cargo destructor en sí mismo a la cabeza de un hipereststado destructor en sí mismo tiene impactos que se propagarán a través de la sociedad y la posteridad como ondas en un estanque y será mucho más importante que cualquier impacto que tenga en la elección inmediata.

Digamos que estáis de acuerdo conmigo hasta cierto punto y que estáis principalmente preocupados por enviar un mensaje. Pero digamos que queréis enviar un mensaje votando, tal vez por un candidato que sabéis que perderá, pero con el que estáis de acuerdo en buena medida. Pensad cuidadosamente acerca de qué mensaje estáis exactamente mandando en realidad. Puede hacernos sentir bien ayudar a un candidato libertario a cosechar un número de votos sorprendentemente grande. Pero si así promovéis como defensor estándar del libertarismo a un candidato que, por ejemplo, apoya el FEMA porque “los estados no están suficientemente bien equipados” para atender desastres, solo estáis confundiendo al público acerca de lo que es el libertarismo y por tanto dañando a la importantísima causa del cambio ideológico.

Buscar el anillo del poder que es la presidencia de EEUU solo corrompería el movimiento libertario. Elección tras elección, cuanto más nos acerquemos a ese anillo, más oportunistas hambrientos de poder se adhieren al movimiento. El movimiento acabaría convirtiéndose en tan corrupto que cualquier cargo que elija será libertario solo en el nombre. Esos arribistas no tendrían los principios o la valentía de acabar con el Sistema de la Reserva Federal, abolir el estado del bienestar o desmantelar el imperio. El inevitable fracaso de esos cargos oficiales “libertarios” en evitar el desastre del país desacreditaría irreparablemente al libertarismo.

La búsqueda de cargos es un callejón sin salida. La promoción por principio de cambios ideológicos es la vía abierta. Una vez que se asientes las ideas libertarias y entren en las filas del pensamiento, no habrá ninguna necesidad de acudir a los salones del poder. El estado parasitario se desprenderá de la sociedad como la piel muerta.

La forma más eficaz de promover hoy la libertad sería decidir abstenerse de votar y contar a todos esa decisión. Si vas a depositar hoy algo, deposita unos pocos dólares en una organización libertaria por principios dedicada al cambio ideológico.

Como dijo recientemente Ron Paul:

Dejadme deciros que el trabajo del Instituto Mises es esencial. Esto es importante. Es más importante que cualquier acción política. Tenemos que cambiar los corazones y las mentes de la gente y su comprensión de los mercados libres y la libertad individual. Así es como podemos cambiar el mundo.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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