Echemos un breve vistazo a las principales áreas problemáticas de nuestra sociedad y veamos si podemos detectar algún “hilo rojo” que corra a través de todas ellas.
Altos impuestos. Los impuestos elevados, y cada vez mayores, han debilitado a casi todos los ciudadanos y están obstaculizando la productividad, los incentivos y el ahorro personal, así como también las energías libres de la gente. A nivel federal, existe una creciente rebelión contra el oneroso impuesto a las ganancias, y un pujante movimiento de rebelión impositiva, con sus propias organizaciones y publicaciones, que se niega a pagar un gravamen que considera depredador e inconstitucional. A nivel local y estatal, se expresan de modo cada vez más masivo opiniones contrarias a los opresivos impuestos a la propiedad. Así, en California, un documento con 1,2 millones de votantes firmó un petitorio por la iniciativa Jarvis-Gann en la elección de 1978, una propuesta que reduciría en forma drástica y permanente los impuestos a la propiedad del 33% al 1% y pondría topes a la valuación fiscal de la propiedad. Más aun, la iniciativa Jarvis-Gann exige una aprobación de dos tercios de todos los votantes registrados en el estado de California, con lo cual obliga a congelar el aumento de los impuestos a la propiedad más allá del tope del 1%. Y, para asegurarse de que el Estado simplemente no lo sustituya por otro gravamen, la iniciativa también requiere dos tercios de los votos para que la legislatura estatal aumente cualquier otro impuesto en el estado.
Además, en el otoño de 1977, miles de propietarios en Cook County, Illinois, participaron en una huelga impositiva contra el impuesto a la propiedad, que había aumentado en forma notable debido a mayores valuaciones. Es innecesario enfatizar que el gobierno tiene el monopolio exclusivo del impuesto a las ganancias, a la propiedad, o cualquier otro. Ningún otro individuo u organización disfruta del privilegio de recaudar impuestos, de obtener sus ingresos mediante la coerción.
Crisis fiscal urbana. En toda la nación, los estados y las localidades experimentan dificultades para pagar el capital y los intereses que deben sobre su abultada deuda pública. La ciudad de Nueva York ha sido la primera en declarar un default parcial sobre sus obligaciones contractuales. El problema de la crisis fiscal urbana consiste sencillamente en que los gobiernos urbanos gastan demasiado, incluso más de lo que obtienen con las exacciones impositivas. Cuánto gastan los gobiernos urbanos o estatales depende de ellos; una vez más, el gobierno es el culpable.
Vietnam y otras intervenciones en el exterior. La guerra de Vietnam constituyó un desastre total para la política exterior de los Estados Unidos: después que innumerables personas fueron asesinadas, la tierra quedó devastada y el gasto de recursos alcanzó enormes proporciones, el gobierno apoyado por los Estados Unidos cayó por fin a comienzos de 1975. Como es lógico, la derrota en Vietnam dio origen a un fuerte cuestionamiento de la política exterior intervencionista de los Estados Unidos en su conjunto, y a ello se debió en parte el hecho de que el Congreso pusiera un freno a la intervención militar estadounidense en el fracaso de Angola. El gobierno federal, por supuesto, también tiene el monopolio exclusivo de la política exterior. La guerra fue realizada por las fuerzas armadas estadounidenses, que también son reclutadas en forma coercitiva y monopólica por el mismo gobierno. Éste es, pues, absolutamente responsable de toda guerra y de todo problema de política exterior, en su totalidad y en cada aspecto.
Crímenes en las calles. Consideremos lo siguiente: estos crímenes, por definición, se están cometiendo en las calles. Éstas pertenecen casi universalmente al gobierno, que por ende tiene un monopolio virtual de la propiedad de la calle. La policía, que supuestamente protege a los ciudadanos del crimen, es un monopolio compulsivo del gobierno. Y las cortes, cuya función es condenar y castigar a los criminales, también son un monopolio gubernamental coercitivo. En consecuencia, el gobierno ha tenido a su cargo cada aspecto del problema del crimen callejero. El fracaso aquí, al igual que en Vietnam, sólo a él debe imputársele.
Congestión del tránsito. Nuevamente, esto ocurre sólo en las calles y rutas de propiedad gubernamental.
El complejo militar-industrial. Este complejo es enteramente una creación del gobierno federal. Éste es el que decide gastar innumerables miles de millones en armamento nuclear de superlativa capacidad de destrucción, el que negocia contratos, el que subsidia la ineficiencia mediante garantías de utilidad fija por encima del costo, el que construye fábricas y las arrienda o directamente las entrega a los contratistas. Por supuesto, los negocios implicaron un lobby para el logro de estos privilegios, pero sólo a través del gobierno pueden existir los mecanismos de privilegio y esta mala asignación de recursos que se caracteriza por el despilfarro.
Transporte. La crisis del transporte comprende no sólo embotellamientos de tránsito, sino también deterioro de los ferrocarriles, precios excesivos en las aerolíneas, congestión en los aeropuertos en las horas pico y déficit en los subterráneos (por ejemplo, en la ciudad de Nueva York), que están al borde de la ruina. Sin embargo, durante el siglo xix se construyeron demasiadas rutas mediante importantes subsidios gubernamentales (federales, estatales y locales), y esta industria ha sido la que experimentó mayores regulaciones, y por más tiempo, en la historia de los Estados Unidos. Las aerolíneas están cartelizadas a través de la regulación del Directorio de Aeronáutica Civil y subsidiadas mediante esa regulación, con contratos postales y aeropuertos virtualmente gratuitos. Todos los aeropuertos en los que operan líneas comerciales pertenecen a ramas del gobierno, en su mayoría locales. Los trenes subterráneos de la ciudad de Nueva York han sido propiedad gubernamental durante décadas.
Contaminación de los ríos. Los ríos no pertenecen a nadie, es decir, siguen siendo del “dominio público”, o sea, propiedad fiscal. Además, la contaminación de las aguas se debe en gran medida a los sistemas de drenaje cloacal municipales. También aquí el gobierno es el principal responsable: al mismo tiempo el mayor contaminador y el “dueño” más negligente del recurso.
Escasez de agua. Es un problema crónico en algunas áreas del país e intermitente en otras, como la ciudad de Nueva York. Sin embargo, el gobierno, 1) posee los ríos de los cuales proviene el agua, por ser éstos del dominio público, y 2) como proveedor comercial virtualmente único de agua, es dueño de los depósitos y de los sistemas de cañerías que la transportan.
Contaminación del aire. Nuevamente, en virtud del dominio público, “posee” el aire. Además, han sido las cortes de justicia, propiedad exclusiva del gobierno, las que durante generaciones, respondiendo a una política deliberada, han dejado de proteger nuestros derechos de propiedad sobre nuestras personas y nuestros cultivos ante la contaminación generada por la industria. Más aun, gran parte de la contaminación proviene de plantas gubernamentales.
Escasez de energía y cortes de electricidad. En todo el territorio, los gobiernos estatales y municipales han creado monopolios de gas y energía eléctrica y han concedido estos privilegios monopólicos a compañías privadas, las cuales son reguladas y cuyas tarifas son establecidas por agencias gubernamentales, lo que les asegura una ganancia permanente y fija. De nuevo, el gobierno ha sido la fuente del monopolio y la regulación.
Servicio telefónico. El mal funcionamiento del servicio telefónico, que es cada vez mayor, se origina también en un privilegio monopólico otorgado coercitivamente por el gobierno, y éste fija las tarifas que le garantizan una determinada ganancia. Como en el caso del gas y la electricidad, nadie puede competir con la compañía telefónica monopólica.
Servicio postal. Habiendo sufrido fuertes déficit a lo largo de su existencia, el servicio postal, en rotundo contraste con los bienes y servicios producidos en el libre mercado por la industria privada, ha experimentado constantes aumentos de precios y mermas de calidad. La mayoría del público, que utilizaba un correo de primera categoría, se vio obligada a subsidiar empresas que proporcionan servicios de segundo o tercer nivel. Una vez más, la Oficina de Correos ha sido, desde fines del siglo xix, un monopolio compulsivo del gobierno. Toda vez que las empresas privadas han podido competir, incluso de manera ilegal, en la entrega del correo, invariablemente han brindado un mejor servicio a menor precio.
Televisión. Los programas televisivos son insulsos y las noticias, distorsionadas. Las emisoras de radio y los canales de televisión fueron nacionalizados durante medio siglo por el gobierno federal, quien otorga licencias privilegiadas con carácter gratuito y puede, y de hecho lo hace, revocarlas cuando una emisora incurre en el desagrado de la Comisión Federal de Comunicaciones. ¿Cómo puede existir una genuina libertad de expresión o de prensa en tales condiciones?
Sistema de asistencia social. La asistencia social, por supuesto, es campo exclusivo del gobierno, tanto estatal como local.
Urbanización. Junto con el tránsito, es uno de los más conspicuos fracasos urbanos en los Estados Unidos. Sin embargo, pocas industrias han estado tan entrelazadas con el gobierno. La planificación urbana ha controlado y regulado las ciudades. Las leyes de zonificación impusieron innumerables restricciones a la propiedad inmueble y a la tierra. Los impuestos a la propiedad limitaron el desarrollo urbano y forzaron a la gente a abandonar sus hogares. Los códigos de construcción restringieron y encarecieron la edificación de viviendas. La renovación urbana proporcionó subsidios masivos a las empresas constructoras, obligó a la demolición de departamentos y locales alquilados, redujo la oferta de viviendas e intensificó la discriminación racial. Los importantes préstamos gubernamentales generaron un exceso de construcciones en los suburbios. Los controles sobre los contratos de alquiler crearon una escasez de departamentos y redujeron la oferta de viviendas residenciales.
Huelgas y restricciones sindicales. Los sindicatos se han convertido en un estorbo para la economía y tienen el poder de lisiarla, pero sólo como resultado de numerosos privilegios especiales otorgados por el gobierno, sobre todo varias inmunidades, en particular la Ley Wagner de 1935, aún en vigencia, que obliga a los empleadores a negociar con los sindicatos que obtienen un voto mayoritario de la “unidad de negociación” arbitrariamente definida por el propio gobierno.
Educación. La escuela pública, en otros tiempos tan venerada y sacrosanta para los estadounidenses como la maternidad o la bandera, en los últimos años ha recibido numerosos ataques desde todas partes del espectro político. Ni siquiera sus defensores podrían sostener que realmente las escuelas públicas enseñan algo. Y recientemente se han visto casos extremos en los cuales las acciones de las escuelas públicas han motivado una reacción violenta en áreas tan diferentes como el sur de Boston y el condado de Kanawha, en Virginia occidental. Las escuelas públicas, por supuesto, son propiedad de los gobiernos estatales o municipales, con considerable ayuda y coordinación a nivel federal. Son respaldadas por leyes de asistencia obligatoria que fuerzan a todos los chicos en edad escolar a asistir a una escuela, sea pública o privada, certificada por autoridades gubernamentales. La educación superior también se ha entrelazado mucho con el gobierno en las últimas décadas: numerosas universidades pertenecen al Estado, y otras reciben sistemáticamente aportes, subsidios y contratos.
Inflación y estanflación. Estados Unidos, al igual que el resto del mundo, ha sufrido durante muchos años una inflación crónica y acelerada, acompañada por elevados índices de desempleo y que ha persistido durante recesiones graves, así como también moderadas (estanflación). Más adelante se presentará una explicación de este fenómeno indeseado; baste decir aquí que la causa primera es la continua expansión de la oferta monetaria, un monopolio compulsivo del gobierno federal (cualquiera que pretenda competir con la emisión gubernamental de dinero es enviado a prisión por falsificación). Una parte vital de la oferta monetaria de la nación es emitida en forma de cheques, a través de las cuentas corrientes, por el sistema bancario, que a su vez está bajo el control absoluto del gobierno federal y de su Sistema Banco Central.
Watergate. Finalmente, pero no lo menos importante, el trauma que sufrieron los estadounidenses y que se conoce como “Watergate”. Watergate significó la total desacralización del presidente y de instituciones federales consideradas sacrosantas, como la CIA y el FBI. Las invasiones a la propiedad, los métodos del estado policial, la decepción del público, la corrupción, la constante y sistemática comisión de delitos por parte de un mandatario que alguna vez fue virtualmente todopoderoso, llevó a la acusación, hasta entonces impensada, de un presidente y a una amplia y justificada falta de confianza hacia todos los políticos y todos los funcionarios del gobierno. El Establishment ha lamentado muchas veces esta nueva y profunda falta de confianza, pero no ha sido capaz de restaurar la ingenua fe pública de los días anteriores a Watergate. La historiadora liberal Cecilia Kenyon calificó una vez a los anti-federalistas –los defensores de los Artículos de la Confederación y opositores a la Constitución– como “hombres de poca fe” en las instituciones del gobierno. Suponemos que no sería tan inocente si hubiese escrito ese artículo en la era post-Watergate.[1] Por supuesto, Watergate es un fenómeno pura y totalmente gubernamental. El presidente es el ejecutivo principal del gobierno federal, los “plomeros” fueron su instrumento, y el FBI y la CIA son también agencias gubernamentales. Y lo que Watergate destrozó fue, y esto es bastante comprensible, la fe y la confianza en el gobierno.
Entonces, si vemos a nuestro alrededor los problemas cruciales de nuestra sociedad –las crisis y fracasos–, encontramos en todos y cada uno de los casos un “hilo rojo” que los marca y los une: ese hilo es el gobierno. En cada uno de estos casos, el gobierno ha manejado completamente la actividad o ha ejercido fuerte influencia sobre ella. John Kenneth Galbraith, en su exitoso libro The Affluent Society, reconoció que el sector gubernamental era el centro de nuestro fracaso social, pero llegó a la extraña conclusión de que, por lo tanto, hay que desviar más fondos y recursos del sector privado hacia el sector público. En consecuencia, ignoró el hecho de que el rol del gobierno en los Estados Unidos –federal, estatal y local– haya crecido enormemente, tanto en términos absolutos como proporcionales, durante este siglo, y sobre todo en las últimas décadas. Lamentablemente, Galbraith nunca se planteó esta pregunta: ¿Hay algo inherente al funcionamiento y actividad del gobierno, algo que crea las mismas fallas que, como es evidente, son demasiadas? Debemos investigar algunos de los mayores problemas del gobierno y de la libertad en los Estados Unidos, ver de dónde provienen las fallas y proponer soluciones para un nuevo libertarianismo.
[1] Kenyon, Cecilia M. “Men of Little Faith: The Anti-Federalists on the Nature of Representative Government.” William and Mary Quarterly (enero de 1955), pp. 3-43.