Mesías de la deuda soberana

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Tras el desastre de las inversiones de la Société Général, el intermediario granuja Jerome Kerviel ha sido acusado de desviar miles de millones de activo a inversiones imprudentes. Como la historia estalló el mes pasado todos los comentaristas han reclamado justificadamente perseguir estas acciones ilícitas como un robo inequívoco.[1]

Aunque sus acosadas acciones habían perdido la mitad de su valor en los pasados seis meses, el mercado financiero reaccionó rápidamente a la noticia de las niñerías de Kerviel, ya que el día después de que se levantara la suspensión de cotización de Société Général sus acciones bajaron un 5,5%. (A partir de entonces tuvo un rebote en dobles dígitos por rumores de que su rival en el sector BDP pretendía comprarla).

Además, rodaron las cabezas directivas de los responsables de “monitorizar las operaciones”,  los controles, y fueron considerados responsables por la aparentemente deslucida supervisión.

Renombrando una vieja estrategia

Aunque los fondos soberanos de inversión han existido durante décadas, solo en los últimos años se han investigado y examinado sus estrategias de inversión. Aunque varían sus carteras y objetivos a largo plazo, una característica común que comparten todos los fondos de inversión controlados por el estado es que el capital semilla viene de los bolsillos de contribuyentes coaccionados o recursos nacionalizados.[2]

Además, no solo están controlados políticamente por individuos inapropiadamente tentados por influencias externas (por ejemplo, sobornos), sino que bajo el eufemismo de “vehículo de inversión” estos fondos no son distintos de cualquier estrategia de inversión gestionada por el gobierno.

El toque de Midas

Armadas con miles de millones de dólares de dinero poco honrado, estas instituciones son alabadas como mesías, interviniendo en rescates de última hora y refinanciando megacompañías en apuros. Según The Economist, solo en los últimos años, los FSI han “puesto en juego casi 69.000 millones de dólares en recapitalizar a los ricos bancos de inversión más grandes del mundo”.

Si se creyeran los titulares acríticos de la prensa económica y a los expertos financieros, estos conseguidores del mercado son mesiánicos y su participación no solo es buscada (y se ven como instituciones legítimas), sino que se diviniza en tiempos inciertos.[3] Sus acciones se convierten en profecías autocumplidas porque los fondos y empresas en los que invierten acaban convirtiéndose en refugios seguros, ya que los FSI pueden permitirse subvencionar continuamente inversiones mal calculadas.

Así que lo único que queda sin decir ni preguntar es ¿quién comparte las ganancias o pérdidas?

¿Accionista, participante o medio para un fin?

La Chinese Investment Corporation (CIC), dirigida por el gobierno chino, se encarga de manejar 200.000 millones de dólares en activos.[4] El pasado verano invirtió 3.000 millones de dólares en una de las mayores sociedades anónimas privadas del mundo, el Grupo Blackstone. En su momento se proclamó un acontecimiento relevante brillantemente ejecutado. Sin embargo, en 6 meses, el “holding perdió, en papel, alrededor de 1.000 millones de dólares en un momento en que el índice general de la Bolsa de Shanghai estaba subiendo”.

¿Quién carga con las pérdidas? Ni Stephen Schwarzman, CEO de Blackstone, ni Lou Jiwei, presidente de la CIC, han sido despedidos. En este caso, los accionistas han sido relegados a un estado de observadores, a las ligas menores, calificados dudosamente como “participantes”. A pesar de este estatus, ningún residente en Singapur, Noruega, Kazajistán o las aproximadamente veinte naciones que operan FSI se les permite el mismo nivel de poder y control que tienen los donantes sin ánimo de lucro, por no hablar del que tienen los accionistas normales.[5]

Como consecuencia, los FSI no solo han retrasado el necesario mecanismo de limpieza del hogar de los mercados que rescatan, sino que exacerban cada vez más el problema diluyendo y distorsionando el mercado del control eficaz. Y aunque sea subjetivo lo que cada inversor individual deba hacer, el mercado hipotecario estaba reclamando una liquidación de malos modelos de negocio y empresas enteras.

La espada de Damocles

Encargado de tener una meticulosa diligencia debida, incluso el gestor de inversión más bregado de una empresa privada es capaz de realizar inversiones empresariales imprudentes, aunque afronte la sanción más grave para el fracaso: ser despedido. En caso contrario, su empresa puede no solo perder clientes, sino asimismo afrontar la bancarrota. Así que los gestores viven continuamente con mediciones de rendimiento fácilmente cuantificables, objetivas y apolíticas.

Por el contrario, los FSI, como son en realidad maquinaciones políticas, solo tienen que satisfacer objetivos políticos para mantenerse a flote. En consecuencia, no ha de lograrse rentabilidad ni solvencia.[6] La perspicacia empresarial y el talento emprendedor se dejan de lado a favor de los que tienen capital, influencias y relaciones políticas.

En consecuencia, millones de contribuyentes sin rostro e industrias socializadas tienen la responsabilidad fiduciaria de cubrir todas las pérdidas. Es un timo antiguo y es este muy esencial doble patrón el que permite el estado existir y operar en primer lugar.

Esta historia cierra el círculo, porque mientras el estado continúa robando a los ciudadanos y petro-mercados en nombre de los impuestos, ni los cargos públicos ni los gestores de los FSI se ven condenados por los mismos delitos de los que se acusa a Kerviel.[7]


[1] Cabe preguntarse si estos dudosos consecuentes reclamarían la cabeza de Kerviel en una bandeja si sus inversiones ilegales hubieran generado más de 7.000 millones de dólares en beneficios.

[2] Es recomendable para los interesados la literatura que rodea al ahora difunto Holdeen Trust. En pocas palabras, se establecieron una serie de trust privados en Pennsylvania cuyos dividendos acabarían financiando todas las necesidades presupuestarias del estado. La factibilidad de este objetivo nunca pudo probarse totalmente porque, después de décadas en los tribunales, la Iglesia Unitaria acabó consiguiendo para sí el control de estos fondos.

[3] La incertidumbre ha sido un tema de interés expuesto por muchos miembros de la Escuela Austriaca. Aunque no haga falta decir que todo tiempo es un tiempo de incertidumbre, la capacidad de cuantificar y medir el riesgo se ha convertido en parte integral de los mercados financieros (por ejemplo, seguros, reaseguros, servicios actuariales). Ver también “Incertidumbre” de Ludwig von Mises, “Capital is Disequilibrium” de Peter Lewin y “Uncertainty and Its Exigencies” de Hans-Hermann Hoppe.

[4] Seguramente la institución financiera más infravalorada actualmente existente es la Administración Estatal para el Intercambio Exterior de China. La AEIE ha subvencionado el dólar de EEUU al comprar continuamente grandes cantidades de títulos del Tesoro. Sin cientos de miles de millones en las reservas de la AEIE, el valor del dólar sería muchísimo menor del actual. La empresas e individuos occidentales con activos denominados en dólares tienen 1.400 millones de residentes en China (cuyo propio nivel de vida y poder adquisitivo se deprimen artificialmente) a los que agradecer por inflar de momento el valor del cada mes manos valioso dólar. No dejéis de leer “The $1.4 Trillion Question” de James Fallows en The Atlantic.

[5] Para los interesados por el debate que rodea al participante frente al accionista, ver: “Stakes versus Stocks” de Jeff Scott, “The Stakeholder Fallacy” de Norman Barry y “Word Watch” de Walter Block.

[6] Después de todo, sin un incentivo del beneficio, ¿cómo van a poder medir y elegir inversiones los FSI para empezar? ¿Cuándo deberían salir?

[7] Según Stephen Jen, de Morgan Stanley, hay actualmente 29 FSI, que tienen entre todos 2,9 billones de dólares en activos.


Publicado el 11 de marzo de 2008. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.