¿Son los gobiernos eficientes en la asignación de sus recursos?

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No hace falta ser economista para darse cuenta de que hay consecuencias no deseadas para cada acción. Puede que no esté a plena vista o ser muy evidente, pero las consecuencias negativas a menudo son el precio que pagamos al creer equivocadamente que somos invencibles. Los progresistas no parecen comprender esta verdad. En sus mentes, la prosperidad sería como un diluvio, aunque sólo un grupo secreto planificara centralmente ya que creen que podrían cordinar las acciones de miles de millones. De esta manera, podríamos obtener una economía en perfecta rotación. Habría mucha menos libertad, pero al menos todos estarían contentos y trabajando.

Poner en práctica la intervención forjada por los burócratas estatales casi siempre provoca una situación menos agradable que el objetivo inicial. El sueño de la socialización termina en una pesadilla, cuando organizadores torpes intentan hacer un modelo de algo que no pueden diseñar. En términos más básicos, convierten la abundancia de bienes en una escasez abrumadora.

La escasez en la Unión Soviética fue un buen ejemplo de este fenómeno. Lo mismo ocurre con los salarios y el control de precios implementado durante la administración Nixon en los EE.UU. De hecho, cualquier apalancamiento que el gobierno intenta imponer en el mercado distorsiona contrariamente las fluctuaciones regulares. Claro, los empresarios y los inversores no siempre dan su impronta a la hora de satisfacer la demanda del consumidor. Pero las señales negativas que las mercancías impopulares en las tiendas envían de vuelta , actúan como un mecanismo de corrección. Lo que es poco rentable se desecha rápidamente a favor de lo que se desea.

El hecho de que se observe el proceso de mercado como un tipo de conspiración en contra del individuo es producto de los académicos marxistas, cuyo proselitismo no ganaría ni un centavo de dinero si no fuera por las subvenciones del gobierno. Pero incluso mientras los profesores universitarios tienen una reputación de inutilidad esotérica (para bien o para mal), su palabra es tomada como verdad intelectual. El trabajador de cuello azul está siempre dispuesto a creer que su relativamente bajo nivel de vida – con microondas, aire acondicionado, automóviles baratos y funcionales, comida alta en calorías – se debe a fuerzas fuera de su control. Cuando es alguien con una chaqueta de tweed con “Doctor” delante de su nombre el que le dice que el Estado puede complementar su estilo de vida, es tanto más creíble.

La destrucción provocada por las manos entrometidas del gobierno deja de ser atribuidas a las fuentes correctas. A los políticos les encanta encontrar chivos expiatorios en el sector privado para distraer la atención de su propia incompetencia. La prensa está siempre dispuesta a seguir el juego, aunque sólo sea para mantener su lugar en la jerarquía política.

En Venezuela, las autoridades del gobierno están tomando medidas enérgicas contra los empresarios codiciosos que establecen precios de especulación. ¿Por qué estos sucios capitalistas se aprovechan del trabajo del hombre mediante el cobro de cantidades no justificadas? En primer lugar, el banco central del país ha estado en una juerga de impresión salvaje de dinero durante la última década, con el efecto de que se está ejerciendo una presión al alza sobre los precios de consumo. Como Álvaro Vargas Llosa del Independent Institute señala, desde el “2002 la oferta monetaria (M1) ha crecido a una tasa anual del 54 por ciento, mientras que el PBI  per cápita ha aumentado a una tasa anual de poco menos del 4 por ciento”. Las empresas están simplemente tratando de seguir el ritmo de disminución de la demanda del público para mantenerse en un panorama en el que la moneda cada vez tiene menos valor. El uso de la palabra “manipulación” por politburós implica la existencia de algún tipo de injusticia en las transacciones voluntarias. Es una palabra de moda destinada a animar sentimientos de malestar y envidia.

Cualquier observador económico en su sano juicio puede identificar fácilmente el error en curso por el gobierno venezolano. En su infinita sabiduría, los burócratas socialistas han establecido una serie de “precios justos” que se supone que serán suficientes para contrarrestar muchos años de prácticas de negocios sin escrúpulos. Muchas de estas tarifas equitativas son muy inferiores a las del mercado. Del mismo modo que los saqueadores después de un desastre natural, las masas rápidamente se han aprovechado de estos niveles de precios artificiales. Las tiendas de electrónica han sido especialmente afectadas; ser dueño de una televisión de pantalla plana debe  al parecer ser considerado un derecho humano, pues estos recibieron una atención especial por parte del Estado.

En lugar de echar la culpa a los saqueadores por actuar completamente por instinto, las autoridades venezolanas están tomando medidas enérgicas contra los propietarios de las tiendas que intentaron responder a esta demanda desmesurada. El sentido común dice que cuando la gente quiere más de algo, se eleva el precio para compensar esa necesidad. De esta forma, sólo a los que verdaderamente deseen pagar se les dará la oportunidad. La ley económica es simple: si  se fuerza a bajar levemente el precio de algo que ya está en la demanda, el mercado demandará más de lo mismo. El público no se sienta como discípulos a la espera de seguir órdenes. Su causa es la supervivencia y la mejora de su propia suerte.

Y si bien puede ser agradable iluminar la imbecilidad del Estado venezolano socialista, la misma mentalidad controladora de los políticos tiene a los funcionarios del gobierno enervados por todo el mundo. En Filipinas, donde uno de los tifones más grandes de la historia ha traído daños sin precedentes, el gobierno central se prepara para imponer el control de precios. El presidente Benigno Aquino ha dado unilateralmente a su gobierno la autoridad para fijar los costos con el fin de garantizar que las víctimas de la tormenta puedan obtener los alimentos y el agua que necesitan. Este esfuerzo de buena voluntad está destinada al fracaso del mismo modo que poner un tope a los rendimientos siempre crea escasez. Los suministros de emergencia, como los que están en las tiendas, se evaporan rápidamente cuando la gente se apresura a comprar todo lo que puede antes de que los precios aumenten. Aquino puede tener buenas intenciones, pero  el resultado de sus acciones van a ser malas.

La misma situación es un problema constante en la Administración de Veteranos de EE.UU, aunque de una manera diferente. Según los profesionales de la salud un promedio de veintidós veteranos que regresan se suicida cada día. Por años, la burocracia en la Administración de Veteranos ha fracasado en proporcionar una atención adecuada para los ex soldados. Algunos de estos hombres y mujeres evitan un  tratamiento para trastornos mentales debido a su inculcada cultura de dureza. Muchos otros abusan del sistema para recibir un tratamiento innecesario. El resultado es que las personas en extrema necesidad de atención médica se ven perjudicados. En lugar de ser tratados adecuadamente, el dolor mental de las atrocidades de guerra se extingue de la peor manera posible. Es una triste pero fácilmente predecible situación, dado que el gobierno desperdicia los recursos naturales de que dispone.

El único medio para establecer los precios de mercado es reconociendo la propiedad privada  y un sistema racional de buena asignación. El Estado – que es inherentemente anti-propiedad – no es más que una llave inglesa en el orden del trabajo pacífico. Sus acciones complican la relación entre compradores y vendedores, y crean enemigos que de otra manera serían socios amigables con beneficios en los negocios. La división globalizada del trabajo y la estructura de la producción es una de las mayores hazañas que el hombre sacó adelante sin provocar daños irreparables. La corrupción en curso por parte de los actores gubernamentales en el proceso de distribución de los recursos es la verdadera injusticia que tiene lugar – no de los CEO’s (directores ejecutivos) egoístas o de los desastres naturales.


El artículo original se encuentra aquí. Traducido del inglés por Mario Antonio Chávez Merino.

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