Los muchos efectos colaterales negativos del Obamacare no deberían sorprender a nadie

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Incluso los liberales de izquierda están empezando a darse cuenta de que el Obamacare tiene defectos fatales. Tal vez esto sea porque habrá menos gente asegurada al final del año, bajo el Obamacare, que al inicio del año, al haber obligado a las aseguradoras a eliminar coberturas. Historias de estas cancelaciones para niños con cáncer, indudablemente no ayudan.  Para un programa cuyo propósito declarado es proporcionar seguro a más gente, esta ironía parece incluso demasiado como para que puedan digerirlo los intervencionistas.

Sin embargo, los efectos negativos del Obamacare son simplemente un microcosmos de la política del gobierno en general. Prácticamente todas las políticas públicas bienintencionadas (suponiendo que realmente sean bienintencionadas) traen  consecuencia negativas no pretendidas que dañan a la gente a la que pretenden servir. La prevalencia de esta paradoja, llamada iatrogenia (usada originalmente en el contexto médico para referirse a acciones de doctores que dañan a pacientes), debería hacer meditar a quienes están a favor de la intervención pública para resolver problemas sociales.

Tomemos por ejemplo, las políticas de control de rentas, que pretenden hacer más accesible la vivienda a quienes tengan rentas bajas. En realidad, estas políticas disminuyen la cantidad de vivienda disponible porque los potenciales caseros tienen menos incentivos para alquilar y los promotores tienen menos incentivos para construir nuevas unidades. Como consecuencia, hay menos viviendas disponibles par la gente con rentas bajas. Fijaros simplemente en la escasez de apartamentos en Nueva York o San Francisco, las dos ciudades con las política más estrictas de control de rentas, como prueba.

Este proceso de iatrogenia también existe en la regulación financiera. El polemista Nassim Taleb ha explicado cómo el aumento en la regulación financiera destinada a impedir otra crisis financiera en realidad la ha hecho más probable. Las regulaciones confían el destino del sistema financiero a un puñado de grandes bancos porque son los únicos que pueden permitirse cumplirlas. Esta consolidación de poder entre los grandes bancos hace más arriesgado el sistema financiero, porque si uno de estos pocos bancos quiebra, el daño será mucho mayor para la economía que la quiebra de un banco pequeño entre muchos. “Estos intentos de eliminar el ciclo económico”, dice Taleb, “llevan a la madre de todas las fragilidades”.

En términos de proteger a los más desamparados de la sociedad, el sociólogo Charles Murray relata, más recientemente en sus superventas Coming Apart, cómo la guerra del gobierno federal contra la pobreza paradójicamente daña a los pobres. Explica que aunque las prestaciones sociales son bienintencionadas, lo que hacen en realidad es pagar a la gente para que siga siendo pobre, dañando a la propia gente a la que pretenden ayudar. Estos incentivos mal dirigidos son una razón importante en por qué 15  billones de dólares en gasto social en los últimos 50 años ha ocasionado perversamente una tasa de pobreza máxima en 50 años del 15,1%.

Los que defienden actualmente un aumento en el salario mínimo deberían examinar antes su historia iatrogénica de generar consecuencias negativas no pretendidas a la gente con salarios muy bajos a la que pretende ayudar. Los aumentos en el salario mínimo realmente dañan a los perceptores de rentas bajas, porque los propietarios de negocios despiden personal y recortan horas para tratar de compensar sus pérdidas ante esos aumentos salariales obligatorios. Esto les deja a los que tienen pocas posibilidades en el mercado laboral en una posición aún más precaria. “Por desgracia, el salario mínimo real es siempre cero, independientemente de las leyes”, dice el economista Thomas Sowell, “y ese es el salario que reciben muchos trabajadores tras la creación o aumento de un salario mínimo dictado por el gobierno, porque o bien pierden su empleo o no consiguen encontrar empleo”.

Por supuesto no son solo las políticas de los liberales de izquierdas las que generan consecuencias negativas no pretendidas que dañan a la misma gente a la que se pretende ayudar, sino asimismo las conservadoras como la guerra contra las drogas y la guerra contra el terrorismo.

La guerra contra las drogas pretendía ayudar a comunidades plagadas de droga dictando y aplicando sanciones estrictas sobre el uso de drogas. Lo que hace en la práctica es dañar a estas comunidades al convertir en delincuentes a una porción importante de sus habitantes. Los usuarios de drogas ahora suman casi el 25% de los reclusos en cárceles federales y estatales, ingresando muchos por simples posesiones y saliendo como delincuentes curtidos, produciendo un daño incalculable a sus comunidades. Incluso quienes no entran en conflicto con la ley han de afrontar dificultades sociales y laborales por un historial criminal asociado a su nombre.

La misma historia iatrogénica se produce en la guerra contra el terrorismo, que pretende mantenernos a salvo lanzando una múltiple ofensiva contra potenciales terroristas y las geografías en las que pueden habitar. Por desgracia, como ha explicado el antiguo oficial de inteligencia de la CIA, Michael Scheuer, algunas de estas ofensivas, como la guerra agresiva con drones y el apoyo a regímenes apóstatas, en realidad avivan las llamas de odio a EEUU poniéndonos menos a salvo. “Es la política estadounidense lo que enfurece a al-Qaeda”, dice Scheuer, “no la cultura ni la sociedad estadounidenses”.

La intervención del gobierno, no importa su forma o intención, causa iatrogenia (consecuencias negativas no pretendidas que dañan a la misma gente a la que pretende ayudarse). En ningún caso se ve un ejemplo mejor que en el Obamacare, una política que pretendía traer seguros para todos y que en la práctica se la ha quitado a muchos. Tal vez la creciente coalición de gente que aprecia esta paradoja vea la luz y la aplique también a otras áreas políticas. Para la clases afectadas, solo nos queda la esperanza.


Publicado el 26 de diciembre de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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