De cómo la guerra contra la droga falló a Philip Seymour Hoffman

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Ahora que ha pasado suficiente tiempo desde la muerte de Philip Seymour Hoffman, es hora de evaluar si hay algo positivo que podamos aprender de este acontecimiento trágico y horrible. Algunas preguntas puede que nunca se respondan, pero hay algunas cuestiones con respuestas que nos dan ideas de mejora y posiblemente algunos decidan poner en marcha esas mejoras.

La pregunta que permanece es: ¿por qué pasó esto? ¿Cómo pudo alguien con tanto talento y un brillante futuro acabar muerto por sobredosis de drogas con una aguja en su brazo?

La respuesta sencilla es que esos resultados son casi inevitables dentro de una sociedad grande y diversa como la nuestra, que contiene una inmensa variedad de personas. Por eso, no debería sorprendernos que ocurran cosas inusuales y desgraciadas a algunas personas y que la gente famosa sin duda no sea inmune a eso.

La heroína mata a gente con talento de forma regular, pero lo mismo hacen los ahogamientos accidentales, el alcohol y caerse por las escaleras. En el caso de Hoffman, la heroína que estaba consumiendo era potente y podría haber tenido un ingrediente adicional poderoso que la hizo mortal. El consumo ilegal de drogas lleva a miles a muertes por sobredosis cada año. Los medicamentos con receta, especialmente los calmantes, llevan a muchas más.

Resulta difícil ir más allá de la respuesta sencilla. Evidentemente, poco puedo ofrecer para entender las circunstancias personales de este caso más allá de lo que haría un periodista de cotilleos de segunda fila. Sin embargo hay dos cosas notables en la muerte de Hoffman que son más generales y sociales en naturaleza y por tanto sujetas a análisis económico.

La primera es que poseer, vender y comprar heroína está prohibido por el estado y esas actividades con llevan duras penas. Esto causa multitud de distorsiones en su producción, distribución y consumo. Así que, para el economista, la heroína no está en su estado normal.

Por supuesto, podéis pensar que la heroína no debería estar en su “estado normal”, porque el mundo estaría descontrolado y mucha gente tendría el mismo destino que Hoffman. Sería una opinión perfectamente “normal”, pero no cambia el hecho de que ahora la heroína existe en un estado extremadamente anormal. Ese estado anormal es el resultado de la prohibición del gobierno.

El estado anormal de la prohibición del gobierno tiene multitud de implicaciones, sin que estén todas perfectamente claras para el observador casual. Hay una clara implicación de que la prohibición es extremadamente costosa para la sociedad. Están los gastos directos de aplicar la prohibición y los costes de oportunidad de los que se habría conseguido con esos mismos recursos. Luego están todas las terribles consecuencias no pretendidas que no hay espacio suficiente como para listar aquí.

El muy alto coste pone límites al uso de la prohibición en una sociedad, de forma que solo regímenes como el de Corea del Norte y posiblemente algunas monarquías musulmanas ricas en petróleo usan las prohibiciones para implantar totalmente sus visiones ideológicas.

Otra implicación es que la prohibición no es eficaz. Corea del Norte puede ocultar sus propios fracasos, pero las sociedades abiertas no. La prohibición puede desanimar a algunos consumidores potenciales, ¿pero se dañarían a sí mismos esos consumidores en ausencia de prohibición? La mayoría, no. En otras palabras, mientras la guerra contra las drogas obligue a los adictos y usuarios casuales a confiar en productos no etiquetados y de mercado negro (y posiblemente adulterados) para sus dosis, ¿usarían los drogadictos esos peligrosos productos en un mercado libre? Es improbable. Sí sabemos que ante la prohibición muchos usuarios recurren al uso de alcohol y medicamentos para usos recreativos no prescritos que pueden causar un daño similar o incluso peor al causado por las drogas prohibidas.

Simplemente no hay evidencias de que la prohibición genere ningún beneficio socialmente deseable, pero sí hay amplias evidencias de sus costes y destrucción.

También hay que señalar que Hoffman estaba asimismo tomando una serie de medicamentos. Varios de ellos eran productos fuertes alteradores de mente y cuerpo. Según los reportajes, los investigadores encontraron methocarbamol (relajante muscular), hidroxicina (ansiolítico), lisdexanfetamina (TDAH) y buprenorfina para tratar adicciones (un analgésico opiáceo) y clonidina (presión arterial, TDAH, desorden de ansiedad/pánico y ciertas condiciones de dolor).

Incluso sin heroína, estos medicamentos parecen una mezcla peligrosa. Según mis investigaciones, cada medicamento por separado tiene una larga lista de efectos secundarios, complicaciones y “qué hacer y qué no hacer”. La combinación de todos los medicamentos simultáneamente parecería una mezcla peligrosa y potencialmente mortal, incluso sin que se introdujera la potente heroína.

Estos medicamentos tampoco están en su estado normal, sino que existe un entorno de intrincada intervención pública. Los medicamentos deben estar aprobados por la Food and Drug Administration (FDA), a los medicamentos aprobados se les da una patente (es decir, un monopolio) y solo médicos con licencia pueden prescribir esos medicamentos y solo farmacéuticos con licencia pueden dispensar esos medicamentos.

Así vemos lo que puede ocurrir en la confluencia de dos entornos anormales. Uno es el mercado negro en el que las fuerzas normales del mercado y el sistema legal está prohibido. El otro es un nido cuidadosamente tejido  de monopolios públicos en el que las fuerzas normales del mercado y los marcos legales están, o bien excluidos, o bien colocados en la camisa de fuerza del monopolio público.

Podéis seguir creyendo que estas dos aproximaciones son apropiadas y necesarias, pero, por favor, no echéis la culpa de los problemas resultantes al mercadolibre.


Publicado el 19 de febrero de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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