En lo que se refiere a defensores de la economía keynesiana, ninguno tiene más espacio o influencia que Paul Krugman. Durante casi una década, Krugman ha usado su columna en el New York Times para promover tanto la política económica keynesiana como el programa del Partido Demócrata, así como para burlarse de las teorías económicas opuestas, como la teoría austriaca del ciclo económico (a la que calificó como la “teoría de la resaca” en su infame artículo de Slate de 1998). Así que no debería sorprender que la comunidad Mises haya tomado intelectualmente las armas en una variedad de foros contra los ataques de Krugman. Desde el economista William L. Anderson, escribiendo su apropiadamente titulado blog Krugman en el país de las maravillas, al desafío de Robert P. Murphy al laureado con el Nobel para un debate moderado, los defensores de la economía austriaca han creado un sitio especial en sus corazones para criticar a Krugman.
Aunque Krugman pueda jugar para el “equipo contrario” en teoría económica, siempre he considerado entretenido su estilo de escribir. Así que me sorprendió agradablemente ver a muchos bloggers que promueven el punto de vista austriaco elogiando un libro suyo menos conocido, Pop Internationalism. El libro es una colección de 13 ensayos destacando los beneficios del libre comercio y mostrando las mentiras del proteccionismo. Ya he sufrido con los más populares The Conscience of a Liberal y El gran engaño, de Krugman, así que pensé que le daría una oportunidad y gastaría dinero en una copia usada para ver la razón de tanta algarabía. Después de todo, Krugman ganó el premio Nobel por sus contribuciones a la “nueva teoría del comercio”, no por sus continuas llamadas a gastos masivos de estímulo y aumentos de los impuestos a los ricos, ni por acusar a los conseradores de ser monstruos dispuestos a empobrecer todo el país.
Si hay algo en lo que Paul Krugman ha demostrado que es bueno, es ridiculizando a sus oponentes. Incluso cuando se publicó por primera vez Pop Internationalism, en 1997, Krugman no perdió el tiempo en el prólogo en acusar a los “internacionalistas pop” de dedicarse a la “vagancia intelectual”.[1] Su principal objetivo a lo largo del libro eran esas personas influyentes en la administración Clinton que afirmaban que el gobierno estadounidense tenía que adoptar una amplia política industrial para mantener al país económicamente competitivo. Estos objetivos incluían al antiguo decano de la Escuela de Dirección Sloan del MIT y el autor del superventas La guerra del siglo XXI : la batalla económica que se avecina entre Japón y Europa y Estados Unidos, Lester Thurow, el antiguo secretario de trabajo, Robert Reich y el antiguo candidato presidencial Ross Perot, entre otros.
La premisa básica de Krugman a lo largo del libro es que el comercio libre y globalizado no es algo que deba temer un país rico como Estados Unidos, sino más bien algo que debería adoptar. Los miedos proteccionistas al libre comercio como un “desempleo masivo” y “déficits comerciales” están injustificados, según Krugman, porque
Lo que rige el comercio es la ventaja comparativa en lugar de la absoluta. Mantener el crecimiento de la productividad y el progreso tecnológico es extremadamente importante; pero es importante por sí mismo, no porque sea necesario para mantener en la competencia internacional.[2]
Krugman apunta que es superflua la idea de un país adoptando una política industrial para ayudar a ciertos sectores de “alto valor” a ser competitivos en la economía mundial. “¿Por qué?”, pregunta Krugman, “¿no están haciendo ya su trabajo los mercados privados?”[3] Continúa declarando que “la productividad del trabajador estadounidense medio está determinada por una compleja matriz de factores, la mayoría de ellos inalcanzables para cualquier política pública”.[4] Apuntes sorprendentes, de verdad, viniendo de Krugman. Para rematar esta adopción de la eficiencia del mercado sobre las políticas públicas, incluso continúa reconociendo que la intervención pública para mejorar la competitividad puede acabar llevando a “malas asignaciones de recursos”.[5]
¿Malas asignaciones de recursos? No está lejos de las “malas inversiones” inducidas por la inflación de las que advertían gente como Mises, Hayek y Rothbard en el siglo pasado.
El profesor de economía de la Univesidad de Michigan, Mark Perry, publicó recientemente una serie de posts en su blog, Carpe Diem, que destacaban los aumentos de productividad en manufacturación en Estados Unidos. A continuación están los gráficos destacados:
Perry, Mark J. “‘Decline of Manufacturing’ is Global Phenomenon: And Yet the World Is Much Better Off Because of It“. Carpe Diem. 29 de abril de 2011.
Perry, Mark J. “How Increasing Worker Productivity Has Led to the ‘Decline of Manufacturing’ as a Share of US GDP“. Carpe Diem. 1 de mayo de 2011.
El Dr. Perry llega a la conclusión de que
Las quejas acerca del “declive de las manufacturas de EEUU” son realmente un reconocimiento algo erróneo del cambio global en la producción que ha tenido lugar desde que entramos en la Era de la Informática con l introducción comercial del microchip en 1971 y dejamos atrás gradualmente la Era de las Máquinas. Cuando nos quejamos de que “ya no se fabrica nada aquí”, no es tanto que otro esté fabricando las cosas que solíamos fabricar como que nosotros (y otros en todo el mundo) ya no necesitemos tantas “cosas” en relación con el tamaño general de la economía.[6]
Es estupendo que el Dr. Perry destaque los miedos infundados acerca del declinar de las manufacturas en Estados Unidos. Sorprendentemente, Krugman hacía la misma afirmación en Pop Internationalism haca casi 15 años:
En 1970, los residentes en EEUU gastaron en 46% de sus ingresos en bienes (manufacturas, cultivos o minería) y un 54% en servicios y construcción. En 1991, las porciones eran de 10,7% y 59,3% respectivamente, al comprarla gente comparativamente más atención sanitaria, viajes, actividades de ocio, servicios legales, comida rápida, etc. Apenas sorprende, dado este cambio, que las manufacturas se hayan convertido en una parte menos importante de la economía.[7]
Al hacerse más eficientes y productivas nuestras manufacturas, abaratando así costes, queda más capital para invertir en el sector servicios. Como los aumentos en productividad manufacturera hacen que fluya más capital de sectores altamente especializados, esto da una oportunidad a los países con bajos salarios para conseguir una “ventaja comparativa” en las manufacturas debido a una entrada de capital extranjero. Esto a su vez aumenta su propio niveld e vida. Krugman proporciona un modelo al estilo David Ricardo, mostrando esta correlación al descartar el tipo de retórica proteccionista que aparecía en el aprobado NAFTA.[8]
A lo largo de Pop Internationalism, Paul Krugman hace una gran defensa de cómo el libre comercio y la economía global aumentan los niveles de vida tanto de las naciones ricas como de las empobrecidas. Dicho esto, el libro está lejos de ser perfecto. Aunque en este libro Krugman no está tan cerca de ser el entusiasta keynesiano que ha sido en sus escritos recientes, sigue dando muchos apoyos a la intervención pública en la economía. Estos incluyen la defensa de la devaluación de la divisa para mejorar la competitividad de un país (aunque admite que puede rebajar los niveles de vida de aquellos cuya divisa se devalúa)[9] e incluso apuntando contra la Ley de Say.[10]
Para los defensores de la teoría austriaca, Pop Internationalism, de Krugman, es un alivio bienvenido del “keynesianismo vulgar” que llena su columna del New York Times. A pesar de los defectos del libro, Krugman hace un gran trabajo al rechazar temores infundados acerca del libre comercio. Al final, proporciona incluso un casi apoyo a la praxeología misesiana y la deducción lógica:
Pero la economía no es una ciencia lúgubre porque les guste a los economistas que sea así: es porque al final debemos someternos a la tiranía no solo de los números, sino de la lógica que expresan.
Ojalá todos los columnistas del New York Times siguieran el consejo de Krugman (incluido él mismo). Hasta entonces, continuará siendo el economista al que los austriacos les gusta odiar. Si queréis leer un alegato decente por el libre comercio y estáis dispuestos a gastar unos pocos dólares, Pop Internationalism los vale solo el factor paradójico de que lo haya escrito Krugman. Al menos gastaréis para estimular la economía, porque todos sabemos que el consumo es en definitiva lo que lleva al crecimiento económico, ¿verdad?
[1] Krugman, Paul. Pop Internationalism. Cambridge, Massachusetts: The MIT Press, 1997. [2] Ibíd., p. 101. [3] Ibíd., p. 12. [4] Ibíd., p. 16. [5] Ibíd., p. 18. [6] Perry, Mark J. “Decline of Manufacturing“. 29 de abril de 2011. [7] Pop Internationalism, pp. 38-40. [8] Ibíd., p. 76 y pp. 90-91. [9] Ibíd., p. 7. [10] Ibíd., p. 32.
Publicado el 23 de mayo de 2011. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.