Al reparar cosas, a menudo me encuentro pensando en economía. Todo trabajo implica consideraciones económicas, pero hay aspectos únicos en la reparación de máquinas que tocan profundamente los principios centrales de la economía que son inevitables para el reparador.
Empleamos máquinas para atender nuestros deseos mundanos, que no tienen fin. Satisfacer nuestros deseos infinitos con nuestros medios limitados ha sido calificado como “el problema económico fundamental”. Thomas C. Taylor escribe:
Pero a pesar de la abundancia comparativa de productos y servicios que emanan del proceso de cooperación social, persiste el problema económico: Los deseos continúan excediendo los medios o recursos para alcanzarlos.
Si miramos los contenidos de cualquier vertedero, nos damos cuenta de que la reparación es un ejemplo estelar de este “problema fundamental”. ¡Las máquinas estropeadas superar con mucho a los recursos para arreglarlas! Dada la disparidad entre la cantidad de averías y los medios para arreglarlas, el resultado final es: lo que se repara está sujeto una dura pero necesaria priorización basada en las necesidades más acuciantes de la gente. Solo los sistemas más importantes serán merecedores de ser arreglados.
Cuando se estropea una máquina, todo el cálculo económico que dio lugar a su compra se pondrá en cuestión. Aparecen preguntas. ¿Qué necesidad estaba atendiendo? ¿Sigue presente la necesidad? Si es así, ¿qué recursos se dedicarán a arreglar la máquina? ¿Elegiremos una reparación rápida y barata o buscaremos una solución más duradera y cara? ¿O por el contrario sustituiremos la máquina?
Estos asuntos están siempre presentes para el dueño de una empresa, pero son fáciles de ignorar cuando una máquina funciona felizmente. Una vez se instala un sistema, la gente tiende a olvidar los motivos para su adquisición… hasta que se produce un mal funcionamiento. La reparación está profundamente enlazada con la economía, porque elegir un curso de acción reclama una respuesta a las preguntas anteriores. Podemos ver que, si el deseo original es continuar estando satisfechos, hará falta una decisión económica en conjunto con los asuntos técnicos del descubrimiento y corrección del fallo. De hecho, las dos se influyen entre sí. Lo que descubre el reparador informa a la economía (es decir, “esto es lo que está mal y esto es cuánto costará arreglarlo”) y la economía dicta lo que puede hacer el reparador (es decir, “tienes estos recursos con los que descubrir el problema y realizar una reparación”).
Recursos escasos
Hay un amplio rango de medios para el reparador: herramientas, colegas, consultores, piezas de recambio, manuales, etc. Cada uno de estos puede ser opcional, pero, como ha explicado Murray Rothbard, hace falta tiempo para todas las reparaciones:
El tiempo de un hombre es siempre escaso. No es inmortal: su tiempo en la tierra es limitado. Cada día de su vida solo tiene 24 horas en las que puede alcanzar sus fines. Además, todas las acciones deben tener lugar en el tiempo. Por tanto, el tiempo es un medio que el hombre debe usar para llegar a sus fines. Es un medio que es omnipresente en toda acción humana.
El reparador inteligente entiende la gama de posibles arreglos y qué recursos requiere cada uno. La resolución de fuerzas opuestas, el deseo del mejor arreglo posible y los medios limitados para pagarlo se alcanzan mediante negociación. Este baile es más habitual en trabajo de reparación encargado a terceros, como en un garaje. La persona que lleva su máquina que funciona mal quiere que vuelva a hacerlo gastando la menor cantidad posible de recursos. Los reparadores profesionales tienen sus propios incentivos: ganarse la vida y realizar solo aquellas reparaciones que generen satisfacción del cliente a largo plazo (y poder así repetir el negocio). Esta tensión es sana y asegura que ambas partes ganen en cualquier transacción que se acabe negociando. A veces, estas fuerzas opuestas no serán capaces de encontrar una satisfacción mutua y por tanto nunca se producirán varias reparaciones.
Cuando era joven, pasé por encima de un bordillo de neumáticos rellenos de cemento con mi querido primer coche. (Nadie creyó que el bordillo se cayera por el viento y rodara justo enfrente de mi coche, pero eso es lo que ocurrió). La colisión dejó un enorme agujero en mi sistema de escape. El diagnóstico era evidente: la fuente del ruido ensordecedor que anunciaba mi llegada a kilómetros era obvia. En respuesta, mis objetivos eran modestos: callar ese coche tremendamente ruidoso con un presupuesto de 50$ el suficiente tiempo como para venderlo a otro joven insensato. La reparación casi no se llegó a hacer: llevé el coche a todos los talleres de la zona, expliqué mis modestos medios y escuché muchas risitas despectivas en respuesta. Finalmente encontré un estudiante de mecánica que aceptó hacer que desapareciera el ruido por la mínima suma que yo podía ofrecer. Si hubiera tenido solo 20$ en lugar de 50$ o si el daño hubiera sido mayor, mi coche habría acabado en el desguace y hubiera sido otro ejemplo de recursos que se quedan cortos de lo que hace falta para hacer una reparación.
Costes de oportunidad
Cuando hago reparación, tengo en cuenta los “costes de oportunidad”. En el prólogo de su libro Cost and Choice, James Buchanan explica el concepto de una forma divertida:
Afrontas una decisión. Debes ahora decidir si lees este prólogo, leer otra cosa, pensar en silencio o tal vez escribir algo para ti mismo. El valor que des a la más atractiva de estas varias alternativas es el coste que debes pagar si eliges leer ahora este prólogo. Este valor es y debe seguir siendo completamente especulativo: representa lo que piensas ahora que podría ofrecer la otra oportunidad. Una vez hayas elegido leer este prólogo, cualquier posibilidad de tener en cuenta la alternativa y, por tanto, medir su valor, se ha desvanecido para siempre.
Si tienes tiempo ilimitado para dar vueltas a una máquina estropeada, entonces las decisiones que habrías tomado acerca de su reparación significarían poco. ¿Debería usar esta estrategia o esa? ¿A quién le importa? Acabarías dándote cuenta, pero no habría ningún peso emocional para una solución brillante o un esfuerzo disperso. Sin embargo, nuestro tiempo para hacer reparaciones está limitado, como pasa con nuestros demás recursos. No puedes estar girando una llave inglesa, leyendo un manual, llamando al soporte técnico y comprando un recambio al mismo tiempo. Debes tomar una decisión acerca de qué dirección va a tomar una reparación y abandonar el resto.
Los principios de economía tienen mucho que enseñar al reparador. Los recursos escasos de reparación limitan y centran las decisiones acerca de qué se repara y cómo. Verse obligado a elegir entre las muchas posibilidades de reparación o reemplazo, cada una con diversos costes y riesgos, significa que deben considerarse los asuntos económicos al tiempo que los técnicos. Finalmente, tened siempre en cuenta el concepto de costes de oportunidad cuando reparéis: preguntarse periódicamente “¿qué otra cosa podría haber hecho con mi tiempo y dinero?” ayudará a asegurarse de que siempre seguía el camino más provechoso.
Publicado el 9 de enero de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.