El 21 de septiembre de 2011, el presidente ejecutivo de Google, Eric Schmidt, recibió una granizada de críticas de senadores y presidentes rivales al alimón en una audiencia en el Subcomité de Antitrust, Políticas Competitivas y Derechos del Consumidor del Comité Judicial del Senado. Según el presidente de Nextag (¿quién?) Jeffrey Katz, “Google manipula los resultados” ed las búsquedas para dar un trato preferencial a sus propias empresas. El presidente de Yelp (¿quién?, de nuevo) Jeremy Stoppelman afirmaba: “Google ya no está en el negocio de enviar a la gente a los mejores destinos de la red. Se preocupa solo por generar más ingresos”. El Sendaor Mike Lee de Utah acusaba a la máquina de búsquedas de tener un “claro y evidente conflicto de intereses”.
Se vienen a la mente inmediatamente dos preguntas. Primera, ¿a quién le preocupan las prácticas de negocio de Google? Si estás en desacuerdo con cómo maneja su increíblemente popular motor de búsqueda, no lo apoyes. No hay necesidad de que burócratas paternalistas intervengan en un asunto tan sencillo. Si mi pizzería me bombardeara con anuncios de otras tiendas locales cada vez que cruzara su puerta, me lo pensaría dos veces antes de ir a allí a comer la próxima vez.
Segunda, ¿realmente es tan inesperado el comportamiento de Google? Después de todo, es un negocio en busca de beneficios. Sería mejor preguntarse por qué da Google un trato preferente a sus otras aventuras empresariales respecto de su propia máquina de búsqueda. No hace falta ser licenciado en mercadotecnia para darse cuenta de lo beneficioso que es para Google utilizar su propia empresa con tanto tráfico para promocionarse.
En Power and Market, el libro complementario a su ambicioso tratado económico Man, Economy, and State, Murray Rothbard cita un pasaje relevante de Isabel Paterson sobre la primera mentalidad antitrust que circulaba alrededor del gigante energético Standard Oil:
Standard Oil no restringía el mercado: fue a los confines del mundo para hacer un mercado. ¿Puede decirse que las corporaciones hayan “restringido el comercio” cuando el comercio que atienden no existía hasta que produjeron y vendieron esos bienes? ¿Restringían el comercio los fabricantes de automóviles durante el periodo en que fabricaron y vendieron cincuenta millones de vehículos donde no había habido antes coches? (…) Sin duda (…) no podría haberse imaginado nada más absurdo que fijarse en las empresas estadounidenses, que han creado y potenciado, en una magnitud siempre creciente, un volumen y variedad de comercio tan vasto que hace de toda la producción e intercambio previos algo parecido a un puesto de carretera y llamar a este rendimiento una “restricción al comercio”, estigmatizándolo así como si fuera un delito.[1]
Google no fue la primera máquina de búsquedas en Internet, pero ha hecho progresar al sector mucho más allá de sus humildes inicios. A través del desarrollo de un algoritmo único llamado “PageRank”, Google se ha convertido en la principal máquina de búsquedas en Internet del mundo. Su éxito y sus casi 30.000 empleadosdeben celebrarse, no demonizarse y tratarse como diana por políticos fácilmente manipulados.
Aún así, la investigación del Congreso no muestra nada nuevo. La aplicación de la ley “antitrust” por parte del gobierno de EEUU ha recaído constantemente en aquellas empresas que consiguen rebajar precios innovar en sus productos y expandir su base de clientes. Lo que busca todo empresario racional es esencialmente lo que el gobierno trata de dificultar.
Hay quien echa la culpa a la necesidad parasitaria de control del estado, yo se la echo al deseo de los políticos de vivir acosando a aquéllos cuyo éxito eclipsa su propio logro de engañar a más votantes que sus oponentes en las elecciones. No es mejor que el matón del colegio, cuyo reinado se produce por amenaza de violencia, llevándose por la fuerza los nuevos dispositivos electrónicos de moda de otro compañero de clase.
Y fijémonos en quiénes se están quejando. Como pasa con casi todos los casos de antitrust en la historia estadounidense, la presión para quebrar al participante dominante en el sector la imponen sus competidores de menor éxito. No se trata de los consumidores. No se trata de alguna fórmula matemática referida a una porción ideal del mercado para alcanzar un mercado perfectamente competitivo. Se trata de empresas que renuncian a competir en el mercado y esperan que el gobierno se ocupe de esto. Los beneficiarios potenciales no son los consumidores, sino los competidores ineficientes y los reguladores públicos.
Aunque los libertarios puedan tener reservas acerca del uso de las patentes de Google para alcanzar superioridad en el mercado (lo que está claro que no es un fallo de un libre mercado desinhibido), Google sigue siendo el más grande porque continuando satisfaciendo a los consumidores. Como Kodak, Xerox e IBM antes, Google fue un creador de mercado, pero no está garantizado su éxito duradero. Aparecerán competidores, que a su vez incentivarán más innovaciones. Como apuntaba recientemente Jeffrey Tucker, Google está entrando ahora en el sector de las redes sociales después de fracasar con su intento de “Buzz”. Incluso el todopoderoso de los negocios falla en meter un gol en cada partido.
Mientras la mayor máquina de búsquedas del mundo continúe innovando, los consumidores continuarán beneficiándose de lo que sea la próxima y mejor idea que llegue de Mountain View, California. En lugar de dedicar sus recursos a hacer que el gobierno ralentice el crecimiento de Google, competidores como Yelp y Nextag haría mejor en utilizar su fuerza laboral para ser más listos e innovar más. Al contrario que nuestros cuidadores en Washington, son capaces de tener éxito.
[1] Isabel Paterson, The God of the Machine (Nueva York: G.P. Putnam’s Sons, 1943), pp. 172, 175. Ver también Scoville y Sargent, Fact and Fancy in the T.N.E.C. Monographs, pp. 243-244.
Publicado el 12 de octubre de 2011. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.