Murray, mi mentor intelectual

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[Prólogo de Economic Controversies (2011)]

Hace casi 40 años que Murray Rothbard cambió mi vida. Era entonces doctorando en economía en la New School for Social Research en Manhattan, dando al tiempo clases de principios en una universidad local. Y estaba perdiendo rápidamente interés por toda la materia.

Aburrido por la cháchara de la masa izquierdista que dominaba la New School, no podía encontrar nada muy satisfactorio tampoco en la economía mainstream. A los izquierdistas de la New School indudablemente les preocupaba conseguir una sociedad libre. Pero su programa radical consistía principalmente en las ideas “instrumentalistas” del profesor emérito del departamento de economía, Adolph Lowe, que se reducían a obligar a la gente a seguir los dictados de elitistas como él.

Mi única objeción real a la economía convencional era que también me aburría. Si una teoría como la de la “competencia perfecta” estaba alejada de la realidad, parecía como un juicio sobre las imperfecciones del capitalismo. Después de todo, en la medida en que el capitalismo no era perfectamente competitivo, caía presa de los males de la “competencia imperfecta”, que podría requerir la intervención de las autoridades antitrust. Como un producto típicamente adormecido de la escuela convencional, creía vagamente que en la medida en que algún libro de texto dejaba de explicar la realidad, mucho peor para la realidad. (No hace mucho hablaba con un compañero de graduación en economía que, al presionarle, creía esto bastante explícitamente).

Siempre un lector compulsivo de libros, más de una vez hojeé una obra en dos volúmenes titulada El hombre, la economía y el estado en la biblioteca de la New School, de cuyo autor, Murray Rothbard, había oído hablar vagamente. Después de la tercera o cuarta mirada, acabé empezando a leer el libro, y experimente un momento eureka tras otro. Dos momentos especialmente memorables reflejaban la tradición izquierdista en la que me reflejaba entonces.

Primero, aprendí que si los izquierdistas pensaban que el “capital” no merecía ninguna porción del botín económico, tenían en cierto sentido más razón de la que creían. Rothbard explicaba que, en un mercado libre, no había réditos financieros para los propietarios de bienes de capital como tales. Como los bienes de capital consistían en cosas como fábricas, maquinaria, oficinas y mesas, estos bienes eran completamente el producto del trabajo y la tierra (o de los recursos). Así que el valor monetario de los bienes de capital recién creados es completamente atribuible a la compra de tierra y trabajo, sin que quede nada para los propietarios de los bienes de capital.

¿Cómo hacían dinero entonces los propietarios de los bienes de capital? El dinero que recibían procedía de dos formas: pagos de intereses por adelantar recursos en el presente y beneficios por su previsión empresarial, salvo que, por supuesto, fueran empresarios sin éxito y sufrieran pérdidas.

Segundo estaba la devastadora refutación de Rothbard  de la teoría de la competencia imperfecta o “monopolística”, tan cara a los izquierdistas, ya que destacaba la irracionalidad del capitalismo. Una piedra angular de esta teoría es que un competidor monopolístico como “Peluquería Hermanos Marioni” (monopolístico porque solo hay unos hermanos Marioni, competidor porque hay muchas peluquerías) siempre opera con exceso de capacidad.

El economista Paul Samuelson de hecho se había fijado en las peluquerías en el texto de su superventas Principios, observando: “La peluquería tiene exceso de capacidad, con sillas vacías durante mucho tiempo” y arremetía contra “el desperdicio de pérdidas sociales” resultante.[1]

Incluso antes de leer a Rothbard, se me ocurrió que, al menos en este caso, el Profesor Samuelson podía haber olvidado algo. Dado su flexible plan de trabajo, puede haber tenido la costumbre de cortarse el pelo entre semana, lo que explicaría por qué encontraba sillas vacías. Si en su lugar hubiera ido los sábados, podría haberse dado cuenta de que todas las sillas estaban llenas y que el negocio en realidad estaba respaldado. Podrían entonces habérsele ocurrido que nuestros hipotéticos hermanos Marioni no eran tan tontos como para desperdiciar su dinero en exceso de capacidad.

El problema que afrontaban realmente como empresarios era el clásico equilibrio entre picos de demanda. Si no tuvieran sillas vacías durante la semana, no habrían sido capaces de aprovechar los excesos de demanda los fines de semana.

Ésas eran mis dudas provisionales. Lo que explicaba Rothbard era lo absurdo de toda la formulación. ¿Por qué suponer que todos esos competidores monopolísticos invierten necesariamente en exceso de capacidad? “Planear una planta para producir x unidades”, cita que observaba el economista Roy Harrod, “sabiendo que solo será posible mantener una producción de x-y unidades, es sin duda sufrir de esquizofrenia”.[2] No tiene más sentido creer que todos esos hombres de negocios desperdiciarían fondos en exceso que creer que todos infrainvertirían constantemente y planificarían capacidades inadecuadas.

Luego venía lo que para mí (dibujando robóticamente todas esas curvas de coste y demanda con la ayuda del cálculo diferencial) fue el golpe de gracia. Rothbard demostraba que todo el error ingenuo se fundamentaba en los tecnicismos de la geometría. ¡La teoría era simplemente prisionera de la forma en que la curva de demanda se hacía tangente a la curva de coste! Luego mostraba hábilmente dos formas distintas de dibujar el gráfico, sin violar ninguna de las suposiciones. El milagroso resultado: El competidor monopolísitico estaba operando ahora en el punto más bajo de su curva promedio de coste o a plena capacidad.[3]

Encontraba esos momento profundamente enriquecedores, haciendo que me diera cuenta de que, siempre que pensaba en economía fuera de los corsés de la normalidad, recurría naturalmente a modos razonar utilizados por Rothbard y su mentor, Ludwig von Mises. Por eso el mismo término “economía austriaca es una especie de redundancia. Siempre que la gente piense sensatamente acerca de la economía, piensa como los austriacos (una razón clave por lo que la corriente principal pueda tener pocas cosas que enseñarnos, especialmente cuando escriben mero periodismo).

Después de acabar El hombre, la economía y el estado descubrí la librería Laissez-Faire, entonces una tienda bien surtida en Mercer Street, que lamentablemente cerró hace años. Dando una vuelta por esa librería prácticamente todos los sábados, fui comprando todo lo que podía encontrar de Rothard, además de Mises, F.A. Hayek e Israel Kirzner.

Formé un grupo de lectura de economía austriaca, acudí a seminarios a última hora de la tarde presididos por Kirzner en la Universidad de Nueva York e incluso me colé en una de las clases de Rothbard en el Instituto Politécnico de Brooklyn, donde enseñó muchos años.

Digo que me “colé” porque se me olvidó preguntarle si podía sentarme y escuchar. Eso podría explicar por qué me miró perplejo cuando levanté la mano para hacer una pregunta, una reacción que me desanimó para charlar después con él. (La clase debió ser en algún momento en mitad del semestre, ya que estuvo dedicada completamente a la tarea mundana de revisar el material para preparar a los alumnos para el examen de mitad de curso).

Cuando me convertí en economista senior en la Bolsa de Nueva York, el director al que reportaba me dijo una vez: “Gene, eres el único que he conocido que lee economía para divertirse”. Realmente me sorprendió y podría haber dicho que si todos leyeran a Rothbard y los austriacos podrían tener la misma diversión.

Mi única conversación real, aunque breve, con Rothbard se produjo por teléfono en octubre de 1993, cuando éste enseñaba en la Universidad de Nevada en Las Vegas y yo acababa de empezar como periodista en Barron’s. El economista de la Universidad de Chicago, Gary Becker acababa de ganar el nóbel de economía, en parte como reconocimiento de si idea de que una familiar era como una empresa. (¡Pero cuánto más intrigante es teorizar que una empresa es como una familia!)

Preguntando a Rothbard qué pensaba del premio de Becker, esperaba que me dijera que pensaba que aplicar la economía a asuntos no económicos era una tontería. Por el contrario empezó a decirme que era gratificante ver a un economista orientado al libre mercado como Becker obtener ese reconocimiento.

Luego le pregunté: “¿Pero qué piensa de la teoría de que una familia es como una empresa?”

Rothbard contestó: “¡Creo que es una tontería!” Y así escuché de primera mano esa voz nasal y chirriante.

Ya me había familiarizado con esa voz nasal en las cintas que había oído de las clases de Rothbard, junto con las ideas mordaces que lanzaba con deslumbrante facilidad, rematadas con su característica risita. Para mí, la alegría de esta risita denota un espíritu infatigable.

En las clases de historia económica, le pillé en un raro momento de hipocresía. Aunque maldecía el uso de los índices de precios en sus escritos, nunca renunciaba a utilizarlos para probar algo acerca de una tendencia histórica. Por supuesto, tenía razón al criticar la pseudociencia de los índices de precios. Pero podría haber reconocido más explícitamente que a veces resultan útiles como una aproximación genérica a las tendencias de los precios.

Para ver lo divertido que debe haber sido ser Murray Rothbard o sencillamente conocerle, traten de oír una de sus mejores clases: “El significado de Ludwig von Mises”.

Todos sabemos que no podría haber existido el gran escritor y pensador Murray Rothbard sin su gran maestro, Ludwig von Mises. Quienes hayan leído y amado a Rothbard se estarían engañando si no leyeran también muchos libros de Mises. En mi caso, al leer por primer vez la obra maestre de Mises, La acción humana, encontré que su explicación de los salarios cimentaba finalmente mi comprensión de por qué los salarios aumentan inevitablemente en un mercado libre con la productividad creciente, una idea que me ayudó a certificar mi conversión al libertarismo.

Es notable que los libros de Mises se lean tan bien, tanto traducidos como en el inglés en que empezó a escribir con 60 años. Rothbard tenía la ventaja de ser un extraordinario escritor en el lenguaje en que se crió, así como de ser un devoto alumno de Mises. Por tanto le correspondió a él exponer las grandes teorías de Mises en una prosa clara y accesible, al tiempo que a menudo llevaba esas teorías a un nuevo nivel.

Así que pienso en Rothbard como el Platón del Sócrates que fue Mises (una analogía que llevaría más adelante si Rothbard no fuera tan crítico con Platón). Vean esta explicación de la refutación por parte de Aristóteles del comunismo de Platón en Historia del pensamiento económico, vol. 1, El pensamiento económico hasta Adam Smith, el primero de los dos libros sobre historia del pensamiento económico. De entre todas las obras de Rothbard, estos dos libros son a los que prefiero acudir cuando busco algo divertido para releer.

Toda la bien informada visita guiada por la forma en que la gente pensaba acerca de la economía es muy entretenida. Mi parte favorita es probablemente la devastadora disección del supuesto “padre” de la economía, Adam Smith. Es triste que Rothbard no viviera para completar el tercer tomo final, que se hubiera ocupado del pensamiento económico en la era moderna.

Lo que nos lleva a Economic Controversies. Contiene los mejores ensayos de Rothbard. Si hay algún libro que pueda calificarse como el complemento de El hombre, la economía y el estado, es éste.

Deberíamos empezar, como hace el libro, con el magistral ensayo “The Mantle of Science”, en el que Rothbard expone los fundamentos de cómo pensar acerca de la economía. Después de acabar este ensayo, podríamos pensar que todo lo que ha hecho realmente el escritor es hacer explícito un modo de pensar que nos resulta natural a todos. E igual que me sentí cuando acabé El hombre, la economía y el estado, lo encontraremos igualmente enriquecedor.

La economía mainstream sufre dos defectos principales:

  1. el deseo de sonar como una rama de la física, que alimenta las fantasías elitistas de quienes aspiran a ser economistas profesionales y
  2. el deseo de sentarse en las mesas del poder al estilo de John Maynard Keynes y Alan Greenspan, lo que engendra monstruos como la “macroeconomía”.

Dados estos defectos, es notable, como mencioné, que los economistas mainstream puedan tener ideas a veces en su periodismo. Creo que es porque incluso ellos siguen siendo capaces de utilizar el modo de pensar que establece Rothbard en “The Mantle of Science”.

Podríamos saltar luego, para un interludio cómico, a “The Hermeneutical Invasion of Philosophy and Economics”. En ese ensayo, Rothbard se burla de los pensadores pesados que siguen diciéndonos, en la práctica, que las palabras no tienen significado. Por supuesto, si tienen razón en que las palabras no tienen significado, solo podemos responder que su mensaje clave es incomprensible.

Para mí, el mejor momento eureka de todos es cuando leí por primera vez el ensayo de Rothbard “The Austrian Theory of Money”. Fue cuando entendí completamente la idea más bella de Mises, llamada el “teorema de la regresión”, en el que Mises fue capaz de demostrar que todo el dinero debe haberse originado en alguna materia prima (oro, conchas), que si vamos atrás en el tiempo, encontraremos que tiene que haber sido así. Lo que piensa la gente como dinero creado por el gobierno (dólares, euros) no es nada parecido, sino que proviene de esas mismas materias primas. Para mí, la belleza del teorema de la regresión reside en su poder de inferir un hecho histórico de la simple lógica acerca de la acción humana.

No leí el ensayo de Rothbard de 1972 “Heilbroner’s Economic Means and Social Ends” hasta años después de publicarse por primera vez. Es una crítica devastadora a un libro editado por el profesor de economía de la New School, Robert Heilbroner acerca de las ideas del antes mencionado Adolph Lowe.

Aquí aparece de nuevo Platón. “La economía política del Profesor Lowe”, observa Rothbard, “es una obra con una desgraciada inclinación de los intelectuales desde los días de Platón: imponer su propio ‘orden’ arbitrario y estático al resto de la sociedad, congelar y anular el cambio por decreto coactivo”. Si hubiera leído este ensayo cuando apareció por primera vez, probablemente me habría llevado a leer más de Rothbard, incluso si no hubiera tenido la suerte de encontrar su tratado de economía en el montón.

Hay muchos “primeros libros” sobre libertarismo en general y economía austriaca en particular. El cuál es más apropiado depende de la persona. Para mí, la vía fue El hombre, la economía y el estado, que tenía mucho que ver conmigo y mis circunstancias del momento. Si mi interlocutor encontrara hoy ese libro y éste en os montones, yo diría que Economic Controversies es la mejor manera de empezar. El hombre, la economía y el estado puede venir un poco más tarde.


Publicado originalmente el 7 de abril de 2011. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

[1] Paul A. Samuelson, Economics, 9ª ed. (Nueva York: McGraw-Hill, 1973), p. 518. [Publicado en España como Economía (Madrid: McGraw-Hill España, 2006)]

[2] Murray Rothbard, Man, Economy, and State (Los Ángeles: Nash, 1970), p. 642.

[3] Rothbard, Man, Economy, and State, pp. 642-645.

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