De momento, al menos, en lo que llevamos del décimo-octavo día del presente año 2021, no nos consta que la red social Parler haya podido recuperar su actividad normal (ya advirtió su CEO, John Matze, de que la suspensión sine die del servicio provisto por Amazon a través del clúster de Amazon Web Services les había supuesto la pérdida de todos los datos e información que necesitaban).
Dado este panorama, pesa una gran incertidumbre sobre el futuro de este servicio alternativo de social media (centrado, igual que Twitter, en el llamado microblogging). Unos consideran que es imposible ante el presunto “oligopolio” compuesto por las Big Tech (sí, las grandes corporaciones tecnológicas) o falta de recursos económicos o materiales, pero otros aguardan cierta esperanza.
Es también percepción mía que el optimismo de Matze, máximo responsable de la empresa, ha ido in crescendo (no entro a dilucidar la intensidad de esta evolución), a raíz de esta cita suya: «Soy un optimista. Puede tardar días, puede tardar semanas, pero Parler volverá y cuando lo hagamos seremos más fuertes».
Yo también deseo el retorno activo a la red de redes de esta plataforma alternativa (sin perjuicio alguno de seguir batallando en entornos como el tuitero, por cuanto la extensión estratégica de presencia en línea no ha de traducirse en una adopción de la política del avestruz). Y lamento también que se esta ofensiva digital contra lo no progre resulte en amenazas de muerte que han obligado a Matze a huir de su domicilio.
No obstante, el propósito de este artículo no es volver a hacer un análisis profundo y/o especulativo sobre este servicio concreto, sino a hacer una serie de indicaciones, por cuanto, “pese a que todo cuesta no solo esfuerzo”, sí que es posible en sí tratar de liberarse del binomio consolidado por las Big Tech y el Big Government.
El cloud computing está al alcance de cualquiera
Es habitual, ya sea a la hora de investigar de manera autodidacta o de participar en un programa de formación cualquiera, que, más allá de los conceptos básicos y fundamentales, se enuncie una relación de servicios cloud considerablemente común y famosa.
Los nombres que uno se puede esperar son Amazon Web Services, Google Cloud y Microsoft Azure. Hablando a grandes rasgos, ofrecen una amplia variedad de opciones para los ingenieros y los programadores, a la hora de desplegar sus soluciones.
Es posible elegir entre versiones de distintos sistemas operativos, posibilidades de ejecutar código en determinados lenguajes e innecesidad de preocuparse por todos los detalles de configuración de la infraestructura (en base a una clasificación como IaaS, PaaS o SaaS).
Con ello, en base a un amplio abanico de tarifas según las instancias y otras preferencias, el interesado tiene bastantes posibilidades de recurrir a este “proveedor” de terceros para desplegar su infraestructura, “externalizando” parte de sus servicios del área más propia de IT.
Es más, muchas empresas están empezando a exigir a sus empleados que tengan conocimientos de cloud que lleven implícita la familiarización con alguna de estas plataformas (dejando aparte la vanguardia del modelo de ciclo de vida llamado DevOps, que no está disperso de esto).
Ahora bien, ya sea para consolidar una nube pública o una nube privada, no es necesario confiar en estos proveedores de terceros. Ni siquiera indagar en otras ofertas que por tamaño admitirían la categoría de “pequeña o mediana empresa”.
Teniendo una óptima infraestructura de red y un colchón económico considerablemente asequible, es posible aprovisionarse de los necesarios recursos de hardware (servidores de clúster, tarjetas RAM, discos duros, tarjetas gráficas y procesadores) para instalar una infraestructura propia.
De hecho, existen soluciones de software como OpenStack, caracterizada por ser de código abierto y, sobre todo, por ser una posible opción para dar funcionamiento a una solución de computación en la nube que pueda “dar el apaño” para nuestros servicios.
La libertad económica será imprescindible para esta caída de no muy bajas torres
Puede que alguno me acuse de haber sido parco en palabras, al menos, en el apartado anterior, pero querer arrojar luz sobre el asunto no es necesariamente confundirse con los fines. Simplemente, no quiero elaborar un tutorial aquí y ahora, sino llamar a la reflexión y a otras consideraciones.
Ya expuesto lo anterior, lo que pase depende de lo que hagamos, aprovechando, sin duda, esas voluntades y llamadas emprendedoras que moralmente recibe la persona, por cuanto, sin negar a la prosperidad propia y familiar, debe pensar en servir a la sociedad.
Somos, en mayor o en menor medida, en función de la familiarización del lector con el entorno tecnológico, algo más conscientes de que en sí es posible generar nuevas infraestructuras que nos hagan menos dependientes de los oligopolios.
De sentido común es que todo requiere un esfuerzo lógico, económico, material y productivo mientras que es innegable, como en otras situaciones, que habrá que sortear varios obstáculos. Es por ello por lo cual habrá quienes respondan con una posible acción política.
Pero es que, precisamente, en este caso, el “poderío” de las Big Tech no se ha debido a ninguna “fuerza impulsiva del mercado” (llámese así a uno de los prejuicios de algunos contra el orden natural y espontáneo), sino a una considerable connivencia con los Estados (subsidios, exenciones selectivas…).
Hablamos, una vez más, del llamado “capitalismo de amiguetes”, que nada tiene que ver con la libertad de mercado. Por lo cual, no será un oxímoron depositar nuestra confianza en la libre competencia para penalizar a las Big Tech con alternativas sobre la mesa (esto no es solo de acciones en bolsa).
Cabe recordar que hay empresas tecnológicas de diversa índole (social media, telefonía móvil y aplicaciones informáticas inter alia) que, en cierto momento, pasaron de moda. Por poner ejemplos, citaré a Nokia, BlackBerry, Microsoft Encarta, Tuenti y MySpace.
Con lo cual, nada está perdido. Obviamente hay que preocuparse, pues las Big Tech desempeñan cierto papel clave en el avance del proceso revolucionario y amenazarán nuestra libertad y privacidad (con la correspondiente colaboración estatista). En otras palabras, alimentando al socialismo.
Pero no hay que perder esperanza. Es más, hemos de tratar de exprimir al máximo nuestras facultades creativas, innovadoras y competitivas (y sí, conviene denunciar un intervencionismo económico que a quien menos perjudica es a las grandes empresas, no solo en el ámbito tecnológico).