El socialismo y el rencor

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“El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo de la ignorancia y la prédica de la envidia; su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria”.

Winston Churchill

Decía el economista Henry Hazlitt que el marxismo era una religión cuyo evangelio podía resumirse fácilmente en: “Odia al individuo que sea mejor que tú. Odia a cualquier persona que esté en peor situación que la tuya”. La relación que tiene el socialismo con la envidia y el odio ha sido estudiada ampliamente. Aquí nos centraremos en otro sustantivo, el rencor y su relación con este pensamiento. El socialismo no sólo se basa en el odio y en la envidia (que es uno de los siete pecados capitales), sino que también tiene en su moral e ideología elementos de rencor. Trataremos aquí tres autores y su posición con el rencor relacionándola con esta doctrina. Estos autores son Nietzsche, Max Scheler y Ortega y Gasset.

Empecemos por Nietzsche. Este célebre autor decía en La genealogía de la moral que el resentimiento es el efecto de la impotencia del ser humano, es una reacción de alguien débil y frustrado por intentar conseguir algo imposible. Estos sentimientos según Nietzsche se transforman conforme pasa el tiempo en una venganza imaginaria. El humano, al no poder conseguir aquello que se propone por varias razones, entre ellas, que el objetivo es imposible o que el sujeto es débil, entra en un estado de querer vengarse de algo imaginario. En el caso del marxismo clásico, esta venganza sería contra la burguesía, una clase que oprime y explota a los trabajadores. Además, son tan malvados estos malditos burgueses que también roban el trabajo del trabajador (plusvalía). En el socialismo (más allá del estéril marxismo clásico), esta venganza es también contra, como diría Rodríguez Braun, “los asquerosos ricos” y contra el mercado. En ambos, contra (cierta parte de) la humanidad. Pero esta venganza imaginaria en estos dos casos no viene, ni surge, ni se origina en el obrero ni en el trabajador, sino que ha sido engendrada por una serie de “intelectuales” (Marx y compañía) que trataron de controlar y guiar a la sociedad según sus intereses particulares y arguyendo que esos intereses particulares eran “el interés de la clase proletaria”. Asimismo, esta venganza anda imbuida por el odio al otro, al que no es como ellos, los ricos. Pareciera que al tener una persona más dinero que otra, perdiera esta (la persona con más dinero) su humanidad. En otras palabras, quien tenga dinero, para ellos, no es persona, ha perdido tal caracterización. Y de esta forma, al perder la caracterización de ser persona, se justifican y legitiman cualquier tipo de acción contra él. Esta es la inhumanidad del socialismo, donde sólo puede destacar el hombre proletario, el hombre que es igual a otro, en definitiva, el hombre promedio. Si destacas, estás condenado. Tal es el alcance de la tiranía de la igualdad.

Véase la importancia y transcendencia de esta técnica que fue en realidad la que usaron los nazis también para justificar sus acciones contra los demás. En el caso de los nazis lo hicieron contra aquellos que no eran considerados como personas, o al menos personas no tan puras, los que no eran arios. En ambas ideologías colectivistas vemos lo que podríamos llamar deshumanización y también un ferviente racismo en una y clasismo en otra. En el caso de los nazis, racismo, y en el de los socialistas, clasismo. Los individuos dejan de ser personas humanas y pasan a ser piedras en el suelo que obstaculizan nuestro camino y han de ser apartadas (o destruidas). Los demás estorban. “Hell is other people”, como decía Sartre.

Algo parecido hace el Estado también, que ni mucho menos se salva de esto. El Estado deshumaniza a aquel que no sigue sus normas y sus reglas, ejerciendo la violencia y la coacción de forma continua e institucional, cual entidad criminal a todas las personas, quieran o no, sus voluntades no importan. ¡Todo sea por la voluntad general y el interés común! Quien no obedezca (en una democracia liberal) no será asesinado (como en un totalitarismo o ciertos autoritarismos), sino que en vez de ello ha de pagar una estipulada suma de dinero que establece el Estado o es mandado a un sitio con verjas llamado cárcel o prisión, es decir, es secuestrado. El ejemplo para demostrar esto es sencillo. Simplemente limítese a no obedecer, por ejemplo, con la simple acción de no pagar impuestos. Para ellos, quien paga impuestos es persona, y quien no pague ni obedezca, a saber qué será de él, ha quedado deshumanizado y su libertad le ha de ser despojada.

Max Scheler (1993), un amigo de Mises que compartía su odio a lo que él llamó en Teoría e Historia la secta de la Ciencia Única (positivismo), también habló del tema del resentimiento en su libro titulado El resentimiento en la moral. Scheler en este caso dice que el resentido descalifica aquello que no tiene. El autor se está refiriendo sobre todo aquí a valores, más que a cosas materiales. El capitalismo no sufriría este problema porque, como diría el profesor Bastos, “el capitalismo son valores”, y entre estos valores que tienen los capitalistas y no poseen los socialistas podríamos destacar el ahorro (que aparte de ser un valor también es una virtud), el trabajo duro y el papel del mérito. Esto es lo que dice el venerable profesor Bastos sobre lo que acabo de decir:

“El ahorro es una virtud que precisa de disciplina interior en el sentido de ser capaces de doblegar nuestros impulsos de disfrutar bienes presentes (…) La educación de esta virtud requiere, sobre todo, configurar una cierta perspectiva respecto del tiempo, esto es, valorar más el futuro y menos el presente”.[1]

El tercer y último filósofo que trataremos será Ortega y Gasset. Siguiendo a Ortega en las Meditaciones del Quijote, el rencoroso se imbuye en un dogma moral, “alcoholizado por cierta ficción de heroísmo”. Esta idea de Ortega es muy importante. Esta ficción de heroísmo es claro en el pensamiento izquierdista. La izquierda siempre se proclamó aliada del pueblo (si es que no se ha dicho que era el pueblo mismo) cuando en realidad ha sido ella el principal enemigo de este. El marxismo siempre trató de salvar a la humanidad de sí misma arguyendo que aquellos que no pensasen como los profetas marxistas estaban alienados, es decir, engañados y viviendo una farsa. El socialismo y el Estado hacen lo mismo diciendo algo así como: “¡Pueblo! ¡Yo os salvaré! Sólo tenéis que hacer una cosa, agachad la cabeza y obedecedme”.[2]

Esta ficción de heroísmo genera un efecto, que el villano, el Mefisto de la realidad, el demonio, el genio maligno, el enemigo, o como quiera llamarse, no tenga o posea ni un ápice, ni un átomo, ni una minúscula y microscópica parte de Derecho. Según Ortega, esta es la angostura vital o la “cerrazón frente a la realidad”. La izquierda contra la realidad siempre ha tenido un problema, recordemos aquello que decía Margaret Thatcher de que el socialismo cree ingenuamente que su enemigo es el capitalismo y “los poderosos” cuando su verdadero enemigo, y contra el que está luchando, no es otro que la propia realidad. Por suerte, la realidad siempre prevalece.

Hay algo más que tiene el rencoroso, según Ortega, y es que el rencoroso es también alguien con miedo y perezoso. El rencoroso no se exige a sí mismo (ni quiere esforzarse), busca siempre a alguien que le haga las cosas por él (es dependiente) en vez de enfrentarse él mismo a la realidad y los problemas de su vida. Esto hace en palabras de Ortega que “se vuelva contra los mejores” (lo que nos recuerda aquello que dijimos de Hazlitt al principio). En definitiva, los rencorosos prefieren que otros hagan sus cosas por ellos (este actor que sustituye las acciones de la persona será el Estado, cómo no) y los no rencorosos, es decir, los valientes y trabajadores, quieren hacer las cosas por ellos mismos, o lo que es lo mismo, no ser arrastrados por la corriente sino luchar contra ella. En otras palabras, tener una vida propia.

Alexis de Tocqueville vio bien este último rasgo en Democracia en América, que era una diferencia fundamental entre los europeos y los norteamericanos. Los europeos, cuando había un problema, tendían a llamar a la autoridad y al Estado para que resolviera las dificultades. En cambio, los norteamericanos preferían organizarse entre ellos para resolver sus propios conflictos.

Vemos pues que el socialismo lucha contra un enemigo que no entiende ni comprende, lucha al fin y al cabo contra la propia realidad. La realidad ha dado su respuesta y ambos han asestado golpes. Pero la realidad, como la verdad, siempre prevalece. Si la expulsas por la puerta, entrará por la ventana, y si cierras las ventanas, aparecerá por la chimenea.

Hay una diferencia fundamental entre el socialismo y el libertarismo (este último sí juega acorde con la realidad y por ello se conecta bien con esta). Unos practican la intolerancia (muchas veces en nombre de la propia tolerancia, ¡qué osadía!) y otros practican lo que Ortega llamaba la verdadera tolerancia, esto es, enfrentarse a un enemigo que se entiende y por entenderlo y comprenderlo, rechazarlo. Esta no es sino la verdadera tolerancia que encarnan las ideas de la libertad en sí mismas. Por eso el libertarismo permite el socialismo, el marxismo, el comunismo… siempre y cuando sea voluntario y consensuado entre sus participantes adultos, pero el marxismo y el socialismo no permiten que exista el capitalismo aun cuando este sea voluntario y consensuado. En este pequeño pero importante detalle se ve quién es el aliado de la Diosa Libertas y quién su enemigo.

Ortega nos deja una maravillosa descripción de aquellos que defienden la verdadera tolerancia, los libertarios según mi interpretación, y dice que sólo puede existir tal cosa si hay una especie de almas especiales, de espíritus enérgicos o en las palabras del propio Ortega, de un “alma robusta”.


El artículo original se encuentra aquí.


Notas

[1] Bastos, Miguel Anxo, “El capitalismo son valores: (I) El ahorro”, 2016. Acceso en: https://xoandelugo.org/el-capitalismo-son-valores-i-el-ahorro/

[2] Nietzsche también tuvo una opinión sobre el Estado: “Estado es el nombre que se le da al más frío de los monstruos. El Estado miente con toda frialdad y de su boca sale esta mentira: Yo, el Estado, soy el pueblo”. Y habría más pero véase Así habló Zaratustra.

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