Necesitamos más capitalismo en la industria alimentaria

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Según la Organización de las Naciones Unidas de la Alimentación y la Agricultura (FAO), la alimentación a nivel mundial tiene como soporte a las 570 millones de granjas que existen alrededor del planeta. La gran mayoría (alrededor del 80 %) se reflejan en pequeñas explotaciones familiares, por lo que la verdadera concentración de poder radica en la industria agroalimentaria.

 

En gran medida, el futuro de la seguridad alimentaria mundial dependerá de los proyectos que vienen realizando las multinacionales, siendo Archer-Daniels, Bunge y Nestlé las tres principales compañías del sector por ingresos. En ese sentido, es un sector gran potencial, ya que según un informe de Bank of America Merrill Lynch, la industria agroalimentaria vale 2,3 billones de euros, cifra equivalente al 3 % de la economía global y al PIB de Brasil.

 

Convencionalmente, este sector ha formado parte de los negocios familiares. Sin embargo, la fortaleza de la industria ha traído a inversores de todo el mundo. Por ejemplo, en los últimos años, dos de los más renombrados inversionistas (3G Capital y la estadounidense Berkshire Hathaway) han coordinado mega operaciones de concentración empresarial. Tan solo en el año 2013, ambas sociedades de inversión adquirieron Heinz con una participación accionaria por veinte y ocho mil millones de euros. Asimismo, el mismo año realizaron otra fusión millonaria para hacerse con  Kraft Foods.

 

Por otra parte, el sector alimentario está experimentando una rápida evolución, ya que los consumidores buscan más autenticidad y variedad en los productos. Esto debido a que el mercado de alimentos se está enfocando cada vez más en promover el bienestar y la vida sana. Por esa razón, y como reacción al deterioro en la salud de la población por la escasa actividad física y los desórdenes alimenticios, en algunos mercados latinoamericanos los consumidores adoptan nuevas tendencias en alimentación. En México, los beneficios nutricionales del consumo de superalimentos como la espirulina se han demostrado en las personas desnutridas. Mientras que suplementos como el colágeno hidrolizado continúa ganando adeptos por su efecto antimicrobiano en el sistema digestivo. Asimismo, en mercados europeos, las personas reducen el consumo de alimentos procesados y bebidas azucaradas.

 

En ese sentido, el cambio en las preferencias de los consumidores también ha impulsado el crecimiento de pequeñas empresas fuera de los grandes grupos empresariales, especializadas en productos específicos que están creados con estándares difíciles de alcanzar por la producción en masa. Para Michael Boland, profesor de la Universidad de Minnesota, nunca en la historia se han creado más empresas emergentes en la industria alimentaria como ahora, generando una ruptura con el pasado y una apuesta por la innovación.

 

La FAO indica que, para dar de comer a los 9.600 millones de seres humanos en 2050, se necesitan inversiones por valor de 83.000 millones de dólares al año. Y, en su mayor parte, tendrán que venir de la caja del sector privado, cuyo rol será clave para el desarrollo de la industria. Frente a este panorama, el futuro de la producción alimentaria tendrá riesgos enormes y desafíos.

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