Mi experiencia con el conservadurismo: lo bueno y lo malo

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Un extracto de un discurso dado la una reunión anual de la Property and Freedom Society del año 2010.

Mi segunda experiencia con sociedades intelectuales fue con el Club John Randolph [CJR], que había sido fundado en 1989 por el libertario Murray Rothbard y el conservador Thomas Fleming.

Desde el principio, esta sociedad fue mucho más de mi gusto. Durante un tiempo, jugué un papel preponderante en el Club John Randolph. Pero también desempeñé un papel prominente en su ruptura, que se produjo poco después de la muerte de Rothbard en 1995, y que esencialmente resultó en la salida del ala rothbardiana de la sociedad.

Sin embargo, miro atrás a los primeros años del Club John Randolph con gratos recuerdos. Por lo que no es de extrañar que un buen número de mis viejos compañeros del Club John Randolph también hayan aparecido aquí en Bodrum, en las reuniones de la Property and Freedom Society: Peter Brimelow, Tom DiLorenzo, Paul Gottfried, Walter Block, Justin Raimondo, Yuri Maltsev, David Gordon. Además, debo mencionar a mi amigo Joe Sobran, quien habría querido aparecer en nuestra reunión inaugural pero no pudo asistir debido a problemas de salud.

En contraste con la “internacional” Sociedad Mont Pelerin, el Club John Randolph era una sociedad “americana”. Sin embargo, esto no significaba que el CJR fuera más provinciano. Por el contrario. No sólo tenía el CJR numerosos miembros “extranjeros”, sino también, mientras que la Sociedad Mont Pelerin estaba dominada por economistas profesionales, el Club John Randolph representaba un espectro mucho más amplio, interdisciplinario y transdisciplinario de intereses y esfuerzos intelectuales.

En promedio, el dominio de lenguas extranjeras entre los miembros del Club John Randolph era bastante mayor de lo que se encontraba en círculos de la Sociedad Mont Pelerin. En sus hábitos y maneras, la Sociedad Mont Pelerin era multicultural, igualitaria y no discriminatoria, mientras que era altamente restrictiva e intolerante con respecto a la variedad admisible de temas y tabúes intelectuales. En marcado contraste, el CJR era decididamente una sociedad burguesa, antiigualitaria y discriminatoria, pero al mismo tiempo una sociedad mucho más abierta y tolerante intelectualmente, sin ningún tema tabú.

Además, mientras que las reuniones de la Sociedad Mont Pelerin eran grandes e impersonales —podían superar los 500 participantes—, las reuniones del Club John Randolph rara vez tenían más de 150 asistentes y eran reuniones pequeñas e íntimas.

Me gustaban todos estos aspectos del Club John Randolph. (No me importaban tanto las sedes de sus reuniones: por lo general algún hotel de negocios en las afueras de una gran ciudad. En este sentido, las reuniones de la Sociedad Mont Pelerin tenían claramente más que ofrecer, aunque a un precio elevado).

Pero, como he indicado, no todo estaba bien con el Club John Randolph, y mi encuentro con él también me enseñó unas cuantas lecciones sobre aquello que no se debe imitar.

La desintegración del Club John Randolph, poco después de la muerte de Rothbard, tuvo en parte razones personales. Tom Fleming, el director sobreviviente del Club, es, para decirlo diplomáticamente, un hombre difícil, como pueden testimoniar todos los que han tratado con él. Además, hubo disputas dentro de la organización. Las reuniones del Club John Randolph se organizaban anualmente alternativamente por el Centro de Estudios Libertarios, que representaba a Murray Rothbard y sus hombres, y por el Instituto Rockford, que representaba a Thomas Fleming y los suyos. Este acuerdo había conducido quizás inevitablemente a varias acusaciones de aprovechamiento. En última instancia, sin embargo, la ruptura tuvo razones más fundamentales.

El Club John Randolph fue una coalición de dos grupos distintos de intelectuales. Por un lado había un grupo de austrolibertarios anarcocapitalistas, liderados por Rothbard, en su mayoría economistas pero también filósofos, abogados, historiadores y sociólogos (en su mayoría mentes del tipo analítico-teórico). Yo era miembro de este grupo. Por el otro lado había un grupo de escritores relacionados con la revista conservadora mensual Chronicles: A Magazine of American Culture y su editor, Tom Fleming. Paul Gottfried era un miembro de ese grupo. El grupo conservador no tenía ningún economista de notoriedad y en general mostraba un tipo de mentalidad más empírico. Aparte de los historiadores y sociólogos, incluía también en particular a hombres de letras: filólogos, escritores literarios y críticos culturales.

Por el lado libertario, la cooperación con los conservadores fue motivada por la idea de que mientras el libertarismo puede ser lógicamente compatible con muchas culturas, sociológicamente requiere una cultura de núcleo burgués conservador. La decisión de formar una alianza intelectual con los conservadores suponía entonces para los libertarios una doble ruptura con el “Libertarismo del Establishment”, representado, por ejemplo, por el Instituto CATO del “mercado libre“ en Washington.

Este Libertarismo del Establishment no sólo estaba teóricamente equivocado, con su compromiso con el objetivo imposible del gobierno limitado (y gobierno centralizado en eso): también estaba sociológicamente equivocado, con su mensaje cultural “cosmopolita” antiburgués —realmente adolescente—: de multiculturalismo e igualitarismo, de “no respeto a ninguna autoridad”, de “vivir y dejar vivir”, de hedonismo y libertinismo.

Los austrolibertarios antiestablishment trataron de aprender más del lado conservador acerca de los requisitos culturales de una mancomunidad libre y próspera. Y en general así lo hicieron y aprendieron su lección. Por lo menos, creo que yo lo hice.

Por el lado conservador de la alianza, la cooperación con los anarcocapitalistas austriacos significaba una ruptura total con el llamado movimiento neoconservador que había llegado a dominar el conservadurismo organizado en Estados Unidos y el cual estaba representado, por ejemplo, por think tanks tales como el American Enterprise Institute y la Heritage Foundation en Washington. Los paleoconservadores, como llegaron a ser conocidos, se oponían a la meta neoconservadora de un Estado de bienestar y de guerra cada vez más centralizado y “económicamente eficiente” como incompatible con los principales valores conservadores tradicionales de la propiedad privada, la familia y los hogares familiares, y de las comunidades locales y su protección. Había algunos puntos de discordia entre los paleoconservadores y los libertarios: sobre cuestiones de aborto e inmigración y sobre la definición y la necesidad del gobierno. Pero estas diferencias podían acomodarse al acordar que su resolución no se debía intentar a nivel del Estado central o incluso de alguna institución supranacional tal como la ONU, sino siempre al menor nivel de organización social: a nivel de familias y comunidades locales.

Para los paleoconservadores, la secesión de un Estado central no era un tabú, y para los austrolibertarios la secesión tenía la condición de ser un derecho humano natural (mientras que los libertarios del establishment normalmente lo tratan como un tema tabú); por lo tanto, la cooperación era posible. Por otra parte, la cooperación con los austrolibertarios iría a proporcionar a los conservadores la posibilidad de aprender economía sólida (la de la escuela austriaca), que era un hueco y una debilidad reconocidos en su armadura intelectual, especialmente frente a sus oponentes neoconservadores. Sin embargo, con algunas excepciones notables, el grupo conservador no estuvo a la altura de estas expectativas.

Esta fue, pues, la razón última de la ruptura de la alianza libertaria-conservadora lograda con el Club John Randolph: que mientras los libertarios estuvieron dispuestos a aprender su lección cultural, los conservadores no quisieron aprender la suya en economía.

Este veredicto, y la consecuente lección, no fueron claros de inmediato, por supuesto. Fue explicándose claramente sólo en el curso de los acontecimientos. En el caso del Club John Randolph, el acontecimiento tuvo un nombre. Fue Patrick Buchanan, personalidad de la televisión, comentarista, columnista, autor de libros best-sellers, incluyendo trabajos serios sobre la historia revisionista, un hombre muy carismático, ingenioso y con gran encanto personal, pero también un hombre con una larga y profunda implicación en la política del Partido Republicano, primero como escritor de discursos de Nixon y luego como Director de Comunicaciones de la Casa Blanca en tiempos de Ronald Reagan.

Pat Buchanan no participaba directamente en el Club John Randolph, pero tenía vínculos personales con varios de sus principales miembros (en ambos lados del Club, pero especialmente con el grupo del Chronicles, que incluía algunos de sus asesores más cercanos) y él era considerado una parte prominente del movimiento contracultural representado por el Club John Randolph. En 1992, Buchanan desafió al entonces presidente George Bush por la nominación republicana a la presidencia. (Él lo haría de nuevo en 1996, desafiando el senador Bob Dole por la nominación republicana, y en 2000 se postularía como candidato presidencial por el Partido de la Reforma.) El reto de Buchanan era impresionante al principio, casi desconcertando a Bush en las primarias de New Hampshire, y causó inicialmente un gran entusiasmo en los círculos del Club John Randolph. Sin embargo, en el curso de la campaña de Buchanan, y en reacción a ella, estalló la discordia abierta entre los dos campos del Club John Randolph en cuanto a la estrategia “correcta”.

Buchanan siguió una campaña populista con su “America First” [Estados Unidos primero]. Quería dirigirse y atraer al llamado “estadounidense medio”, quien se sentía traicionado y desamparado por las élites políticas de ambos partidos. Tras el colapso del comunismo y el fin de la guerra fría, Buchanan quería traer todas las tropas estadounidenses de vuelta a casa, disolver la OTAN, dejar la ONU, y llevar a cabo una política exterior no intervencionista (que sus enemigos neoconservadores denigraban como “aislacionista”). Quería cortar todos los vínculos excepto económicos con Israel en particular, y criticaba abiertamente la influencia “antiestadounidense” del lobby judío-americano organizado, algo que requiere considerable coraje en el Estados Unidos contemporáneo.

Quería eliminar toda “discriminación positiva”, las leyes de no discriminación y de cuotas que habían impregnado todos los aspectos de la vida estadounidense, y que eran esencialmente leyes antiblancos y en especial leyes contra los hombres blancos. En particular, prometía poner fin a la política no discriminatoria de inmigración que había dado lugar a la inmigración masiva de personas del tercer mundo de clase baja y la correspondiente integración forzada o, eufemísticamente, el “multiculturalismo”. Además, quería terminar con toda “la podredumbre cultural” proveniente de Washington cerrando el Departamento Federal de Educación y una multitud de otras agencias federales de adoctrinamiento.

Pero en lugar de enfatizar estas inquietudes culturales “derechistas” ampliamente populares, Buchanan, en el curso de su campaña, entonaba cada vez más otros asuntos y preocupaciones económicas, mientras que su conocimiento de economía era más bien escaso.

Concentrándose en lo que él era peor, entonces, abogaba cada vez más por un programa económico “izquierdista” de nacionalismo económico y social. Abogaba por aranceles para proteger industrias estadounidenses “esenciales” y salvar empleos estadounidenses de la competencia extranjera “desleal”, y proponía “proteger” al estadounidense medio salvaguardando e incluso ampliando los programas existentes del Estado de bienestar como las leyes de salario mínimo, el seguro de desempleo, el Seguro Social, Medicaid y Medicare.

Cuando expliqué, en un discurso ante el Club, que el programa de derecha-cultural y de izquierda-económica de Buchanan era teóricamente inconsistente y que su estrategia consecuentemente debe fallar en alcanzar su propia meta, que no puedes traer a Estados Unidos de vuelta a la cordura cultural y fortalecer sus familias y comunidades y al mismo tiempo mantener los pilares institucionales que son la causa central del malestar cultural, que los aranceles proteccionistas no logran que los estadounidenses sean más prósperos, sino menos, y que un programa de nacionalismo económico tiene que alienar a la burguesía indispensable intelectual y culturalmente mientras atrae (para nosotros y nuestros propósitos) al “inútil” proletariado, casi se llegó a un éclat; el grupo conservador se puso en pie de guerra sobre esta crítica a uno de sus héroes.

Había tenido la esperanza de que, pese a los sentimientos de amistad o lealtad personal, después de algún tiempo de reflexión la razón prevalecería, especialmente después de que había quedado claro por los acontecimientos subsiguientes que la estrategia de Buchanan también había fracasado numéricamente en las urnas. Yo creía que los conservadores del Club John Randolph tarde o temprano se darían cuenta de que mi crítica a Buchanan era una crítica “inmanente”, es decir, que no había criticado ni me había distanciado del objetivo del Club John Randolph, y presumiblemente tampoco del de Buchanan, de una contrarrevolución cultural conservadora, pero que, sobre la base de razones económicas elementales, había detectado simplemente que los medios —la estrategia— escogidos por Buchanan para lograr este objetivo eran inadecuados e ineficaces. Pero no pasó nada. No hubo ningún intento de refutar mis argumentos. Tampoco hubo ninguna señal de que ninguno estuviera dispuesto a expresar cierta distancia intelectual con Buchanan y su programa.

De esta experiencia aprendí una doble lección. En primer lugar, se reforzó la lección que ya había aprendido en mi encuentro con la Sociedad Mont Pelerin: No deposites tu confianza en los políticos y no te dejes distraer por la política. Buchanan, a pesar de sus muchas y atractivas cualidades personales, era todavía en el fondo un político que creía en el gobierno, sobre todas las cosas, como un medio para lograr el cambio social. En segundo lugar y de manera más general, sin embargo, he aprendido que es imposible tener una asociación intelectual duradera con personas que, o bien, no están dispuestas, o son incapaces de comprender los principios de la economía. La economía —la lógica de la acción— es la reina de las ciencias sociales. No es de ninguna manera suficiente para una comprensión de la realidad social, pero es necesaria e indispensable. Sin un entendimiento sólido de los principios económicos, por decir al nivel de Henry Hazlitt en Economía en una lección, uno se ve obligado a cometer errores graves de explicación e interpretación histórica.

Así, llegué a la conclusión de que la Property and Freedom Society no sólo tenía que excluir a todos los políticos y a los agentes y propagandistas del gobierno como objetos de burla y desprecio, como emperadores sin ropa y blancos de todas las bromas, en lugar de objetos de admiración y emulación, sino que también tenía que excluir a todos los ignorantes en economía.

Cuando el Club John Randolph se disolvió, esto no significó que las ideas que habían inspirado su formación se hubieran extinguido o que ya no encontraran una audiencia. De hecho, en Estados Unidos, había crecido un think tank dedicado a las mismas ideas e ideales. El Instituto Ludwig von Mises, fundado en 1982 por Lew Rockwell, con Murray Rothbard como su cabeza académica, había comenzado como cualquier otro think tank del gobierno limitado, aunque Rothbard y todos los demás socios principales del Instituto Mises eran anarcocapitalistas austriacos. Sin embargo, a mediados de la década de 1990 —y me enorgullece haber desempeñado un papel importante en este desarrollo— Lew Rockwell había transformado el instituto, localizado significativamente lejos de Washington DC, en la provincial Auburn, en Alabama, en el primer y único think tank del mercado libre que había renunciado abiertamente al objetivo del gobierno limitado como imposible y salía en cambio como defensor imperturbable del anarcocapitalismo, desviándose por tanto de la interpretación “literal” estrecha de su nombre y aun así manteniéndose fiel a su espíritu al seguir el riguroso método praxeológico misesiano hasta su conclusión última. Este movimiento fue financieramente costoso al principio, pero bajo la brillante empresarialidad intelectual de Rockwell se había convertido eventualmente en un éxito enorme, sobrepasando a sus rivales mucho más ricos, los libertarios del gobierno limitado, tales como el Instituto CATO en términos de alcance e influencia. Por otra parte, además del Instituto Mises, que se centraba más estrechamente en asuntos económicos, y a raíz de la decepcionante experiencia con el Club John Randolph y su ruptura, Lew Rockwell había creado, en 1999, una página web antiestatista, antiguerra, promercado —www.lewrockwell.com— que agregaba una dimensión cultural interdisciplinaria a la iniciativa austrolibertaria y resultó ser aún más popular, preparando el terreno intelectual para el actual movimiento de Ron Paul.

La Property and Freedom Society, por supuesto, no tenía que competir con el Instituto Mises o con LewRockwell.com. No tenía que ser un think tank u otro punto de publicación. Más bien, tenía que complementar sus esfuerzos y los de otros al adicionar otro componente importante para el desarrollo de una contracultura intelectual antiestatista. Lo que había desaparecido con la desintegración del Club John Randolph original fue una sociedad intelectual dedicada a la causa. Sin embargo, todo movimiento intelectual requiere una red de relaciones personales, de amigos y compañeros de lucha para tener éxito, y para que esa red se establezca y crezca, se necesita un lugar de encuentro regular, una sociedad. La Property and Freedom Society tenía que ser dicha sociedad.

Quise crear un lugar donde personas de todo el mundo con ideas afines pudieran reunirse periódicamente para el estímulo mutuo y disfrute de un radicalismo intelectual sin censura y sin rival. La sociedad tenía que ser internacional e interdisciplinaria, burguesa, solamente por invitación, exclusiva y elitista: para los pocos “elegidos”, que puedan ver a través de la cortina de humo levantada por nuestras clases gobernantes de criminales, estafadores, charlatanes y payasos.

Después de nuestro primer encuentro, hace 5 años, aquí en el Karia Princess, mi plan se volvió todavía más específico. Inspirado por el encanto del lugar y su hermoso jardín, decidí adoptar el modelo de un salón para la Property and Freedom Society y sus reuniones. El diccionario define ‘salón’ como “un encuentro de élites intelectuales, sociales, políticas y culturales bajo el techo de un inspirador anfitrión o anfitriona, en parte para divertirse entre sí y en parte para refinar el gusto y aumentar los conocimientos mediante la conversación”. Saqué la palabra “política” de esta definición, y ahí tienes lo que he tratado de lograr durante los últimos años, junto con Guelcin, mi esposa y colega misesiana, sin cuyo apoyo nada de esto sería posible: ser anfitriona y anfitrión a un gran y extenso salón anual, y convertirlo, con la ayuda de ustedes, en el más atractivo e ilustre salón que existe.

Espero —y, de hecho, confío— que esta, nuestra quinta reunión, marcará otro paso adelante hacia tal fin.


Traducido del inglés originalmente por Rodrigo Díaz. Revisado y corregido por Oscar Eduardo Grau Rotela. El material original se encuentra aquí.


Nota editorial:

En el afán aclarativo y para también comprender el lugar que ocupó realmente el paleolibertarismo en el activismo libertario (como parte de una estrategia llevada a cabo en la alianza libertaria-paleoconservadora de los 90 para reivindicar el mismo libertarismo de antaño y bien entendido inspirado en la vieja derecha y acercarlo al ciudadano común, así como para generar una revuelta dentro de la derecha en contra del amplio movimiento conservador predominante de inspiración bucklista que incluía a los neoconservadores), se recomienda las lecturas indicadas más abajo. Por cierto, el mismo Rothbard fue abandonando esta intención activista poco antes de su muerte. El paleolibertarismo fue un movimiento, una estrategia, un enfoque y una corriente de activismo libertario que finalmente llegaría a su fin para ser evaluada posteriormente por sus otros protagonistas libertarios más importantes, entre ellos, Hans-Hermann Hoppe y Llewellyn Rockwell. Con las lecturas recomendadas en esta nota editorial, un entendimiento correcto del asunto puede ser finalmente adquirido:

Mitos y verdades del Rothbard paleolibertario (Llewellyn Rockwell, 2000)

¿Te consideras un libertario? (Llewellyn Rockwell, 2008)

Lo que aprendí del paleolísmo (Llewellyn Rockwell, 2002)

El libertarismo y la vieja derecha (Llewellyn Rockwell, 1999)

También es importante mencionar que Hoppe fue uno de los protagonistas en la ruptura de la alianza, y él jamás siquiera se ha llamado ‘paleolibertario’ a sí mismo en sus escritos (aunque no sea impreciso llamarlo así para aquellos tiempos). Sin embargo, hay formas más rigurosas y consistentes (con su obra) de llamarlo que él mismo ha usado para definirse políticamente, por ejemplo, ‘libertario de derecha’:

Un libertarismo realista es un libertarismo de derecha (Hans-Hermann Hoppe, 2015)

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