En defensa del paleolibertarismo

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Este no es un artículo de teoría política, sino de opinión política.

[Nota editorial de Centro Mises: se recomienda la lectura de la nota editorial al final del artículo para entender correctamente qué fue realmente el momento paleolibertario del libertarismo rothbardiano durante alrededor de 5 años. Fue un grupo temporal y no una doctrina. Dadas las confusiones y malos usos del término que en ocasiones se hacen consideramos que las lecturas recomendadas en la nota final darán una mejor comprensión de un término que lastimosamente a veces ha sido manoseado para fines radicalmente distintos de su intención que nunca fue otra distinta que promover los ideales revolucionarios libertarios cuya raíz intelectual es el liberalismo laissez faire.]


Este artículo de Llewellyn Rockwell fue publicado originalmente en la revista Liberty, en 1990.

“La debacle conservadora está cerca”, escribe Charles Krauthammer. “Al disolverse el comunismo, lo mismo hace (…) la alianza conservadora”. De hecho, los conservadores pasados de moda (paleoconservadores) están separándose de los neoconservadores estatistas.

Patrick J. Buchanan argumenta que Estados Unidos debería “volver a casa”: no somos “el policía del mundo ni su tutor político”. Ben Wattenberg un neocón defensor de lo que Clare Boothe Luce llamaba “globobobadas”, acusa a Buchanan de ser un “neandertal”. Joseph Sobran luego señala que la democracia no es un bien en sí misma, sino solo en la medida en que restrinja el poder del Estado. Jeanne Kirkpatrick —una antigua demócrata de Humphrey como la mayoría de los neocones— dice que ninguno de estos argumentos intelectuales significa nada porque los neocones tienen el poder del Estado y no pretenden perderlo.

A pesar de Kirkpatrick, estas discusiones dentro de la derecha son extremadamente importantes y afectan a algo más que la política exterior. Al irse revelando la URSS como un tigre de papel, los buenos conservadores están volviendo a sus raíces de la vieja derecha también en otras áreas.

Los conservadores están cuestionando no solo las intervenciones en el extranjero, sino todo el aparato de New Deal-Gran Sociedad-más amable y gentil. Esto preocupa aún más de los neocones, ya que —como su Svengali Irving Kristol— dan como mucho “dos hurras por el capitalismo”, pero tres hurras por el “Estado del bienestar conservador”.

Esta debacle conservadora representa una oportunidad histórica para el movimiento libertario. La Guerra Fría dividió a la derecha y ahora puede empezar la curación, pues el axioma de Lord Acton de que “la libertad es el fin político más alto del hombre” está en el núcleo no solo del libertarismo, sino también del viejo conservadurismo [americano]. Muchos asuntos separan a los buenos conservadores de los buenos libertarios, pero su número está disminuyendo y ninguno de ellos es tan amplio como para impedir un intercambio y cooperación inteligentes.

Sin embargo, ha habido más que disputas ideológicas: la cultura también nos ha separado y no hay unificador o divisor más poderoso. Ha sido tan divisora en este caso que los buenos libertarios y los buenos conservadores han olvidado como hablar unos con otros.

Por el bien de nuestros ideales comunes deberíamos restaurar la antigua concordia. ¿Pero podemos? En mi opinión, no hasta que el libertarismo se despioje.

Los conservadores tienen razón: La libertad no es suficiente

Los conservadores siempre han argumentado que la libertad política es una condición necesaria pero no suficiente para la buena sociedad y tienen razón. Tampoco es suficiente para la sociedad libre. También necesitamos instituciones sociales y patrones que animen la virtud pública y protejan al individuo del Estado.

Por desgracia, muchos libertarios —especialmente aquellos en el Partido Libertario— ven a la libertad como necesaria y suficiente para todos los fines. Lo que es peor, hacen equivaler a la libertad frente a la opresión del Estado con la libertad frente a las normas culturales, la religión, la moral burguesa y la autoridad social.

En sus 17 años de historia, el PL puede que nunca haya conseguido un 1% en las elecciones nacionales, pero ha calumniado la idea política más gloriosa de la historia humana con basura libertina. Por el bien de esa gloriosa idea, es hora de sacar los cepillos de frotar.

La mayoría de los americanos está de acuerdo en que la agresión contra los inocentes y su propiedad está mal. Aunque estos millones sean libertarios potenciales, les desconcierta el aspecto Woodstock del movimiento. Hair puede haber desaparecido de Broadway hace mucho, pero la era de Acuario sobrevive en el PL.

Las antinormas culturales que impregnan la imagen libertaria son aborrecibles, no tienen nada que ver con el libertarismo en sí y son un peso muerto. Si no nos deshacemos de ese peso, perderemos la mejor oportunidad en décadas.

Los americanos rechazan el Partido Demócrata nacional porque lo ven desdeñar los valores burgueses. Si alguna vez han oído hablar del PL, lo rechazan por razones similares.

El Partido Libertario probablemente sea irreformable; e irrelevante incluso si no lo fuera. Pero si no limpiamos al libertarismo de esta imagen cultural, nuestro movimiento fracasará tan miserablemente como lo ha hecho el PL. Continuaremos siendo vistos como una secta que “se resiste a la autoridad” y no solo al estatismo, que apoya los comportamientos que legalizaría y que rechaza los estándares de la civilización occidental.

Los argumentos en oposición a la guerra contra las drogas, sin importar lo convincentes que sean intelectualmente, se debilitan cuando vienen del partido de los drogados. Cuando el PL nomina a una prostituta para subgobernadora de California y esta se convierte en una celebridad admirada del PL, ¿cómo pueden los americanos normales no pensar que el libertarismo es hostil a las normas sociales o que la legalización de acciones como la prostitución significa aprobación moral? No podría haber mayor suicidio político o relación moralmente falsa, pero el PL la ha forjado.

Con sus creencias contraculturales, muchos libertarios han evitado asuntos de creciente importancia para los americanos de clase media, como los derechos civiles, la delincuencia y el ecologismo.

La única forma de eliminar el vínculo del libertarismo con el libertinismo es con un debate depurador. Quiero empezar ese debate, y sobre las bases adecuadas. Como decía G. K. Chesterton, “Estamos de acuerdo sobre lo malo, es sobre lo bueno sobre lo que deberíamos sacarnos los ojos”.

Un libertarismo culturalmente eficaz para Estados Unidos

Si queremos tener alguna oportunidad de victoria, debemos descartar el marco cultural defectuoso del libertarismo. Llamo a mi sugerido remplazo, con principios culturales basados éticamente, “paleolibertarismo”: el viejo libertarismo.

Uso el término como los conservadores usan el paleoconservadurismo: no como un nuevo credo, sino una vuelta a sus raíces que también les distinguen de los neocones. No tenemos ningún paralelismo con los neocones, pero es igual de urgente que distingamos el libertarismo del libertinismo.

Brevemente, el paleolibertarismo, con sus raíces profundas en la vieja derecha, ve:

  1. El Leviatán del Estado como la fuente institucional de mal a lo largo de la historia.
  2. El mercado libre no intervenido como un imperativo moral y práctico.
  3. La propiedad privada como una necesidad económica y moral para una sociedad libre.
  4. El Estado militar como una amenaza prominente para la libertad y el bienestar social.
  5. El Estado de bienestar como un robo organizado que victimiza a los productores e incluso eventualmente a sus “clientes”.
  6. Las libertades civiles basadas en lo derechos de propiedad como esenciales para una sociedad justa.
  7. La ética igualitaria como reprensible moralmente y destructiva de la propiedad privada y la autoridad social.
  8. La autoridad social (encarnada en familia, iglesia, comunidad y otras instituciones intermediadoras) como algo que ayuda a proteger al individuo frente al Estado y como necesaria para una sociedad libre y virtuosa.
  9. La cultura occidental como eminentemente digna de conservación y defensa.
  10. Los patrones objetivos de moralidad, especialmente los que se encuentran en la tradición judeocristiana, como esenciales para el orden social libre y civilizado.

¿Es libertario el paleolibertarismo?

El libertario debe estar de acuerdo con los primeros seis puntos, pero la mayoría de los activistas se enfurecerían con los últimos cuatro. Pero no hay nada antilibertario en ellos.

Un crítico podría señalar que el libertarismo es una doctrina política con nada que decir acerca de estos asuntos. En un sentido, el crítico podría tener razón. El catequista libertario solamente necesita saber una respuesta a una pregunta: ¿Cuál es el fin político más importante del hombre? La respuesta: la libertad.

Pero no existe ninguna filosofía política en un vacío cultural, y para la mayoría de la gente la identidad política es solo una abstracción de una visión cultural más amplia. Las dos se separan solo a nivel teórico; en la práctica, están inextricablemente unidas.

Es por eso entendible y deseable que el libertarismo tenga un tono cultural, pero no que sea antirreligoso, modernista, relativista moralmente e igualitario. Este tono repele debidamente a la gran mayoría de los americanos y ha ayudado a mantener el libertarismo como un movimiento pequeño.

El ataque conservador al libertarismo

Ninguna de las críticas conservadoras de la filosofía política del libertarismo es convincente. Por desgracia, lo mismo no es cierto con las críticas culturales. Russell Kirk es el crítico conservador que los libertarios consideran más ofensivo. Afirma que el libertario, “como Satán, no puede soportar ninguna autoridad temporal o espiritual. Desea ser distinto, tanto en la moral como en la política” como una cuestión de principios. Como resultado, “no hay una gran diferencia entre el libertarismo y el libertinismo”.

Un crítico conservador que los libertarios consideran más simpático es Robert Nisbet. Pero a él también le preocupa que “se esté desarrollando un estado mental entre libertarios en el que las coacciones de la familia, la iglesia, la comunidad local y la escuela parecerán casi tan perjudiciales a la libertad como las del gobierno político. Si es así, esto muy probablemente ampliará la distancia entre libertarios y conservadores”.

Kirk y Nisbet tienen razón sobre demasiadas personas libertarias, pero no acerca de la doctrina formal, como han demostrado Rothbard, Tibor Machan y otros. Aun así, esta distinción entre la doctrina y sus practicantes es difícil de llevar a cabo por parte de no intelectuales.

Anticristianismo versus libertad

El 94% de los americanos creen en Dios, mientras que una encuesta de Green y Guth demostraba que solo lo hace el 27% de los activistas-contribuidores del PL. Estos politólogos comentan: “Aunque algunos pensadores libertarios [como Murray N. Rothbard] insisten en que las creencias ortodoxas cristianas son compatibles con [sus ideas políticas], el Partido indudablemente no ha actuado bien para atraer esos seguidores”. De hecho, “muchos libertarios no solo son arreligiosos, sino militantemente antirreligiosos, como indican los extensos comentarios recibidos”.

Una encuesta posterior de Liberty indicaba que el 74% de los encuestados negaba la existencia de Dios y esto no es una sorpresa para los editores, que mencionan la “percepción común de que casi todos los libertarios son ateos”.

Por supuesto, no argumento que la fe religiosa sea necesaria para el libertarismo. Algunos de nuestros mejores hombres no han sido creyentes. Pero la enorme mayoría de los americanos son religiosos y demasiados libertarios son ateos agresivos que buscan mostrar a la religión y el libertarismo como enemigos. Solo eso, si no se controla, basta para asegurar nuestra continua marginalización.

La familia, el libre mercado, la dignidad del individuo, los derechos de propiedad privada, el mismo concepto de libertad: todos son productos de nuestra cultura religiosa.

El cristianismo dio a luz al individualismo al destacar la importancia del alma individual. La iglesia enseña que Dios habría enviado a Su Hijo a morir en la cruz si un solo hombre hubiera necesitado su intercesión.

Con su énfasis en la razón, la ley moral objetiva y la propiedad privada, el cristianismo hizo posible el desarrollo del capitalismo. Enseñó que todos los hombres eran igualmente hijos de Dios (aunque no iguales en ningún otro sentido), y que por tanto debían ser iguales ante la ley. Fue la iglesia transnacional la que luchó contra el nacionalismo, el militarismo, los altos impuestos y la opresión política y sus teólogos proclamaron el derecho al tiranicidio.

Acton decía que “La libertad no ha subsistido fuera del cristianismo” e instaba a que “mantuviésemos la libertad tan cerca como sea posible de la moralidad”, ya que “ningún país puede ser libre sin religión”.

Aunque esté de acuerdo en que no es “antirreligioso”, Machan dice que el libertarismo no permite “confiar en la fe para fines de comprensión de la ética y la política”. Los paleolibertarios prefieren la opinión de otros dos no creyentes: Rothbard, que dice que “todo lo bueno de la civilización occidental, desde la libertad individual a las artes, se debe al cristianismo”, y F. A. Hayek, que añade que es a la religión a la que “debemos nuestra moral y la tradición que ha proporcionado no solo nuestra civilización sino nuestras propias vidas”.

Autoridad versus coerción

“¡Cuestiona la autoridad!” dice una pegatina izquierdista en círculos libertarios. Pero los libertarios se equivocan al difuminar la distinción entre autoridad estatal y autoridad social, pues una sociedad libre está reforzada por la autoridad social. Toda empresa requiere una jerarquía de mando y todo empresario tiene derecho a esperar obediencia dentro de su esfera apropiada de autoridad. No es distinto en la familia, la iglesia, el aula o incluso entre los rotarios y los boy scouts.

Dar a los sindicatos licencia para cometer delitos violentos subvierte la autoridad del empresario. La leyes sobre drogas, Medicare, la Seguridad Social y las escuelas públicas debilitan la autoridad de la familia. Proscribir la religión en el debate público socava la autoridad de la iglesia.

En un artículo reciente, Jerome Tucille afirma que está luchando por la libertad atacando “la ortodoxia de la Iglesia Católica Romana”. Pero no hay nada libertario en luchar contra la ortodoxia, católica o la que sea, y al confundir deliberadamente sus prejuicios con el libertarismo, él ayuda a perpetuar el mito de que el libertarismo es libertino.

La autoridad siempre será necesaria en la sociedad. La autoridad natural deriva de las estructuras sociales voluntarias; la autoridad antinatural es impuesta por el Estado.

Los paleolibertarios están de acuerdo con Nisbet en que “la existencia de autoridad en el orden social impide invasiones de poder desde la esfera política”. Solo “los efectos restrictivos y rectores” de “la autoridad social” hacen posible “un gobierno político tan liberal como el que idearon los Padres Fundadores. Elimina los lazos sociales”, dice Nisbet, y tendrás “un pueblo no libre sino caótico, individuos no creativos sino impotentes”.

El papel de la familia

Los libertarios tienden a ignorar la tarea esencial de la familia en formar a la persona responsable. La familia tradicional —que deriva de la ley natural— es la unidad básica de una sociedad libre y civilizada. La familia promueve los valores necesarios para la conservación de una sociedad libre como el amor paternal, la autodisciplina, la paciencia, la cooperación, el respeto por los mayores y el autosacrificio. Las familias estimulan el comportamiento moral y proporcionan la crianza adecuada de los niños y así la continuación de la raza.

Chesterton decía que la familia “podría calificarse vagamente como anarquista” porque los orígenes de su autoridad son puramente voluntarios; el Estado no la inventó y tampoco puede abolirla.

Pero el Estado ataca a la familia mediante incentivos económicos perversos. Como ha señalado Charles Murray, la política federal de asistencia social ha sido en gran parte responsable del incremeto de 450% de los nacimientos ilegítimos en los últimos 30 años.

“La función más vital” que lleva a cabo la familia, pensaba Chesterton, “es la de la educación”. Pero desde la creación de las escuelas públicas en el siglo XIX, que pretendían, en expresión de Horace Mann, convertir a “los ciudadanos locales en ciudadanos nacionales”, el Estado ha atacado la función educativa de la familia.

Como el papel de las escuelas estatales es —como lo dijo un funcionario— “moldear estas pequeñas masas de plástico en la amasadura social”, entonces una parte clave de la agenda del Estado debe ser subvertir la familia. Los libertarios, por otra parte, deberían alabarla y apoyarla. No somos, como han afirmado muchos comentaristas, promotores del “individualismo atomista”. Deberíamos mostrar eso alabando los papeles indispensables de la familia y la autoridad social.

El odio a la cultura occidental

“Cultura”, decía Matthew Arnold, “es saber lo mejor que se ha dicho y pensado en el mundo”. Para nuestra civilización, eso significa concentrarse en Occidente. Pero la izquierda, de Stanford a Nueva York, denuncia la cultura occidental como racista, sexista y elitista: merecedora más de su extinción que de su defensa.

Los que defienden la cultura occidental son llamados etnocentristas por izquierdistas que igualan a Dizzy Gillespie con Bach, Alice Walker con Dostoevski y Georgia O’Keefe con Carravaggio, y enseñan esas majaderías a nuestros hijos. Intentan construir un canon cultural que esté “equilibrado” sexual y racialmente, lo que significa desequilibrado en cualquier otro sentido. Aun así, en estos asuntos culturales, demasiados libertarios están de acuerdo con la izquierda.

Los libertarios tienen que ponerse al día con el pueblo americano, que está harto del modernismo en el arte, la literatura y los modales que son en realidad un ataque a Occidente. Consideren el clamor contra la pornografía y el sacrilegio de Robert Mapplethorpe y Andres Serrano subsidiados por el gobierno. El pueblo sabía instintivamente que el establishment del arte de Estados Unidos financiado con impuestos se dedica a ofender sensibilidades burguesas. Y aun así, la revista libertaria típica está más preocupada por la postura correcta de Jesse Helms sobre esta atrocidad que por la financiación del contribuyente al National Endowment for the Arts, no digamos ya por la blasfemia u obscenidad.

“El arte, como la moralidad, consiste en poner una línea en alguna parte”, decía Chesterton. Los paleolibertarios están de acuerdo y no piden disculpas por preferir la civilización occidental.

La fotografía pornográfica, el pensamiento “libre”, la pintura caótica, la música atonal, la literatura deconstruccionista, la arquitectura de Bauhaus y las películas modernistas no tienen nada en común con la agenda política libertaria; sin importar cuánto puedan revelar en ellos las personas libertarias. Además de sus discapacidades estéticas y  morales, estas “formas de arte” son desventajas políticas fuera de Berkeley y Greenwich Village.

Nosostros obedecemos y tenemos que obedecer a las tradiciones de modales y gusto. Como explica Rothbard: “Hay numerosas áreas de la vida” en las que “seguir la costumbre alivia las tensiones de la vida social y permite una sociedad más confortable y armoniosa”.

Albert Jay Nock decía que en una sociedad libre, “El tribunal del gusto y los modales” debía ser la institución más fuerte. Lo llamaba el único tribunal de “jurisdicción competente irrebatible”. En este tribunal, muchos libertarios están condenados.

Igualitarismo y derechos civiles

La mayoría de los americanos desprecian los derechos civiles y con razón. En otros tiempos, los derechos civiles “significaban los derechos de los ciudadanos frente al Estado”, dice Sobran. Ahora “significan un trato de favor para negros (o alguna otra minoría) a costa de todos los demás”.

Pero debido a que muchos libertarios son igualitaristas, o están ciegos ante este asunto o lo ignoran a propósito. Los paleolibertarios no sufren ninguna carga. Rechazan no solo la discriminación positiva, las reservas y las cuotas, sino también la Ley de Derechos Civiles de 1964 y todas las leyes subsiguientes que obligan a los propietarios a actuar contra su voluntad.

La segregación forzosa por parte del Estado, que también violaba los derechos de propiedad, era mala, pero también lo es la integración forzosa por parte del Estado. Sin embargo, la segregación forzosa por parte del Estado no era mala porque la separación sea mala.

Querer asociarse con miembros de la propia raza, nacionalidad, religión, clase, sexo o incluso partido político es un impulso humano natural y normal. Una sociedad voluntaria tendrá, por tanto, organizaciones masculinas, barrios polacos, iglesias negras, clubes judíos y fraternidades blancas.

Cuando el Estado suprime el derecho de libre asociación, no crea la paz social sino la discordia. Como escribía Frank S. Meyer: “Los múltiples ajustes de las relaciones de los seres humanos —sensibles y delicadas y sobre todo individuales en su esencia— nunca pueden regularse por el poder gubernamental sin un desastre para la sociedad libre”.

Pero la existencia de esas instituciones es un escándalo para los igualitaristas. El congresista Ron Paul, candidato presidencial del PL en 1988, fue atacado por libertarios por oponerse a la fiesta de Martin Luther King financiada con impuestos. King fue un socialista que atacaba la propiedad privada y defendía la integración forzosa. ¿Cómo podría ser un héroe libertario? Pero lo es, por razones igualitarias.

Demasiados libertarios también se unen a los liberals en usar la acusación de racismo para atacar a los inconformes. Puede ser científicamente falso creer, por ejemplo, que los asiáticos sean más inteligentes que los blancos, ¿pero puede ser realmente inmoral? Desde una perspectiva libertaria, la única inmoralidad sería buscar el reconocimiento estatal de esta creencia, sea correcta o incorrecta.

Desde un punto de vista cristiano, está indudablemente mal tratar a alguien injustamente o sin caridad como resultado de creencias racistas. También está mal tratar a alguien injustamente o sin caridad porque es calvo, peludo, flaco o gordo. ¿Pero puede ser inmoral preferir la compañía de uno al otro?

El liberal negro William Raspberry escribía recientemente sobre el lema más nuevo en Washington: “Es algo de negros. No lo entenderías”.

Esto es “conciencia de raza de una forma sana”, dice Raspberry. “Pero muéstrame a un blanco con ‘Es algo de blancos…’ y mi actitud cambia”, dice Raspberry. “Un caucus negro para el Congreso es legítimo” pero “un caucus blanco para el Congreso sería impensable”. “Lo negro es bello” es permisible pero “Lo blanco es bello es el lema de los intolerantes”. ¿Ah?

No hay nada malo en que los negros prefieran “algo negro”. Pero los paleolibertarios dirían lo mismo acerca de los blancos prefiriendo “algo blanco” o los asiáticos “algo asiático”. Los paleolibertarios no tienen ninguna visión utópica de las relaciones sociales; solo queremos que el Estado deje de interferir en las acciones voluntarias.

Crimen y coacción

El libertarismo es ampliamente visto como antifuerza. Pero la fuerza siempre será necesaria para defenderse de los delincuentes y para administrar justicia. El libertarismo se opone a la agresión contra el inocente, no a la coerción en general.

El Estado ha sido siempre el principal agresor, pero también hay delito privado. Igual que la quiebra de la autoridad social invita al estatismo, lo mismo hace la ausencia de coerción contra el delito real. Si el delito queda impune o se castiga suavemente, como suele pasar hoy, el comportamiento inmoral se recompensa y estimula y por tanto aumenta.

Los liberals y algunos libertarios nos piden que seamos blandos con el delito porque mucho se debe al racismo blanco. Pero si ese fuera el caso, dados los campos de concentración, las expropiaciones de propiedades y la intolerancia extendida, estaríamos amenazados por los “salvajes” japoneses.

En realidad, el delito es un resultado de la maldad moral, una decisión consciente de atacar vidas inocentes y propiedades por motivos inmorales. Por esa razón, incluso más que por la disuasión, el delito debe castigarse rápida y duramente, aunque un sistema libertario de justicia penal haría también uso de las restituciones.

El actual monopolio estatal sobre la producción de seguridad interna es un fracaso. Las calles de nuestras grandes ciudades se han convertido en reinos bárbaros (si eso no es un insulto para los visigodos). En Nueva York, los informes de robos en hogares se realizan y se olvidan. En Washington, los atracos violentos consiguen bostezos policiales y fiscales.

Como todos los burócratas, la policía, los fiscales y jueces no tienen incentivos para responder a la demanda del consumidor, en este caso los presuntos consumidores de protección frente al delito o de justicia contra los delincuentes. No hay soberanía del consumidor cuando el Estado tiene un monopolio de lucha contra el delito, y cuando los únicos delitos que trata seriamente son aquellos que van contra él: falsificación de moneda, evasión de impuestos, etc.

Conozco a una mujer que vivía en un enclave de italianos de clase trabajadora rodeado por tugurios en Cleveland. El delito no tenía límites alrededor de este refugio, pero en él, las calles y viviendas eran seguras.

Cualquiera que entrara en la zona italiana y cometiera un delito era —gracias a la vigilancia privada— casi siempre atrapado. Pero el delincuente era raras veces entregado a la policía, ya que sería liberado en pocas horas y estaría libre delinquir de nuevo. Al delincuente se le castigaba ahí mismo y, como consecuencia, no había casi ningún delito en este barrio.

Aunque difícilmente sea un sistema ideal, era justicia dura y eminentemente libertaria. Aun así, muchos libertarios se opondrían a ese sistema —aunque era una respuesta al fracaso estatal— porque los delincuentes eran negros. Los paleolibertarios no tienen esas reservas. Habría igualdad de oportunidades en el castigo.

El retorno del paganismo

El paleolibertarismo es abiertamente pro ser humano. Argumenta —¿y cómo puede ser controversial esto?— que solamente el hombre tiene derechos y que las políticas públicas basadas en derechos míticos de animales o plantas deben tener resultados perversos.

Los ecologistas, por otro lado, afirman que los pájaros, las plantas e incluso el agua del mar tienen el derecho a ser protegidos de la producción de energía y otras actividades humanas. Desde el pez caracol a las escrofulariáceas a la vida salvaje en su conjunto, todo merece la protección del Estado frente a la producción de bienes y servicios para la humanidad.

Los ecologistas afirman que la naturaleza estaba en perfecto equilibrio antes de la era moderna, y que el “dañino” desarrollo económico humano debe repararse devolviéndonos a un nivel más primitivo. Los líderes del Partido Verde de Inglaterra idealizan el nivel de desarrollo económico entre la caída del Imperio romano y la coronación de Carlomagno; en otras palabras, la Edad Media. Friends of the Earth caracterizan a la Revolución Industrial, y a su enorme aumento en los niveles de vida, como “una malévola minería a cielo abierto en todo el mundo”. ¡Earthfirst! dicen, “¡Volvamos al pleistoceno!”

La descristianización de las políticas públicas ha generado un movimiento ecologista que no sólo es anticapitalista sino propagano. El paganismo sostiene que el hombre es únicamente una parte de la naturaleza, no más importante que las ballenas o los lobos (y, en la práctica, mucho menos importante). El cristianismo y el judaísmo, por el contrario, enseñan que Dios creó al hombre a Su imagen y le dio el dominio sobre la tierra, que fue creada para el uso del hombre y no como una entidad moralmente valiosa por sí misma. El orden natural existe para el hombre y no lo contrario, y ninguna otra forma de entenderlo es compatible con un mercado libre y la propiedad privada y, por tanto, con el libertarismo.

Los ecologistas adoran en el altar de la Madre Naturaleza, a veces literalmente, como en el Movimiento Gaia. Demasiados libertarios se unen a ellos, demostrando el dicho de Chesterton de que “la gente que no cree en nada, creerá en cualquier cosa”.

Los paleolibertarios no se disculpan por preferir la civilización a lo salvaje. Es probable que estén de acuerdo con Nock en que “Sólo puedo ver a la naturaleza como un enemigo: un enemigo muy respetable, pero un enemigo”. Políticamente no debemos ser tímidos en ser pro ser humano. Pocos americanos están dispuestos a sacrificar su propiedad y prosperidad para satisfacer alucinaciones paganas.

El desafío

Si el pueblo americano continúa relacionando el libertarismo con normas culturales repelentes, fracasaremos. Pero si el paleolibertarismo puede romper con esa relación, entonces cualquier cosa es posible.

Incluso los no paleolibertarios deberían estar descontentos con que nuestro movimiento tenga una única imagen cultural. Deberían dar la bienvenida, en la clase media conservadora, a libertarios que sean tradicionalistas culturales y morales. Pero imagino que no lo harán y que tendremos una seria pelea en nuestras manos. Yo, por lo menos, doy la bienvenida a esa pelea.

¿Queremos seguir siendo un club social pequeño e irrelevante como el PL? ¿O queremos cumplir la promesa de la libertad y hacer que nuestro movimiento vuelva a ser masivo como lo era en el siglo XIX?

El libertarismo culturalmente significativo ha llegado durante la mayor crisis en la derecha desde la década de 1940. Los libertarios pueden y deben hablar de nuevo con los resurgentes paleoconservadores, ahora en el proceso de separarse de los neocones. Incluso podemos formar una alianza con ellos. Juntos, paleolibertarios y paleoconservadores pueden reconstruir la gran coalición contra el Estado del bienestar y el intervencionismo que prosperó antes de la Segunda Guerra Mundial y sobrevivió durante la Guerra de Corea.

Juntos, tenemos una posibilidad de lograr la victoria. Pero primero debemos despojarnos de la imagen libertaria como repugnante, autodestructiva e indigna de la libertad.

En su lugar, debemos adoptar una nueva orientación. Qué bien que sea también la antigua. En el nuevo movimiento, los libertarios que representen la corrupción actual caerán a su nivel natural, como lo hará el Partido Libertario, que ha sido su diabólico púlpito.

Algunos encontrarán esto doloroso; yo lo estoy esperando. Que empiece el proceso de limpieza: hace mucho tiempo se necesita.


Traducido originalmente del inglés por Mariano Bas Uribe. Revisado y corregido por Oscar Eduardo Grau Rotela. El artículo original se encuentra aquí.


Nota editorial:

Se recomienda enfáticamente la lectura del siguiente artículo, «Mitos y verdades del Rothbard paleolibertario» (2000), para entender mejor y correctamente el fenómeno paleolibertario, en este caso lo que concierne a la figura de Murray Rothbard. Igualmente, y en el mismo afán aclarativo y para también comprender el lugar que ocupó realmente el paleolibertarismo en el activismo libertario (como parte de una estrategia llevada a cabo en la alianza libertaria-paleoconservadora de los 90 para reivindicar el mismo libertarismo de antaño y bien entendido inspirado en la vieja derecha y acercarlo al ciudadano común, así como para generar una revuelta dentro de la derecha en contra del amplio movimiento conservador predominante de inspiración bucklista que incluía a los neoconservadores), se recomienda las lecturas indicadas más abajo. Por cierto, el mismo Rothbard fue abandonando esta intención activista poco antes de su muerte. El paleolibertarismo fue un movimiento, una estrategia, un enfoque y una corriente de activismo libertario que finalmente llegaría a su fin para ser evaluada posteriormente por sus otros protagonistas libertarios más importantes, entre ellos, Hans-Hermann Hoppe y Llewellyn Rockwell. Con las lecturas recomendadas en esta nota editorial, un entendimiento correcto del asunto puede ser finalmente adquirido:

Mi experiencia con el conservadurismo: lo bueno y lo malo (Hans-Hermann Hoppe, 2010)

¿Te consideras un libertario? (Llewellyn Rockwell, 2007)

Lo que aprendí del paleolísmo (Llewellyn Rockwell, 2002)

El libertarismo y la vieja derecha (Llewellyn Rockwell, 1999)

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