La época del estatismo militante

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[Parte 3 de “In the Shadow of Dr. Lueger”, Independent Review, 2013. Clicar aquí para la Parte 1 y clicar aquí para la parte 2]

Durante la época a la que dieron paso gente como el Dr. Lueger, la voz de una mayoría (una clase, una raza, una nación o una religión) se convertía en la ley del territorio; los grupos minoritarios tuvieron que esperar hasta las décadas de 1960 y 1970 para obtener poder mediante cuotas y reservas. En este pensamiento de grupo popular, el inidividuo nunca contaba siquiera como una unidad de la vida política y económica. Todos los debates y decisiones políticos y económicos, tanto en la derecha como en la izquierda, es realizaban en el idioma de los agrados colectivo grandes y (desde la década de 1960) pequeños. Frente a la definición del siglo XX en general como “la época de los extremos) (por el notable historiador marxista Eric Hobsbawm [1996]), parece más apropiad que la calificación para la época que explicamos (al menos hasta 1945) sea la de “la época del colectivismo y estatismo militantes”.

A posteriori, probablemente fuera un mal inevitable en una época en la que grandes segmentos del populacho con derechos ciudadanos se levantó para la vida política activa. Llenos de envidia, varios grupos de los “condenados de la tierra” alimentaron un resentimiento hacia los ricos e incluso la clase media y reclamaron redistribución de la riqueza, ligando sus esperanzas de mejora al poder del gobierno central. Entretanto, como una vía para proteger sus intereses, los líderes empresariales estaban ocupados en encamarse con ese mismo gobierno, tratando de conseguir bienestar y derechos para las empresas. Además, tanto unos como otros estaban entusiasmados con convertir sus países y grupos étnicos en naciones, protegerlos contra la competencia económica extranjera, movilizar movimientos de “nosotros” contra “ellos” y acabar abriendo el camino a la Primera Guerra Mundial. El Dr. Lueger y similares fueron los primeros en oler el aire político y jugar con estos sentimientos, dirigiendo los sentimientos más bajos de la masa y movilizando a la gente al elegir objetivos colectivos representados por diversas clases “alienadas” y grupos étnicos y raciales.

En ese momento, todas las rutas políticas e ideológicas (no importa lo diferentes que fueran) llevaban a alguna forma de colectivismo y estatismo: fascismo, New Deal, nacionalsocialismo y comunismo. Movimientos y partidos de diversos colores políticos contemplaban apasionadamente o cómo eliminar gradualmente a los “extraños” nacionales o a conceder ventajas y privilegios solo al paisano indígena o cómo expropiar o gravar mejor al rico y redistribuir su riqueza. En este sentido, todos los “grandes políticos” de ese tiempo (Lenin, Trotsky, Mussolini, Hitler, FDR) fueron, metafóricamente hablando, los hijos del Dr. Lueger.

En el panorama político de esa época, simplemente no había espacio para la libertad individual y la libre empresa. Un individuo era solo un engranaje en la máquina del estado que estaba dirigida por amos ilustrados que apelaban a sentimiento de clase, nacionales, raciales y religiosos. Los pocos que se reunían en el Café Kunstler y se agolpaban en torno a Mises eran sin duda considerados gente marginal y fuera de lugar, cuya charla sonaba extrañamente extravagante o esotérica a la mayoría de sus contemporáneos, tanto en la derecha como en la izquierda. De hecho, ¿cómo podía hablarse de ese “sinsentido” menor pasado de moda de la libertad individual y ese “lío caótico” de la libre empresa cuando el mundo estaba camino de crear un tipo mejor de sociedad, aprendiendo a pensar y planear en grandes términos de clases, naciones, razas y corporaciones?

Populistas de principios del siglo XX como el Dr. Lueger (su análogo estadounidense contemporáneo más cercano es el exuberante Theodore Roosevelt) pusieron los cimientos para proyectos colectivistas y estatistas, que acabaron mutando en las tres tendencias ideológicas más importantes del siglo: socialismo/comunismo, nacionalsocialismo/fascismo y estado de bienestar y guerra/keynesianismo.

El nacionalsocialismo/fascismo (con su mensaje estrecha y egoístamente definido del socialismo para una nación) fue aplastado militarmente durante la Segunda Guerra Mundial y como proyecto alternativo de desarrollo social desapareció rápidamente. Sin embargo su “gemelo malvado”, el comunismo/socialismo fue capaz de pervivir durante décadas hasta finales de la década de 1980, cuando se derrumbó por ´si mismo sencillamente porque económicamente no podía sostenerse más. Las razones por las que duró más de setenta años no fueron solo que saliera de la Segunda Guerra Mundial en el bando victorioso (y por tanto tuviera una prensa menos mala que los nazis), sino asimismo que llevaba un mensaje de liberación universal e igualdad económica que tenía una atractivo mucho mayor que el nacionalsocialismo.

De hecho, como una estrella antes de apagarse, el comunismo/socialismo brilló de nuevo en las décadas de 1950 y 1960 poniéndose un disfraz humanista y floreciendo brevemente en forma como “socialismo con rostro humano”, “humanismo socialista”, “socialismo avanzado”, “marxismo-humanismo” y otras. Junto con intentos de la llamada escuela de Frankfurt de unir a Freud con Marx y el “descubrimiento” de un primer Marx “humanista”, estas tendencias señalaron una deriva gradual alejándose del determinismo y los grandes agregados colectivos del marxismo clásico hacia el ser humano individual. Este cambio acabó llevando al posmodernismo, con su culto de lo único y el individuo, así como a su rechazo del determinismo y de todo tipo de grandes teorías.[1] De una manera perversa, el movimiento ha llevado al posmodernismo manifestado en la quiebra intelectual de la izquierda tradicional, que estaba obsesionada con las colusiones estatistas y colectivistas.

Simultáneamente con el comunismo/socialismo, persistía en Occidente otra utopía en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Incluso ganó impulso en la década de 1960 cuando escritores y políticos como John K. Galbraith y Michael Harrington se vieron inspirados por un crecimiento económico temporal y concluyeron que duraría para siempre. Convencidos de que este crecimiento, unidos a tremendos logros tecnológicos, podía realizar milagros, desarrollaron una teoría de la sociedad próspera, tratando de convencer a la gente de que como Occidente había producido tanta riqueza el estado tenía que intervenir y empezar a redistribuirla activamente entre los necesitados y los menos afortunados. En estos círculos, también hubo mucho ruido acerca de la declaración de derechos económicos, que era garantizar a todos un trabajo permanente, una renta digna, educación gratuita y atención sanitaria.

Esta tercera utopía político-económica del siglo XX, que (siguiendo a Murray Rothbard) se puede calificar el “estado de bienestar y guerra”, tiene su personaje apostólico del tipo de Marx: John Maynard Keynes. Aparecida en la década de 1930 como una alternativa la nacionalsocialismo y el comunismo soviético, esta teoría del estado se ha basado en una convicción de que la mezcla dialéctica de colectivismo/estatismo e individualismo era en realidad buena y productiva. Esta mixtura ideológica milagrosa no solo entró en la corriente principal, sino que se esperaba que proporcionara el único proyecto para el futuro de la humanidad. Por supuesto, en ese momento pocos preguntaron si esas maravillosas prestaciones bienestar (además de los pródigos gastos militares) como Medicaid, Medicare, Seguridad Social y cupones de alimentos eran sostenibles o no. De hecho, después del colapso del comunismo en Europa Oriental y la Unión Soviética, Francis Fukuyama (1992), un filósofo político popular en la década de 1990, proclamaba la “victoria” de Occidente en la Guerra Fría y, al modo de Hegel, profetizaba que la humanidad había “llegado” por fin al “fin de la historia”: el estado universal del bienestar duraría para siempre. Aunque maltrecho y magullado, este estado de bienestar-guerra sigue vivo y bien entre nosotros hasta el día de hoy.

Es tentador pensar que después del holocausto económico, cultural y político del siglo XX producido por la ingeniería social del gobierno en política nacional y exterior, especialmente después de la gran debacle económica de 2008 y la enorme desperdicio de dinero llamado “la guerra contra el terrorismo”, los que siguen predicando regulación público del mercado bienestar público y corporativo y construcción de naciones en el extranjero serán marginados en un futuro cercano. Sin duda con el comunismo acabado y con las primeras grietas visibles en el estado de bienestar-guerra en Occidente, hay señales de que las ideas de la libertad individual han estado ganando gradualmente un apoyo visible. Sin embargo, en una situación en la que generaciones de personas han estado enganchadas a las “drogas” más poderosas, como los trabajos públicos, la prestación pública de desempleo y los juegos de guerra, está claro que la marcha hacia la libertad, si continúa, no será fácil. Parece que a mayoría de la gente se sigue sintiendo cómoda estando en la red de lo que queremos llamar la “mentira de JFK”, que nos ofrece solo dos opciones: o pensar en “qué puedes hacer por tu país” o pensar “qué puede hacer tu país por ti”. Sin cambiar esta mentalidad, nunca avanzaremos.

A pesar de los éxitos recientes de los movimientos de base contra el gran gobierno y los derechos sociales, parece que todo el esquema piramidal del estado de bienestar-guerra no va desplomarse ante los crecientes ataques. Por ejemplo, es instructivo recordar la paradójica situación de que muchos participantes veteranos del Tea Party, mientras se manifestaban contra la expansión del gran gobierno y en defensa de la Constitución, actuaban por miedo a que sus prestaciones de Medicare fueran recortadas de alguna manera por el gobierno. Así que se podían ver carteles extraños a manos de algunos participantes en el Tea Party, con cosas como “Que vuestro gobierno quite sus manos de mi Medicare” o “¡El gobierno fuera de mi Medicare, malditos socialistas!” (Zernike, 2010, 4 y “RWNJ: Conservative Views from Cincinnati”) Además, muchos “hijos” de la libertad están bastante contentos con la parte de la guerra del estado de bienestar. Una explicación de que la Administración de Veteranos es una de las mayores bolsas de socialismo dentro de Estados Unidos podría chocarles por absurda. Apenas cuestionan el despilfarro financiero dentro del complejo militar e industrial. De hecho, muchos tratan este complejo como una vaca sagrada, lo que recuerda mucho a la actitud reverencial de la izquierda y los progresistas hacia el bienestar público.

La situación en el extranjero no pinta mejor. En Francia, en respuesta un previo intento modesto del gobierno de aumentar la edad de jubilación para salvar al país de una potencial bancarrota, la enrabietada población enfureció y eligió un presidente socialista con un compromiso de proteger derechos sociales insostenibles a toda costa. En la muy mencionada Grecia, donde esta mentalidad de derechos se convirtió en parte del tejido social y económico, la población sabotea la recuperación económica, expulsando a muchos liberales y conservadores del parlamento y reemplazándolos con candidatos comunistas, socialistas y neo-nazis y llevando al país a toda velocidad al abismo. En Reino Unido, donde, según las encuestas, la mayoría de la gente (un 74%) al menos aprecia la fatalidad de las recetas keynesianas (Kellner 2012), el gobierno conservador es por diversas razones reticente a capitalizar este apoyo público para ir lo suficientemente lejos.

Como nos recuerda Gary North en su reciente artículo “Bailando en la tumba del keynesianismo” (2012), el escenario más probable es que el estado de bienestar-guerra en occidente, igual que su loco pariente distante y radical, el comunismo soviético, simplemente se aplaste bajo su propio peso. Cabe esperar que nosotros, el pueblo, sobrevivamos bajo sus escombros. Hasta entonces, durante al menos dos generaciones, como Mises, podríamos que tener que vivir y beber nuestro café a la sombra del Dr.Lueger, un socialista tallado en piedra que aún permanece firma y erguido en el corazón de Europa.

Postdata

Cuando estaba acabando este artículo, el ayuntamiento de Viena, controlado por socialdemócratas y verdes, decidió quitar el nombre de Karl Lueger a una parte de la Avenida Circular que da a la Plaza del Dr. Karl Lueger. Esta corta sección llamada Anillo Karl Lueger se renombrará como Universitätsring (Anillo de la Universidad). Al comentar esta decisión el portavoz del Partido Verde, Alexander Van der Bellen, describió a Lueger como un “gran político municipal”, cuya imagen se vio desgraciadamente manchada por “sus expresiones de antisemitismo” (“Karl Lueger Ring Name Change” 2012). Sin embargo los munícipes destacaron que las estatuas y otros memoriales del mandato de Lueger permanecerán intactos. A un lector curioso le interesará saber también que hace cuatro años en uno de los parques de la ciudad, el ayuntamiento de Viena erigió un busto nuevo al famoso revolucionario marxista argentino Che Guevara.


[1] A pesar de su aproximación casi hayekiana, muchos escritores e intelectuales posmodernos estaban condicionados por una inclinación anticapitalista tradicional, buscando desesperadamente nuevos grupos (étnicos, raciales y de género) para desempeñar el papel de salvadores colectivos frente al capitalismo y actuar como sustitutivos del proletariado, que, a sus ojos, se había convertido en desesperadamente “corrupto”. Además, desafiando a su propia aproximación teórica, nunca extendieron su individualismo metodológico a las políticas económicas y sociales, defendiendo por el contrario un gasto social desbocado y una regulación pública de la economía-


Publicado el 8 de agosto de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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