Jonathan Gullible: Capítulo 10
Los soñadores se apiñaron en el Palacio y exigieron leyes que obligaron a la fábrica a triplicarles el sueldo. Y exigieron beneficios que la fábrica tuvo que aceptar.
Los soñadores se apiñaron en el Palacio y exigieron leyes que obligaron a la fábrica a triplicarles el sueldo. Y exigieron beneficios que la fábrica tuvo que aceptar.
La señora sonrió al tiempo que el señor corrigió a Jonathan: -Me temo que estás equivocado, joven. Ésta es la Oficina Pública de Creación de Dinero, no el diario.
Cuando estos ciudadanos se niegan a pagar el impuesto de zoológico, los sacamos de su hábitat natural y los ponemos aquí, detrás de las rejas, para que no dañen más a la sociedad.
-La mujer se puso roja de furia y continuó jadeando-. Nadie es verdaderamente dueño de nada. Simplemente somos inquilinos del gobierno en tanto paguemos los impuestos.
El código impositivo -dijo- fue modificado para nivelar la situación de las personas de diferentes alturas. El Consejo de Gobierno decidió que las personas altas tienen demasiadas ventajas.
Jonathan se alejó de la mesa y se retiró con tranquilidad. -¿Prohibir el sol? –pensó-. ¡Qué ideas más locas! Primero los alimentos, ahora el sol. ¿Qué seguirá?
La mujer rechinó sus dientes, luchando por contener sus lágrimas. Entonces dijo desdeñosamente: -Su crimen fue… bueno, ¡estaba produciendo demasiada comida!
Desearía realmente ser el dueño del lago. Entonces me aseguraría de que los peces estuvieran bien atendidos. Lo cuidaría al igual que el ganadero que administra el rancho en el valle.
Jonathan caminó durante varias horas en la vaga dirección a una pequeña colina más allá de la playa y del otro lado del denso follaje. De repente, oyó los gritos de una mujer.
En un soleado pueblo marítimo, mucho antes de que se llenara de estrellas de cine en automóviles convertibles, vivía un joven llamado Jonathan Gullible.